I.

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Su pierna se movió inquieta ante la expectativa de lo podría suceder, sus ojos verdes viajaban una y otra vez hacia la puerta de salida y de ahí hacia el gran reloj que estaba arriba del pizarrón que los maestros utilizaban para sus anotaciones

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Su pierna se movió inquieta ante la expectativa de lo podría suceder, sus ojos verdes viajaban una y otra vez hacia la puerta de salida y de ahí hacia el gran reloj que estaba arriba del pizarrón que los maestros utilizaban para sus anotaciones.

No estaba escuchando nada de lo que el profesor estaba diciendo y no podría importarle menos. Se sentía fuera de si misma, sin poder mantenerse centrada en nada más que salir de ahí. Bajó la mirada hacia sus manos que jugaban con su goma para borrar, despedazándola en pequeños pedazos, hasta que una mano cubrió la suya, evitando que siguiera haciéndolo.

Los ojos verdes se levantaron, encontrando el color ámbar atrapándola.

—Cálmate un poco

—No puedo, la espera es eterna.

Él presionó su mano con la suya, en un gesto de consuelo.

—Todo estará bien.

Anya observó la mano masculina sujetando la suya en un gentil gesto, los dedos entrecruzándose con los suyos. Contempló la mano de Damian Desmond, aquellos que de alguna manera se habían vuelto tan grandes y varoniles. Ese simple gesto logró que ella olvidara el motivo de sus nervios e inquietud.

Ese era el poder que Damian tenía sobre ella desde hace un par de años.

Cuando Anya entró al Edén con la misión de acercarse al segundo hijo del Donovan Desmond, doce años atrás, su objetivo era volverse su amiga, algo que había considerado demasiado complicado al ser una persona inaccesible y complicado con sus acciones y pensamientos. Era eso o centrarse en ser una alumno imperial, algo que a palabras de  Loid, era imposible.

Anya se fijó a si misma a hacer cambiar de opinión a su padre, centrándose en ambas alternativas. Esa es la manera en que un espía pensaba, tener dos planes por si alguno salía bien y había funcionado. Al menos la parte de llevarse bien con Damian. Se habían hecho cercanos con el paso de esos años, siendo compañeros de clase y de alguna manera natural, comenzaron hablar más, relacionándose y se volvieron lo suficiente cercanos para que él ahora se sentaba a su lado.

Su relación se había estrechado de tal forma que esas acciones eran normales en ellos. Cuando Anya estaba nerviosa, triste o sentida por alguna cosa que no podía controlar, Damian siempre estaba ahí, a su lado. Tomaba su mano de esa forma y toda la preocupación que ella sentía, se esfumaba. Solían comer juntos, eran equipo en todas las asignaciones y solían estudiar juntos. Aunque Anya debía admitir que eso había funcionado por el cambio que Damian había sufrido con el tiempo.

De niño tenía aquella actitud contraria entre sus acciones y sus pensamientos que la confundían de sobremanera. Él dejó ir aquella barrera que le impedía a Anya acercarse y su amistad fluyó con facilidad, a pesar de que él aún muy de vez en cuando dejaba en claro que era torpe o atolondrada, siempre haciendo el duro. Aunque en el fondo Anya había conocido a un Damian Desmond muy diferente, amable, cálido y atento con ella, al grado de ayudarla a estudiar en cada uno de los exámenes que tenían. A pesar de que no tenía el tiempo suficiente siendo un alumno imperial desde hace un año atrás, y fue por eso que Anya se aferró a la idea de lograrlo. Damian la había ayudado a estudiar duramente esos últimos meses, consiguiendo un incremento notable en sus calificaciones. Y hoy, saliendo de clases, iría a la administración para saber si había logrado obtener la ultima Stella que le hacía falta para poder ser una alumna imperial.

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