Sebastian se removía inquieto sobre la cama. Sudaba frío y mantenía los ojos fuertemente cerrados. Los abrió de pronto y se incorporó en la cama con la respiración agitada y un semblante de temor en su rostro. Se paso la mano por los lacios cabellos mientras trataba de regular su respiración. Había tenido una pesadilla. Era la quinta vez en esa semana que tenía ese mismo sueño que lo atormentaba noche a noche, esa pesadilla en la que revivía cómo su madre los había descubierto a él y a Ciel besándose y cómo lo había mandado lejos para tratar inútilmente de destruir esa relación prohibida.
Volteó y pudo divisar en la oscuridad al pequeño ojiazul profundamente dormido a su lado. Sonrió débilmente y le acarició los cabellos mientras sentía su respirar pausado y observaba aquellas sonrosadas mejillas. Al menos él era afortunado y no era atormentado cada noche por aquellos terribles recuerdos. Por suerte, su mente fresca y joven podía ser capaz de olvidar momentos dolorosos e innecesarios. Así su pasado no lo perseguiría cada noche con la intención de hacerlo sufrir y volverle loco... como a él.
Suspiró y se levantó de la cama, caminó a la sala y tomó de la pequeña mesa que se encontraba en el centro el sobre que contenía la carta que le había llegado hace poco. En ella decía que su fallecido padre le había heredado varias empresas en Estados Unidos y una cuantiosa suma de dinero en el banco, además de diversas propiedades. Se sorprendió al principio de que no se le hiciera saber sobre su herencia cuando cumplió los dieciocho años pero al parecer su padre había dado órdenes específicas a sus abogados de que toda esa herencia le sería entregada a Sebastian hasta que este cumpliera los veintitrés años; edad que su padre consideró suficiente como para predecir que en ese entonces su hijo tendría una carrera, un buen empleo, un hogar propio y se hubiera independizado de su madre.
Sebastian suspiró profundamente al leer la carta de nuevo; al parecer tendría que viajar a los Estados Unidos si quería tomar posesión de todo lo que se le había heredado, y también si quería hacerse cargo de las empresas por él mismo, aunque bien podría, con todo ese dinero, contratar a alguien que lo hiciera por él. Se preguntó mentalmente qué pasaría con él y con Ciel. Obviamente quería al niño consigo. Ahora estaba a cargo de él, así que conseguir el permiso de Vincent para llevárselo a los Estados Unidos no sería tan difícil. O eso creía.
En ese instante sonó el teléfono y se apresuró a contestar aunque se preguntaba mentalmente quien estaría haciendo una llamada a su casa a las tres de la mañana. Probablemente era del hospital que necesitaba su ayuda o tal vez de algún paciente.
— ¿Hola?— dijo por el auricular al contestar. Hizo una ligera mueca de fastidio al escuchar la voz de su madre —. Ah, eres tú, madre. ¿Qué ocurre?— escuchó atento y cerró los ojos mientras se masajeaba las cienes; de pronto volvió a abrir los ojos de golpe y esbozó una mueca de frustración mezclada con miedo y sorpresa en su rostro de perfectas facciones—. ¿Qué? ¡Pero no...! ¡Mamá, yo no...!
—¡Hay una foto, Sebastian! Y Vincent ya la vio... ¡está furioso! y muy indignado, como no tienes una idea... y yo también. ¿Cómo es posible que te hayas atrevido a hacer lo mismo de hace años?— gritó su madre con voz furiosa; trató de calmarse un poco y prosiguió—. Trataré de convencer a Vincent de que no te denuncie con la policía pero no prometo nada... ¡todo lo que pase a partir de ahora es por que tú lo provocaste! Iremos hoy por Ciel.—dijo por último y colgó.
Sebastian se quedó helado y estático por unos segundos. No se la podía creer, todo eso parecía ser parte de alguna de sus pesadillas. Se mantuvo incrédulo al principio, pensando que solo era un sueño de tantos y que si esperaba lo suficiente se despertaría. Pasaron los minutos pero nada de eso ocurrió. Resopló con frustración y se llevo las manos a sus cabellos; no podía ser cierto, su madre y su padrastro se habían enterado de la relación entre él y Ciel. ¿Cómo? Hasta lo que pudo entender del griterío de su madre se habían enterado por una foto que había sido misteriosamente enviada a su domicilio en un sobre en blanco sellado. En dicha foto aparecían él y Ciel besándose. ¿Cómo había llegado esa foto a sus manos? ¿Quién la había tomado? ¿Cuándo? ¿Cómo? Las preguntas se amontonaron en su mente sin darle oportunidad a pensar siquiera en una solución.
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Gardenias Blancas
RomanceCiel Phantomhive es un niño de doce años que por decisión de su padre debe irse a vivir con su hermanastro Sebastian. A decir verdad Ciel no recuerda mucho de Sebastian, solo sus amables sonrisas, su cálida mirada carmesí y las gardenias que de vez...