CAPÍTULO XIV

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Seguía caminando, no sabía por cuanto tiempo lo había estado haciendo, estaba desconectada de la realidad, porque tampoco sabía dónde estaba, solo caminaba, eso era lo único que hacía, y lo que su cuerpo le pedía hacer.
Deambulaba por las calles como si fuera un ente que no está vivo, pero tampoco está muerto, y que se niega a definirse. Sabía que estaba viva porque podía notar como sus pulmones se llenaban de oxígeno, pero no sentía entusiasmo por la vida, sentía que no existía ninguna razón para seguir viva.
Las cosas por las que antes sentía entusiasmo ya no existían, ya no podía sentir nada, ya no sentía amor, ya no sentía el ánimo que la impulsaba seguir adelante, y a volverse mejor persona. Sentía que nada de lo que hiciera valía la pena, que toda su vida estaba arruinada y que no importaba cuanto se esforzara, jamás lograría ser la súper entrenadora que ella quería ser.
Lo había arruinado todo, relacionándose con una estudiante, obligándola a enamorar a otra estudiante, solo para lograr sus metas y que no la echaran de su trabajo. ¿pero que podía esperar que pasara si había sido un fiasco como jugadora? No pudo llegar a convertirse en la jugadora extraordinaria que todos le decían que sería, sus entrenadores le aseguraron que llegaría a la fama y se lo creyó.
Ella también pensaba que sería grande entre las grandes, que llegaría a la NBA y los equipos se pelearían por ella, porque tenía un futuro prometedor, un futuro que no pudo alcanzar, por su maldita excompañera y su maldita lesión. Hoy no era nada, no había logrado nada, más bien siempre fue nada, tenía que aceptar que no era lo suficientemente buena como jugadora ni como entrenadora.
Le habían dado esta oportunidad de seguir cerca del juego solo por lástima, y porque su ex entrenador era amigo de la directora, pero estaba aprueba. La directora sabía que fracasaría por eso no le hizo firmar un contrato, para no quedar mal con su amigo y para deshacerse de la carga que representaba Esperanza, o como la llamaban los titulares, “La Esperanza del Equipo”, después de esto los titulares dirán; “La Ex Estrella Que Ahora va en Descenso”.
¿Cómo se le había ocurrido dejar su futuro en manos de una adolescente?, ¿Cómo se le había ocurrido acostarse con su alumna?, ¿Cómo es que le había pedido a una alumna jugar con los sentimientos de otra?, se había comportado como una loca. Todo esto demostraba que no estaba a la altura de ser entrenadora de ningún equipo, y que debía alejarse lo más posible de las canchas y de las adolescentes, no quería seguir causándoles daño y, sobre todo, no quería volver a ver Anna, no podría volver a verla sin sentir que se le rompe el corazón.
No podía soportar la idea de que Anna la odiaba y que jamás volverían a estar juntas, no sabía cómo lidiar con el rechazo, ¿Cómo es que Anna ya no gustaba de ella?, ¿tan rápido dejó de sentir lo que sentía por ella?, eso le llevó a preguntarse si realmente Anna la había querido, ¿y porque le importaba si Anna la quería o no?, si ellas dos no podían tener nada, aunque ambas lo quisieran.
Se negaba a aceptar que Anna realmente le gustaba y más que eso, que estaba enamorada de ella, no podía hacerlo, porque se condenaría, no solo la despedirían de su trabajo, también podría ir a prisión, no podía soportar la idea de caer tan bajo después de haber sido la mejor jugadora de su equipo.
Aunque después de haberlo arruinado, la despedirían de todas formas, y ya había fracasado como entrenadora, así que, que más daba. Pero ya había perdido la oportunidad con Anna, al parecer Anna ya se había cansado de ella y del enorme lio que representaba, había fracasado en todo, en su trabajo, como jugadora, como entrenadora y en el amor. Además ni siquiera podía tenerles paciencia a sus alumnas, constantemente las quería matar, las veía como niñas malcriadas.
Ya no le quedaba nada, ni el juego, ni el equipo, ni Anna, era una tonta, una ilusa, una fracasada. A cada paso que daba, se repetía lo mismo, como si estuviera en un bucle, “No tengo nada, no me queda ni el juego, ni el equipo y mucho menos Anna, soy una tonta, una ilusa y una fracasada”, todos estarían mejor sin mí, probablemente nadie notaría mi ausencia, nadie me extrañaría, solo les estorbo y causo problemas, todo el problema que se armó con sus jugadoras seguro había sido culpa suya. Como Anna había entrado en medio de la amistad de Ariadna y Ximena, ahora no se hablaban, y ella le había pedido a Anna que se acercara a Ariadna, era su culpa.
Además, había sacado del equipo a Anna, y eso le rompió el corazón, la había hecho sufrir, en ningún momento había pensado en los sentimientos de Anna, y como le afectaría esta decisión. Solo había pensado en ella misma y salir beneficiada de todo esto, en lograr sus objetivos, hacer que el equipo triunfara y así poderse demostrar así misma que no era la inútil que ella pensaba.
Su familia siempre había esperado cosas grandes de ella, y desde pequeña le habían inculcado el deporte, el ser la mejor siempre y ganar cada partido, por eso cada vez que perdía se sentía tan decepcionada de sí misma, tan inservible. Su familia, no le decían nada, pero no hacía falta, se notaba el rechazo en sus ojos, además de tratarla diferente, la aislaban de la familia, ya no la llamaban a comer, ya no formaba parte de las bromas familiares, ya no la invitaban a salir a comer o a algún viaje, sus interacciones familiares se convertían en solo las básicas.
Por eso cuando ya no pudo seguir jugando, perdió definitivamente su lugar en la familia y se tuvo que mudar sola, no soportaba el rechazo e indiferencia. Por eso el triunfar como entrenadora era lo más importante en su vida, por medio de ese triunfo no solo recuperaría el lugar en su familia, sino también su honor, su prestigio, y podría volver a ver a sus ex compañeras de equipo a la cara, porque ya no sería una prometedora estrella que no pudo alcanzar sus sueños.
Si triunfaba en su primer equipo, sería el principio de una carrera ascendente como entrenadora, y lograría lo que no pudo lograr como jugadora. Esos eran sus sueños, hasta que se topó con la realidad y se dio cuenta de lo difícil que sería lidiar con un montón de adolescentes malcriadas, y lo lejos que llegaría con tal de ganar, utilizando y manipulando a sus alumnas, porque no se le había ocurrido otra idea mejor. Y por si fuera poco se había enamorado de una de ellas, la cual por cierto ya no quería saber nada de ella, porque al parecer su alumna había podido ser más madura.
Un grupo de adolescentes le había dado una gran lección, no solo se había dado cuenta que no estaba capacitada para ser entrenadora, sino que tampoco estaba capacitada para lidiar con adolescentes, además de que le habían demostrado más madures que la que ella tenía hasta ese momento.
Se había dejado llevar por el estrés y la preocupación de triunfar, de dar los mejores resultados, que se presionó tanto y presión tanto a su equipo, que se dejó llevar por su miedo e hizo lo impensable. Estaba tan arrepentida que no dejaba de pensar en lo mismo constantemente le daba vueltas, reviviendo todos los errores que había cometido, y diciéndose a sí misma que: eres una basura, que no mereces estar vivía y  siempre estarás sola, ni siquiera Anna que es una adolescente te quiere.
Y su familia menos, prácticamente su familia la había expulsado del núcleo familiar, se tuvo que ir porque ya no era bien recibida. Para su familia el deporte siempre había sido importante, y era una familia de exitosos deportistas, por eso Esperanza ya no encajaba ahí, ella representaba una mancha que debía ser borrada, se había vuelto la vergüenza de la familia y querían hacer de cuenta que  nunca había existido, por eso su familia nunca la había visitado desde que se mudó y tampoco le habían marcado, ni mandado mensajes.
Esperanza estaba demasiado avergonzada como para comunicar se con ellos, había planeado volverse toda una triunfadora para poder buscarlos y restregarles su triunfo en la cara, y que ahora sean ellos quien la buscaran arrepentidos por haberla exiliado. 
Pero lograr eso, ahora era prácticamente imposible, lo había arruinado tanto,  cualquier comentario de alguna de sus alumnas a la directora y ella perdería su trabajo, aunque en el fondo pensaba que eso era lo que merecía, lo había hecho tan mal, merecía ser despedida y que nadie la volviera a contratar, merecía ser rechazada por todos, no era nada y no había logrado nada y nunca lo haría.
De repente notó que ya se encontraba frente a su departamento y que ya era demasiado tarde, había cruzado caminando media ciudad y no se sentía cansada, probablemente era porque la mayor parte del tiempo había estado desconectada, entró al edificio, llegó a su departamento, le pareció como si hubiera sido la primera vez que entraba ahí, no lo reconocía, no reconocía sus cosas, no sabía que hacia ahí, y por momentos tampoco sabía quién era ella.
Recorrió poco a poco cada rincón del departamento, para ver si se sentía familiarizada con el lugar, pero no podía sentir nada más que desconcierto, incomodidad, dolor, tristeza, decepción, vergüenza y miedo. Era como si de un momento a otro todo el mundo hubiera cambiado y ya no lo pudiera ver con los mismos ojos, incluso ya no se reconocía a ella misma.
Es como si acabara de entrar a otra realidad, una que desconocía, una que no era la suya, una que no era la misma de ayer. El día de ayer estaba contenta, incluso podía sentir la ira, pero hoy no sentía nada, nada que la ayudara a defenderse o protegerse, porque sentía que no merecía la pena hacerlo, se sentía desprotegida y vulnerable, a la deriva, sin saber que hacer de su vida y sin saber a dónde ir, lo único que quería hacer era desaparecer, alejarse de todo y de todos, ir a un lugar donde no la conocieran, tal vez así si podría ser feliz.
Pero no, eso no serviría, porque los problemas se los llevaría con ella, no era que el mundo o su alrededor hayan cambiado, sino que cambió la percepción con que ella lo veía, o como lo percibía. Ahora lo veía como un lugar inseguro y hostil, en donde sería atacada en cualquier momento, un lugar en el que no era querida ni aceptada, en donde no era valorada, así que por eso su mundo había cambiado.
No quería huir del mundo, quería huir de sí misma, quería huir de toda la soledad que había dentro de ella, del poco o nulo amor que tenía por sí misma, quería huir de sí misma porque era ella la que no se aceptaba, la que se rechazaba, eso era lo que había aprendido en su hogar y era lo que estaba replicando sin darse cuenta.
Tal vez un día se daría cuanta, tal vez no, pero por ahora Esperanza, solo podía sentir dolor y un vacío que nunca podría llenarse, se sentía sola, se sentía tan culpable por existir, por no haber logrado nada en su vida. No encontraba razones para seguir viviendo.
Se encontraba acostada en su cama en posición fetal, tratando de protegerse y a la vez esconderse del mundo, del mundo que en este momento veía tan amenazador. Sentía tantas ganas de llorar, pero no podía, su mente iba de un pensamiento a otro, sin poder quedarse en paz, reviviendo cada error que había cometido a lo largo de su existencia, volviendo a sentirse mal, volviendo a castigarse.
Cada pensamiento venía cargado de odio y auto desprecio, además entre más tiempo pasaba, sus pensamientos se intensificaban, y se volvían más agresivos, más incontrolables, intentaba hacer que pararan, pero una parte de ella decía que no, que no los parara, por que sufrir era lo único que merecía y lo único bueno que podía hacer. 
No sabía cuantos días había permanecido en su cama, porque la mayor parte del tiempo se la pasaba dormida no había comido pero tampoco tenía hambre, no se había bañado y su departamento era un desastre, que ya comenzaba a apestar, no sabía si era ella, el departamento o ambos, solo de vez en cuando se levantaba para ir al baño y para beber agua.
Había recibido llamadas y mensajes a su celular, no había visto quienes eran, después de unas horas se hartó y lo apagó, luego comenzaron a llamarla al teléfono de su casa, se levantó y lo desconectó. No quería saber de nadie, y no quería ver los rostros hipócritas de los demás, como si realmente estuvieran preocupados por ella, su familia y el mundo le habían demostrado que ella les importaba un carajo, pues ahora quería que los demás vieran que también le importaba un carajo ellos y su propia existencia.
Aunque no estuviera consiente del tiempo y el espacio, podía darse cuenta que su sufrimiento incrementaba exponencialmente, cada vez tenía menos ganas de seguir viva, cada vez le pesaba más seguir existiendo, cada vez se sentía más sola y que a nadie le importaba.
Quería autodestruirse, pero a la vez quería que alguien fuera a rescatarla, tenía la ilusión de que alguien llegaría a buscarla, a abrazarla y decirle que no se preocupara que todo estaría bien y que nunca jamás estaría sola. Tal vez estaba pidiendo demasiado, porque nadie llegaba, además cada vez más se convencía que eso nunca sucedería, que siempre estaría sola y no hay y nunca existirá alguien para ella, alguien que le haga sentir que no es una basura, que, si vale, y que vale la pena darlo todo por ella, porque al parecer nadie, ni siquiera ella apostaba por sí misma.
Llegó el momento en que sintió demasiada hambre que el estómago comenzó a dolerle, tuvo que levantarse de la cama, pero al momento de incorporarse sintió un mareo, su cuerpo estaba temblando y sudaba, se sentía débil, como si fuera a desmayarse, su cabeza también le comenzó a doler, como si un martillo estuviera golpeándola constantemente.
Buscó en su cocina, pero toda su comida había caducado, no tenía nada que comer, lo único que le quedaban eran latas, abrió una como pudo, porque no tenía fuerzas además de que sus manos le estaban temblando. Se tardó varios minutos y estuvo a punto de cortarse, pero lo logró.
Abrió una lata de atún, tomo una cuchara y empezó a comer, el primer bocado le produjo náuseas, y quería vomitarlo, pero se contuvo, sabía que si iniciaba vomitar no podría parar y así jamás podría controlar el dolor en su estómago y en su cabeza. Además, tenía una sensación de que si no comía podía quedarse desmayada.
Con mucho esfuerzo dio el segundo bocado, también le costó, pero fue menos que el primero. Se tardó poco más de una hora en terminarse una lata de atún, entre las pocas ganas de comer y las náuseas, fue una batalla muy difícil.
Al terminar bebió mucha agua, quería quitarse el mal sabor de boca, buscó en su botiquín medicamentos que le ayudaran a calmar el dolor que sentía, encontró unos cuantos analgésicos, pero no sabía si solo una pastilla le funcionaría, su dolor era inmenso. Se tomó tres pastillas y regresó a la cama, el comerse ese atún había sido un esfuerzo muy grande que la desgastó. Rápidamente entró en un profundo sueño. 





NOTA DE LA AUTORA
Si te encuentras con depresión o ansiedad, busca ayuda. No estás sola.

Cuatro balones fuera de la canasta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora