2. Cadena de eventos.

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Capítulo 2.

Me abracé a mí misma para tener un poco de calor. Fue en vano: mi cuerpo estaba más gélido que nunca. Di un gran respiro, tratando de contener el fuerte latido de mi corazón. Fue en vano: estaba más desbocado que nunca. Traté de desviar mi mirada de Eric. Fue en vano: todo, en ese momento, lo que podía ver, era él.

Arrancó el carro, y el chillido de neumáticos y de la lluvia fue lo único que sonó por algunos segundos, quizá casi minutos. Estaba casi segura que él podía sentir mi mirada fija sobre la suya, porque los momentos que pasamos en silencio, veía como las comisuras de sus labios constantemente cuando lo veía de soslayo, y como sus ojos se dirigían hacia mí. Debía de ser la única que estaba envuelta en el misterioso e incómodo silencio, porque todos los músculos de Eric estaban completamente relajados, sobre todo sus manos sobre el volante del carro.

Nota: nunca te subas al carro de alguien con quien has tenido un amor platónico desde los diez años. Demasiado. Incómodo.

No era la primera vez que iba en su carro. Sin embargo, esta vez era distinta: siempre iba en el asiento trasero, subiendo y bajando la ventanilla mientras Eric platicaba con mi hermano efusivamente. Era como si no existiera en esos momentos para él. O, más bien dicho, como si Eric no existiera para mí. Siempre trataba de acoplarme a las pláticas que compartía con mi hermano, pero yo simplemente contestaba con gemidos y asentimientos. Algo muy característico de mí. El simple hecho de hablar con él y decir algo torpe me despavoría.

—Y dime...— hizo una larga pausa y mordió su labio; yo hacía lo mismo cuando hablaba antes de pensar lo que iba a decir—. ¿Cómo está tu mamá?

Buena jugaba, Eric.

—Bien— dije tajantemente, sin querer sonar de esa manera.

Hizo un leve gesto de disgusto y decepción, como si hubiera esperado que dijera algo más. Después, hizo un pequeño asentimiento sin quitar la mirada de la calle. Fue en ese momento que me di cuenta que lo estaba viendo de nuevo, y volví mi mirada de nuevo hacia la calle tormentosa y pluviosa.

—Casi nunca está en casa, normalmente solo somos Nick y yo—agregué, tratando forzosamente de no sonar menos cortante, y haciendo algo parecido a una conversación. Era algo demasiado injusto: normalmente, yo hablaba y hablaba, tanto que cuando invitaba amigas a mí casa, Nick venía a mi habitación y me decía que ya me callara, pero al estar sentada en ese momento, era como si todas las palabras de mi vocabulario hubieran sido borradas.

—Lamento escuchar eso— dijo amenamente.

Me encogí de hombros.

—Me he acostumbrado a eso conforme los años han pasado. Han pasado más de seis años desde el divorcio, pero aun así— cerré mi boca de inmediato, y apreté mis manos contra el asiento, tragando con fuerza... Un divorcio no tenía nada que ver con lo que a él le había sucedido. Era como tratar de comparar la potencia de un océano con un lago, o de un trueno con un rayo.

No sé qué pensaba en ese momento: si se enojaría, o si simplemente terminaríamos envueltos en un incómodo silencio. En cambio, lo único que hizo fue desviar un poco la mirada de la calle y volverse hacia mí, con una triste sonrisa. En ese momento me di cuenta que, si algo no cambia el tiempo naturalmente, son las sonrisas.

—¿Y tú? ¿Cómo lo llevas?— preguntó, después de volver la mirada hacia la calle. Algunos niños corrían hacia sus casas, algunos estaban mojándose y riendo, tal y como nosotros lo habíamos hecho aquel día que... le dije a mi propia mente que callara. Suprimí el recuerdo. No puedo decir lo mismo del dolor—. Nick y yo no hablamos de cosas tan personales y nunca llegué a preguntarte como te sentías. Lo siento por eso, por cierto.

1. Venturas de la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora