Confesiones

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Capítulo 8: Confesiones

Ciel se encontraba sentado en uno de los sillones de la sala mientras el mayor le ponía una taza de té enfrente. Se encontraba listo para escuchar toda la verdad y esperaba que el mayor estuviera dispuesto a decírsela; mientras tanto veía a Sebastian sentarse en el sofá con aire pensativo, buscando, pensó Ciel, la mejor explicación.

-Verás, todo comenzó así... -comenzó a decir Sebastian.

Desde que Vincent y Madeline se casaron, Ciel y Sebastian se volvieron muy unidos y hacían la mayoría de las cosas juntos, una tarde mientras ambos veían la televisión ante la ausencia de sus padres, se desencadenó todo.

—¡Sebastian, ya te dije que quiero ver otra cosa! —se quejaba el pequeño Ciel de siete años, forcejeando con un Sebastian de diesciocho años por el control.

—No Ciel, ya te dije que yo quiero ver esto. —le decía el mayor.

Normalmente le cedería el control al menor, pero le encantaba la idea de hacerlo enojar. El mayor se levantó del sofá con el control en la mano, mientras lo alzaba en el aire.

—Si de verdad lo quieres, alcánzalo.

Ciel, al darse cuenta de que jamás podría alcanzarlo por que el mayor lo superaba infinitamente en altura, se paró el el sofá y trató de tomar el control. Comenzaron a forcejear de nuevo, como todos los hermanos, hasta el momento en que el pequeño perdió el equilibrió y amenazó con caerse al suelo.

—¡Cuidado! —alcanzó a gritar Sebastian, al momento que se apresuraba a tomar a Ciel por la cintura, así evitando que se cayera de lleno en el suelo.

Los dos quedaron levemente recostados en el sofá, muy cerca el uno del otro; entonces Sebastian no lo soportó más y acortó abruptamente la distancia plantandole al menor un delicado beso en los labios. Lo besó por unos cuantos segundos y después, cuando se dio cuenta se separó del niño, avergonzado.

—Lo lamento, yo... —se trataba de excusar el mayor, pero no sabía cómo. —Perdón Ciel... —atinó a decir, mientras desviaba la vista.

El niño se quedó mudo unos cuantos segundos, después se acercó al mayor y lo jaló levemente por el cuello de la camisa para hacer que el mayor quedara a su altura.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó Ciel, un poco confundido, al momento que volvía a besar al mayor.

La sorpresa de Sebastian no fue poca, pero aún así no dudó en tomar la delantera.

Después de ese incidente ya nada volvió a ser igual. Sebastian se debatía entre sentimientos de diversa índole; por un lado amaba a Ciel más que a nada en el mundo, pero no concebía la idea de haberse convertido en un pedófilo, él siempre trató de hacer las cosas de la manera correcta, trató de no meterse en problemas y de mantenerse dentro de los estándares de normalidad pero apareció Ciel y todo eso se vino abajo. Al final, al ver que el pequeño sentía algo similar hacia él decidió intentar formar una relación, dejándole al pequeño bien en claro que era un secreto entre ellos y nadie, pero absolutamente nadie debía enterarse, mucho menos sus padres.

Y así esa relación duro sin descubrir alrededor de dos años, ambos siempre fueron muy cuidadosos de besarse y acariciarse en secreto, libres de ojos curiosos, hasta que una tarde pasó lo inpensable.

Los hermanastros se encontraban en la habitación de Ciel, ya que el menor de ellos había llevado al mayor ahí por que quería enseñarle sus dibujos; Madeline no estaba en casa, había salido a la tienda por un momento, así que se encontraban momentáneamente solos.

-¡Mira Sebastian! -exclamaba Ciel muy feliz. -¿Verdad que está bonito? -preguntó mientras le enseñaba a Sebastian el dibujo de un castillo.

-Si, -respondió el mayor totalmente encantado por la sonrisa del infante. -Realmente te ha quedado hermoso, -le halagó. -pero la verdad es que más hermoso eres tú. -susurró en su oído.

-Deja de decir esas cosas. -dijo Ciel apenado desviando la vista.

-¿Por qué? -preguntó Sebastian, divertido. -Si sólo digo la verdad. -dijo mientras atraía el rostro del menor hacia él para besarlo.

Ciel correspondió gustoso al beso y le echó los brazos al cuello al mayor.

Pero en eso, sin que ellos se lo esperaran entró de sorpresa a la habitación la madre de Sebastian, espantándose con la escena.

-¡¿Pero qué significa esto?! -cuestionó molesta y sorprendida a la vez al ver a los dos besandose.

Ambos se separaron rápidamente sin saber qué decir.

-Mamá, yo... no es lo que parece...

-¡¿Cómo que no es lo que parece, Sebastian?! ¡Si los vi claramente! ¡Lo estabas besando!

-Madeline, por favor no te enojes, nosotros... -comenzó a decir Ciel pero ella lo interrumpió.

-Cierra la boca, Ciel, y sal de aquí que tengo que hablar a solas con Sebastian.

-¡Pero es que...! -trató de protestar.

-¡Que salgas, si no quieres que tu padre se entere!

El pequeño volteó a ver a Sebastian, el mayor asintió a que los dejara solos y el niño caminó fuera de la habitación. Después la madre de Sebastian cerró la puerta.

-¿Cómo pudiste Sebastian? -preguntó indignada. -¡Es sólo un niño!

-¡No me importa! ¡Yo lo amo! -gritó.

-¡Cállate! -exclamó moelsta mientras le daba una bofetada. -Mi hijo no va a ser ningún pedófilo, ¿me entiendes? Así que te mandaré a estudiar lejos para que ya no te le vuelvas a acercar.

-No me hagas eso, por favor...

-Es muy tarde para suplicar, debiste haberlo pensado antes de meterte con ese mocoso. ¿Qué no entiendes que tu relación con él te puede arruinar la vida? Te irás lejos y ya no se hablará más del asunto, está decidido.

-Y así sucedieron las cosas. -dijo Sebastian, dando por concluido su relato. -En todo este tiempo jamás te mandé una carta o te hice una llamada por que mi madre me lo tenía prohibido, de haberlo hecho le habría contado toda la verdad a tu padre. Y si accedió a que vivieras aquí fue por que creyó que mis sentimientos por ti habían desaparecido, pero jamás dejé de amarte.

Ciel no daba crédito a lo que había oído. ¿Así que todas esas borrosas imágenes de él y Sebastian besandose habían pasado realmente? Habían mantenido una relación amorosa durante casi dos años y la madre de Sebastian lo había arruinado separándolos de esa manera tan cruel... En ese momento sonó el teléfono y ya que el niño no reaccionaba a lo que Sebastian le había contado, el mayor decidió contestar.

-¿Diga? Ah, madre, eres tú... -dijo con desgana al escuchar la voz de su progenitora al teléfono. -Si... aquí está conmigo, se ha portado muy bien... por cierto, ¿por qué no me dijiste que tiene asma? -esperó la respuesta y se irritó ligeramente. -¿Cómo que no es importante? ¡Ciel se desmayó en clase de educación física por falta de aire! De habermelo dicho entonces... ¿Pero qué es lo que te sucede mamá? Pareciera que haces este tipo de cosas a propósito...

De pronto al escuchar la conversación telefónica, Ciel reaccionó, se puso en pie como impulsado por un resorte y caminpo hacia Sebastian, una vez estando cerca le arrebató el teléfono y colgó de manera estrepitosa para después desconectar la línea telefónica or si a esa o a cualquier otra persona se le ocurría marcar.

-¡Ciel! -exclamó Sebastian sorprendido. -¿Pero qué es lo que haces?

-¡No quiero que hables con ella! -gritó el niño, sorprendiendo aún más al mayor. -¡No quiero saber nada de ella! ¡La odio! ¡La odio! -gritó con coraje y unas lágrimas comenzaron a escurrir por sus mejillas.

-Ciel... -murmuró Sebastian al momento que lo abrazaba con fuerza y ambos se dejaban caer sentados en el suelo.

-¡Por su culpa tú y yo estuvimos separados por tres años! ¡Jamás la voy a perdonar! ¡Jamás! -gritó para después ponerse a llorar.

-Calmate, mi vida, -le susurró el mayor en el oído. -ella está lejos y tú y yo estamos juntos ahora, ¿no crees que deberíamos estar felices por eso? Como te lo prometí la noche pasada, jamás me apartaré de tu lado y no dejaré que nadie te aparte de mi. -le dijo dulcemente mientras le limpiaba las copiosas y tibias lágrimas para después besarle las mejillas.

-¿Aún me amas? -preguntó el infante con algo de temor.

-Claro que si, mi amor, -le respondió el adulto. -¿No te dije que jamás dejé de amarte? Eres lo más importante para mí, Ciel.

-Sebastian... -susurró el niño para despues atraer el rostro del mayor hacia él y besarlo apasionadamente. Al cado de unos minutos ambos se separaron jadeando y Ciel susurró en su oído -:Me alegra por que no pienso compartirte con nadie, ni con tu madre ni con ninguna resbalosa que se quiera interponer entre nosotros.

El mayor tan sólo rió por las palabras del niño y lo volvió a besar para después decirle:

-Lo mismo digo.







By Lariett

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