50. Un alma en pena desayuna napolitanas

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Di otra vuelta en la cama desesperada por no poder conciliar el suelo, y es que cada vez que cerraba los ojos podía visualizar todas las palabras que me había dicho Aaron hacía apenas unas horas.

Si yo no paraba de darle vueltas al suceso y apenas podía dejar de pensar en ello, no quería imaginar cómo estaría Aaron.

Quizás estaría despierto al igual que yo dándole vueltas a todo, puede que incluso, en el peor de los casos, estuviera llorando en ese mismo instante.

O quizás simplemente habría llegado a casa y se habría dormido sin problemas. Nunca lo sabría porque como él había dicho, ya no podíamos ser amigos. Aún.

Y tampoco es que yo entienda mucho como funciona la mente de un hombre. Pero bueno.

Me destapé de un movimiento brusco y me senté, podía notar como mi cuerpo apenas había descansado y me pesaba con cada movimiento. Estiré mi brazo entre la oscuridad de mi habitación y palpé la mesilla de noche hasta localizar mi móvil, lo encendí con dos golpecitos rápidos en la pantalla, las 3:28.

Emití un quejido y me pasé las manos por la cara, todavía era muy temprano y quedaba bastante para ir a trabajar, así que decidí abandonar la idea de dormir y me puse una película en el ordenador.

Gracias a ello conseguí dejar de pensar en las declaraciones de Aaron, por un tiempo mi cerebro solo estuvo enfocado en la pantalla, ajeno a los problemas de mi vida.

Me coloqué sentada entre los cojines y los peluches de mi cama, pasó un rato hasta que por fin me quedé dormida.


〜〜〜〜〜

Llegué a la cafetería cansada, malhumorada, con el cuerpo dolorido y con unas enormes ojeras que ni siquiera el maquillaje pudo esconder del todo.

Jun quiso preguntarme qué me pasaba nada más me vio entrar por la puerta, pero al ver mi cara de pocos amigos decidió abstenerse.

—Sonríe un poco Evie, estás ahuyentando a los clientes —me dijo al cabo de unas horas.

—¿Qué clientes? Si la cafetería hoy está vacía.

—Da igual. Sonríe.

Jun me mostró una sonrisa y después me señaló, esperando a que imitará su gesto.

Le observé notando como mis ojos pesaban y traté de mostrarle mi mejor sonrisa, por su expresión entendí que no lo había conseguido ni de lejos. Él me destinó una mirada de pena y puso su mano en mi hombro.

—Menos mal que hoy no hay mucha gente, porque cariño, te ves horrible.

Abatida, como si me hubieran soltado el ataque más horrible de mi vida, me apoyé sobre el mostrador y bajé la cabeza.

—Gracias por tu sinceridad —hablé, —pero tengo espejos en mi casa, lo sé.

En ese momento se abrió la puerta de la cafetería, Agatha nos dedicó una sonrisa brillante desde la distancia y con pasos alegres se acercó a nosotros.

—Buenos días —canturreó. —Adivinar quién tiene el día libre.

Con una expresión radiante se señaló a sí misma.

Jun paseó sus ojos de ella a mí varias veces y trató de reprimir una risita.

—Dos polos opuestos —susurró tapando su boca con la mano para ocultar una sonrisa burlona, a lo que yo le fulminé con la mirada.

Agatha llegó junto a nosotros, y nos observó desde el otro lado del mostrador, al verme dió un paso hacia atrás y la felicidad se esfumó de su cara.

Gracias estúpido universoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora