28. Una visita inesperada

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Durante las dos siguientes semanas Theo estuvo acompañándome de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Por las mañanas salíamos antes para que él pudiera llegar con tiempo a la universidad, por lo que yo llegaba antes de mi hora y me encargaba de abrir la cafetería.

Algunas tardes Theo debía quedarse en clase y me tocaba volver sola, si eso ocurría caminaba de vuelta rápidamente, evitando pararme en el parque.

Aquel era uno de esos días.

Con paso veloz atravesaba el parque, me daba un poco de pánico ver a todos esos niños por ahí jugando teniendo en cuenta que el tipo del cigarro seguía por ahí suelto.

Desde que había salido de la cafetería tenía la sensación de que alguien me seguía, de vez en cuando echaba un rápido vistazo hacia atrás pero no lograba ver a nadie sospechoso.

Llegué al portal pero justo antes de que consiguiera meter la llave en la cerradura, algo se abalanzó sobre mí.

—¡Sorpresa!

—¡AAAAHHHH!

Mi chillido opacó por completo lo que había dicho la otra persona, quien fuera se apartó asustado, me giré con pose defensiva para ver de quién se trataba y no pude dar crédito a lo que veían mis ojos.

—¡¿PAPÁ?! —exclamé aún con los puños cerrados.

—Menudo recibimiento —se quejó frotándose la oreja como si mi chillido le hubiera reventado un tímpano.

Me lancé sobre sus brazos llena de felicidad y alivio, habían pasado unos cuatro años desde la última vez que le vi. Había adelgazado un poco y sus arrugas de expresión ya se notaban más.

Me aparté de él y le miré enfadada.

—Tremendo susto me has dado —le recriminé. —¿Cómo apareces así sin avisar, sin decirme nada?

—Bueno, de eso se tratan las sorpresas... —se excusó, entonces carraspeó para centrar la atención en lo que iba a decir. —Te traigo imanes.

Con una gran sonrisa me mostró una bolsa de tela que parecía ligeramente pesada, el choque de los imanes me dio a entender de que había bastantes.

Amo los imanes, ¿os lo había dicho alguna vez?

Su sonrisa se calcó en la mía, agarrándole del brazo le invité a subir a mi casa, después de mostrársela se sentó en el suelo y vació la bolsa sobre la mesilla.

—¿Y dónde te estás hospedando? —le pregunté colocando un vaso con Fanta de naranja y un bowl con snacks frente a él.

—En un hotel que hay a unos cuarenta minutos en transporte público, voy a estar una semana aquí así que he reservado habitación en uno bastante económico.

—¿Sólo una semana? —pregunté triste.

Él asintió también con pena agarrando un puñado de galletitas saladas del bowl.

—Me hubiera gustado quedarme más pero la semana que viene tengo una exposición en Liverpool y tengo que prepararlo todo.

Desde hacía un par de años mi padre hacía exposiciones de sus fotografías en diferentes galerías de arte por todo el planeta. Gracias a esto se había dado a conocer un poco en ese mundillo.

—¿Cuándo vas a hacer una exposición aquí? —le cuestioné.

—Tú no necesitas exposiciones, puedes ver mis fotos en exclusiva —contestó sacando un pendrive de su bolsillo.

—No es lo mismo... —me quejé agarrando el pendrive. —Además, no tengo ordenador para verlas.

Mi padre me mostró una sonrisa traviesa y se cruzó de brazos como si hubiera tenido una gran idea.

Gracias estúpido universoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora