Rutina II

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Athena

-Venga lenta, que vamos a llegar tarde.- Dijo Marco con gesto aburrido, jugando con una goma de pelo que tenía en la mesilla.

-Que ya voy, que caga prisas.- Contesté mientras me ponía una zapatilla a toda velocidad.

-¿Caga prisas? Tenemos que andar quince minutos para llegar y faltan justo quince, y no has terminado.

-Bueno, pues corremos un poco y hacemos ejercicio.

Sonrió y vi que mi comentario le había hecho gracia.

-¿Correr tú? Si al minuto ya estás que escupes un pulmón.

-Ja ja, vaya, qué gracia.- Ironicé poniendo los ojos en blanco.

-Vamos, anda.- Me cogió de la mano, mi mochila y me fue arrastrando por las escaleras de mi casa.

Cuando por fin llegamos, habíamos tenido que acelerar mucho el paso, Marco estaba como si acabara de estar sentado sin hacer nada. Yo como si hubiera corrido un maratón, claro.

Nos fuimos a nuestras clases, que por lo menos, quedaban en el mismo pasillo. 

No tenía ninguna clase con Marco o Irene, ya que yo me había especializado en Ciencias y ellos en Letras, así que me tocaría intentar socializar para ver con quien hacía grupo en los proyectos.

Me senté sola, en la segunda fila, mientras el resto se iba sentando a mi alrededor. El asiento vacío que tenía a mi derecha me hizo hundirme más en la miseria.

Todo el mundo juntos con sus amigos y yo sola, qué depresión.

Un chico de ojos color marrones y pelo negro se dejo caer en la silla que tenía a mi lado.

Tenía una sonrisa preciosa y me daba buenas vibras.

-Hola.- Me saludó con esa sonrisa.

-Hola.

-No te molesta que me siente contigo, ¿No?

¿A mí? Si estoy más sola que la una.

-Qué va, tranquilo.

-Bien, soy Adrian, un gusto.- Extendió la mano, y con una sonrisa se la acepté.

-Athena, igualmente.

Dejamos de hablar cuando el profesor, un señor mayor de pelo blanco, ojos oscuros y gafas de pasta negra, comenzó a hablarnos sobre lo importante que era el respeto, porque una chica le había dado un golpe en el hombro a su compañera de mesa porque la había insultado.

Después de clase, una muy aburrida en la que nos decían cómo sería este nuevo curso, de que esto no era bachillerato, y que dábamos nuestros primeros pasos a la adultez y más cosas de ese estilo, tenía la cabeza enterrada en mi taquilla, estaba dejando los mil libros que nos habían dado para este año escolar, cuadernos, y pegando en la puerta el horario escolar.

Una mano fría me agarró del brazo y dando pasos hacia atrás, cerré la taquilla por impulso.

Me dieron la vuelta y mi espalda quedó contra la taquilla. Una mano se colocó bruscamente al lado de mi cabeza, y me di cuenta que unos ojos verdes me miraban fijamente.

-¿Qué quieres, Tiago?- Contesté irritada.

-Así que te han dicho mi nombre y todo, ¿Eh? Qué detalle.

-No te creas que te tengo miedo por lo que sea que hayas hecho.

-Tranquila, enana, que no te voy a robar mucho tiempo.- Ignoró mi comentario.

Una Sola MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora