7. El vestido perfecto

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Había tardado poco más de media hora en llegar a aquel lugar, me bajé del autobús en la parada que me había indicado Rosario y miré otra vez, en la aplicación de notas, el nombre de la tienda: «La Mode».

"Ja, super original."

Levanté la vista, frente a mí se encontraba una gran calle repleta de locales, tiendas de todo tipo, restaurantes, hoteles... Además, había bastante gente para ser un lunes y la hora de la comida.

Miré el reloj del móvil, exactamente eran las 14:57, decidí buscar un sitio para comer antes de ir a comprar un vestido, sin embargo me lo planteé mientras comenzaba a andar ya que eso supondría tener la tripa más hinchada y verme peor con lo que me fuera a probar. Mi estómago rugió avisándome de que a él eso le importaba más bien poco, por lo que decidí hacerle caso.

Los restaurantes de aquella calle estaban repletos de gente y, al ser una zona turística, los precios se elevaban bastante. Mi pobre cartera no podía soportar más gastos, así que al final opté por callejear un poco hasta encontrar un lugar más despejado, –y barato–. Después de unos quince o veinte minutos, ya estaba sentada en la terraza de un restaurante comiendo una ensalada.

Una vez que hube terminado pensé que reposar un poco la comida era buena idea, así que me pasé un buen rato buscando ejemplos en Pinterest de vestidos que pudieran gustarme.

Estaba concentrada hasta que algo me sacó de mi burbuja.

¿Había escuchado mi nombre?

—¡Evie! ¡Evie!

En efecto, alguien me llamaba desde algún lugar desconocido, miré a todos lados, incluido al cielo, y no vi a nadie que pudiera estar llamándome, ¿sería el universo o me estaba volviendo loca?

—¡Evie! ¡Ey! ¡Aquí en el coche!

Enfoqué mi atención en los coches hasta que por fin lo ví.

Theo.

El chico me saludó con la mano desde dentro de un coche negro, feliz de que al fin le hubiera visto, hice el amago de levantarme, pero él me hizo un gesto para que esperara ahí sentada. Seguí al coche con la mirada hasta que aparcó en un sitio libre a unos metros de ahí.

Segundos más tarde pude ver su cabeza, –con ese pelo tan esponjoso, brillante y parcialmente rojo–, saliendo del vehículo y caminando apresuradamente hacía mí. Sus ojos se posaron en mi moflete, instintivamente me lo tapé con la mano.

—Sigue un poco hinchado —comenté en voz alta lo que seguro él estaba pensando.

—Me siento un poco mal por el puñetazo.

Me tomó de la mano para apartarla de mi cara y con la parte externa de su mano me empezó a acariciar la zona del golpe, el contacto de su piel contra la mía me encogió el estómago, sin pensarlo le di un pequeño manotazo para alejar su mano de mi cara.

—¡No te preocupes! ¡Estoy bien! —exclamé nerviosa removiéndome en mi silla. —Siéntate si quieres.

Le señalé el asiento delante de mí, pero él no pareció darse cuenta, se había quedado un poco descolocado ante mi reacción. Ligeramente incomoda y sintiéndome un poco culpable por ello, carraspeé llamando su atención.

—Perdón por el manotazo.

Él pareció reaccionar tras oír mis disculpas.

—No te preocupes, ha sido culpa mía —admitió sentándose enfrente mía—.¿Qué haces aquí?

—Tengo que comprar un vestido para una boda.

—Oh, te casas y no me invitas —bromeó haciendo un puchero.

Gracias estúpido universoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora