15°- Monroeville

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Monroeville, AlabamaOctubre 1998      Había momentos en los que Frank cerraba los ojos y podía visualizarse en su antiguo hogar, su antigua vida

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Monroeville, Alabama
Octubre 1998
 
 
 
Había momentos en los que Frank cerraba los ojos y podía visualizarse en su antiguo hogar, su antigua vida. Antes de que las cosas comenzaran a torcerse. Cuando Gerard era solamente un amigo más, no el verdugo en el que se había convertido. El eterno e intenso amor de su vida. Cuando en su mente había problemas de un niño, cuando su madre estaba a solo unos pasos de distancia y no lo miraba con odio. O con miedo. Cuando las cosas eran mejores, o simplemente normales.

Cuando octubre significaba el mejor mes del año, y no el aniversario de tantos hitos terribles en su vida. Recuerdos que de solo pensar le erizaban los vellos del cuerpo. Y que de alguna u otra forma tenía que acallar antes de que se apoderaran de su cabeza. Usualmente con drogas, adormeciendo todo. Ayudándole a existir en una realidad en donde tanto él como Gerard se habían convertido en monstruos.

Y aún adormecido, no podía evitar observar los movimientos de Gerard. Con su mirada tan fija y los labios presionados en una delgada línea, con las manos cubiertas de sangre y ese gesto en su cara que sólo le dedicaba a los momentos de sadismo extremo. O intenso éxtasis.

Con tal experticia en sus movimientos que parecía haber nacido con el don de descuartizar el cuerpo de un pobre vendedor puerta a puerta que había logrado cabrear a Gerard luego de insistir quizás demasiadas veces en venderles un seguro de vida. Con el alza de crímenes, teniendo en cuenta la peligrosa área en donde vivían, con los asesinatos que iban en ascenso desde hace algunos meses…

—¿Me escuchaste?

Frank parpadeó un par de veces y alzó la cabeza. Sus ojos se habían quedado fijos en la extremidad que de forma para nada ceremoniosa había caído al suelo de linóleo repleto de manchas marrones. Había sangre manchando las patas de la mesa y ya casi llegaba a la asquerosa alfombra de la sala. Sacudió la cabeza y saltó desde la encimera de la cocina para acercarse a Gerard. A veces, con la diferencia de tamaño, la diferencia de edad y según repetía Gerard, la diferencia de sus capacidades mentales, se sentía como una especie de Igor acompañando a su maestro, el Doctor Frankenstein.

—Te dije que me ayudes. Me estoy hartando de hacer todo solo, Frank —Gerard agregó, como si pedir ayuda para deshacerse de una persona fuera lo más normal del mundo. Aunque en cierto modo, para la vida que llevaban, lo era.

    Frank solo asintió y tomó un sucio costal que en un mejor tiempo había sido de color blanco, y lo sacudió. Luego se agachó para tomar la larga pierna que había caído al suelo. Aún con su calcetín puesto. Tenía estampada la famosa carita feliz en el tobillo. A Frank se le revolvió el estómago pensando en cómo había sido la vida de ese pobre tipo antes de toparse con la maldita puerta del apartamento que compartía con Gerard. Se lo imaginó en una tienda escogiendo los calcetines que traía puestos. O quizás habían sido un regalo de cumpleaños, de alguien especial, con un significado especial. Le comenzaron a escocer los ojos, a veces le sucedía eso. Y para remediar la sensación dejaba escapar un par de lágrimas, intentando que Gerard no se diera cuenta.

—¿Qué te pasa? —preguntó Gerard.

    Le estremecía saber que Gerard podía leerlo tan bien. Ni siquiera lo había visto a la cara, demasiado concentrado en los cortes que realizaba en el tórax del cadáver frente a él. Frank sentía que no tenía privacidad alguna pues con solo sentir su respiración, o fijarse en su lenguaje corporal, Gerard siempre sabía cuando algo no andaba bien con él, y por lo general, lo usaba en su contra.

—No voy a preguntar de nuevo.

—No me pasa nada —respondió Frank, atropellándose con sus propias palabras. Sintió la penetrante mirada encima suyo y tragó saliva, incorporándose para poder mirarle propiamente a la cara—. Es solo que…

—¿Qué…?

—Ya casi es Halloween, y...

—No me he olvidado de tu cumpleaños, Frank. Por quién me tomas —Gerard le interrumpió con una sonrisa dibujada en sus labios. A veces le ponía nervioso ver tales expresiones en su rostro.

Sacudió nuevamente la cabeza, bajando la mirada. Y volvió por un momento a los pensamientos en los que había estado atrapado antes de que Gerard le pidiera ayuda. No estaba esperando su cumpleaños, quizás en algún momento de su vida había sido una fecha que le alegraba e incluso se sentía afortunado por cumplir años justamente en el, según él, mejor día del año, pero ahora no significaba nada realmente. Era solo un día más. Un año más. Y los años no paraban de llegar.

—Quiero celebrar Halloween, es tonto pero… me hace mucha ilusión —se permitió admitir en voz alta, aún cuando no era capaz de admitirlo siquiera para sí mismo. Era otro de los poderes que Gerard tenía sobre él. Era capaz de extraer de él los sentimientos que tenía más escondidos, tal como si se tratara de trozos de carne de los cuerpos que constantemente desfilaban por su mesa.

    Frank le miró a la cara. Gerard había vuelto a bajar la mirada a la mesa, en donde yacían cada vez menos partes del cuerpo del vendedor de seguros de vida. Frank desvió la mirada de inmediato. Había ratos en los que sin darse cuenta sus ojos viajaban hacia los cadáveres, y casi podía sentir que los ojos sin vida de las desgraciadas personas se le quedaba mirando fijamente.

—Si quieres podemos ir a comprar una calabaza cuando terminemos con esto —respondió Gerard.

Había un tono cálido en su voz. Y Frank sintió como sus labios temblaban y sus comisuras amenazaban con alzarse. Se cubrió la boca con la mano libre y asintió lentamente. Era bizarro pensar en el contexto de aquella oración, y mucho más sentirse contento por ello. Pero no podía evitarlo.

Esta vez Gerard no tuvo que indicárselo, Frank simplemente volvió al piso para poner todos los trozos del vendedor que entraran en el viejo costal y luego los llevó hacía el pequeño y único baño del apartamento. Dejó el costal al interior de la sucia bañera y luego tomó un trapo desde el suelo, casi se podía sentir sonriendo nuevamente. Se dedicó a enjuagar el trapo y con éste todavía húmedo fue de regreso a la sala para limpiar la sangre fresca bajo la mesa del comedor. Gerard ya estaba guardando una selección de trozos en bolsas dentro del refrigerador. Y podía sentir el terrible olor de la carne despegándose de los huesos del cráneo del vendedor gracias a la lejía.

—Toma las llaves del auto, vamos a ir a un huerto de calabazas —dijo Gerard.

    Frank alzó ambas cejas. Cuando Gerard le había prometido una calabaza se imaginó comprando una en la tienda de conveniencia a unas calles de distancia, o quizás robando una de algún jardín comunitario cercano. Pero un huerto de calabazas era una experiencia completamente diferente y esta vez no fue capaz de contener la sonrisa que se formó en su cansado rostro. Sin decir nada fue a la habitación a buscar las llaves, tomó una vieja chaqueta para protegerse del frío y se llevó también, por qué no, una vieja cámara instantánea que se había conseguido hace algunos años, con el cartucho aún intacto porque, a pesar de todas las experiencias de una sola vez en la vida que había tenido, realmente no había algo que quisiera conservar para la posterioridad.

    Cuando regresó a la sala, Gerard ya se había lavado las manos y lo esperaba junto a la puerta, con su chaqueta de cuero favorita encima y unos lentes de sol para proteger sus ojos. El gesto en su rostro ya no era terrible, y ya no provocaba miedo. Por unos momentos era solo un muchacho de veintipocos con la misma ilusión por revivir recuerdos de tiempos mejores y crear nuevos recuerdos junto a él. Y Frank sabía que sería capaz de hacer lo que fuera con tal de ver esa versión de Gerard de nuevo, aunque fuera por un par de segundos. Y también, por momentos así no le daba miedo admitir que lo amaba, y podía sentir que Gerard, a su propia manera, también lo amaba.

    Y eso era suficiente para él.

FRERARDTOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora