La amenaza

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Ciel olisqueó algo parecido a fragancia de flores mientras dormía en su cama con las sábanas inmaculadas cubriendolo de la cadera para abajo. Se movió aún con los ojos cerrados y la fragancia le llegó aún más intensa, era agradable, se sentía como en un jardín completamente blanco mientras el fresco viento golpeaba su rostro... lo único que le faltaba era la presencia de... Sebastian... y todo sería perfecto.

-Sebastian... -susurró al suspirar profundamente. El aroma que percibió de repente, pensó, no era de cualquier flor; era de... gardenias... "¿Gardenias en casa?", se preguntó mentalmente. Comenzó a abrir sus bellos ojos azules de a poco y, se sorprendió tanto con lo que vio que parpadeó varias veces para terminar de despertarse. El cuarto estaba lleno de ramos de gardenias blancas y el delicioso perfume de estas se impregnaba en todos lados. Dirigió su mirada hacia el marco de la puerta y vio la figura de Sebastian, vestido con la sutil elegancia que le caracterizaba y con su típica sonrisa de perverción y ternura.

-Buenos días, mi niño. -saludó el mayor mientras caminaba hacia él. -¿Qué dices? ¿Te gusta cómo decoré el cuarto? -preguntó al extender sus brazos.

-Está... está muy hermoso... -dijo el niño, maravillado, viendo las flores.

Le encantaban las gardenias blancas por que eran sutiles y elegantes; no es que las rosas no le gustaran, simplemente pensaba que ya estaban muy vistas, y para él las gardenias eran especiales. Le recordaba hace años, antes de que Sebastian se fuera a estudiar lejos.

-¡Ciel! -lo llamaba Sebastian, quien venía llegando de la universidad.

-¡Hermano! -gritó el pequeño Ciel, lleno de alegría, corriendo a él para ser recibido por sus brazos. Rió divertido cuando lo cargó.

-Mira lo que te traje, mi amor. -habló el ojiescarlata dejando a la vista un ramo de gardenias impecablemente blancas. -El otro día me dijiste que te gustaban las gardenias, ¿no?

-¡Claro! ¡Me encantan! -exclamó el niño, muy feliz. -Y si vienen de ti, me gustan aún más. -se quedó viendo las flores, admirando su belleza. -Son muy bonitas, ¿verdad?

-Por supuesto, pero tú eres más hermoso. -comentó el mayor, causando un sonrojo por parte del niño.

-¡Sebastian! -se quejó el pequeño con una leve sonrisa. Con timidez se inclinó y le dio un breve beso en los labios.

-Eres tan encantador, Ciel... -murmuró el mayor.

Ciel suspiró a recordar esos momentos. Sin que se diera cuenta, Sebastian ya se había acercado y lo había tomado de las manos.

-¿En qué tanto piensas? -preguntó curioso, ladeando la cabeza ligeramente, viendose irresistible a ojos de Ciel.

-Tan sólo pensaba en el pasado. -respondió el menor. -Antes que vinieras a estudiar aquí... éramos muy felices, ¿no? -habló con un deje de melancolía. El adulto le acarició el rostro.

-Actualmente también somos muy felices, ¿no es así? -cuestionó sonriente, pero muy en el fondo con miedo de que el menor le dijera que no.

-Si, bueno, yo soy muy feliz contigo. -dijo el niño, sonriendo levemente. -¿Y tú? ¿Eres feliz conmigo?

-Por supuesto que sí, mi vida. -respondió el mayor al instante. -Desde que viniste a vivir aquí, me he sentido el ser humano más dichoso de la Tierra. -confesó, para después acercarse a sus labios y besarlo con ternura. El niño suspiró cuando el adulto dejo sus labios y le acarició el cabello.

-Ah, Sebastian...

-¿Si? ¿Qué ocurre?

-¿Por qué llenaste la habitación de gardenias? - cuestionó, un poco confundido.

Gardenias BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora