aprendiendo a amar.

Adórame...

Caminaré a ciegas detrás de ti sin temor a que me traiciones, me lastimes o te desvíes del camino que en mi mente trace para los dos.
Te mostraré que valgo la pena en todas tus noches en vela, en todos tus frenéticos momentos de disgusto hacia el mundo, incluso si el disgusto soy yo.
Te veré desde lo profundo de todo lo que es más alto que el mismo cielo, estás sobre todo lo que está más arriba que el mismo Dios.
Te observaré desde la distancia, desde el otro lado del abismo, tu silueta calza a la perfección con la puesta de sol.
Me pasearé por pasillos, subiré escaleras y veré tu sombra entre las esquinas que cree con mi incredulidad.
Sonreiré ante la idea de qué tal vez me viste y te gustó lo que viste, y viviré por la esperanza de que soy el sol de tus mañanas, tu primer pensar, el nombre al susurrar lo cansado que estás.

Adórame, ensalza el magnífico y hermosamente fascinante desastre que soy, admírame... por favor...

Adórame, retrátame en un caballete con pinceladas de brocha gruesa, píntame... por favor...

Adórame, como el lobo gris espera a la luna llena para aullarle, aclámame... por favor...

Adórame, como si fuera la prostituta más codiciada de un burdel, cotízame... por favor...

Adórame, como si fuera constelaciones en el pavimento celestial plasmadas y dignas de tu mirar, apréciame... por favor...

Adórame, como si fuera la figura de cerámica que tu madre guarda en el anaquel de tu sala, adórame... por favor...

Quiero que me adores como si fuera lo último que cruza por tu mente antes de irte a dormir.
Quiero que me adores como los susurros que esparcen entre corrientes de aire lo mucho que te adoro yo a ti.

Aquí estaré, a la intemperie, arropado entre vestigios de encaje de plata fina, sentado de rodillas sobre el pedestal que armé.
Esperando que algún día des media vuelta, mires hacia arriba y me admires, y me ensalces, y me magnifiques, y me adores como yo lo hago observándote desde aquí, como te adoro yo a ti.