4°- Beber de tu sangre

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El conde Way de Pennsylvania era conocido por ser extremadamente reservado y solitario

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El conde Way de Pennsylvania era conocido por ser extremadamente reservado y solitario. Pocos eran sus amigos y ni siquiera ellos sabían tanto de él. Era rico y tenía 130 años, aunque en apariencia seguía siendo un hombre de 30 años, atractivo, de tez muy pálida y cabello negro, ojos negros y voz fría, tenía mucho dinero y casi siempre solía estar de mal humor.

Los rumores decían que él odiaba el amor y que por eso vivía en soledad en su castillo, pero lo cierto era que no muchas personas podían dar fe de aquello. Él sí había amado alguna vez, él amó con su alma entera, amo tanto que su corazón se rompió en miles de pequeños pedazos cuando vio morir a los amores de su vida por esa horrible enfermedad. Lloró tanto que ya no quedaban lágrimas en él y era tan cruel enterarse de esos comentarios, sin embargo, había aprendido a ignorarlos y vivir a como él quería.

Esa mañana el conde había sido visitado por un viejo amigo. Cheech Iero, dueño de propiedades cerca de la suya y quien ahora era el encargado de remodelar algunas áreas en su castillo. Aquel hombre de cabello gris le conocía muy bien; sabía la historia de los ascendientes de Gerard, su naturaleza y lo que había sufrido por su familia, siempre le había apoyado y de sus labios no había salido ninguna palabra, aunque la vida de Gerard no fuese un secreto.

—Gerard, mi buen amigo —saludó efusivamente al hombre y alzó los brazos al verlo salir del castillo—. Tanto tiempo…

—Es bueno verte de nuevo, amigo —correspondió el saludo con el mismo sentimiento—. Cómo envejeces de verdad —dijo burlón.

—No es mi culpa que tú siempre seas joven.

—Eso es porque me cuido —dijo engreído y ambos rieron.

—Por cierto, quiero presentarte a alguien. ¿Recuerdas a mi hijo? —preguntó con una gran sonrisa.

—Recuerdo a un adolescente.

—Bueno, ese adolescente ya es un adulto —comentó y abrió la puerta del copiloto para decirle a su hijo que bajara, pero no estaba. Lo buscó con la mirada hasta que lo vio tomando fotografías con su cámara hacia el castillo—. ¡Frank! 

—Ya voy. Lo siento, pero el castillo es muy hermoso —explicó al aproximarse.

Gerard le vio con atención, recordaba a aquel niño tímido que se vestía de negro y escapaba de su casa para pasear por los campos. Lo había visto muchas veces caminar entre sus jardines. El joven que miraba ahora tenía 25 años, su cuerpo estaba cubierto por algunos tatuajes y su sonrisa era eclipsaste.

—Hola, conde Gerard —saludó tratando de ser respetuoso.

—Llámame Gerard —pidió con una sonrisa que mostraba sus dientes pequeños.

Frank bajó la mirada apenado, se había sonrojado. Su padre lo notó y le miró confundido; quizás necesitaba contarle a su hijo que el conde Way no era indicado para él.

FRERARDTOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora