Peor relación de la historia.

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Capítulo 31.

Éramos todo y nada a la vez: labios, manos, desesperación, y lo que nunca habíamos dejado relucir antes: lascivos, adolescentes hormonales en medio de la oscuridad.

No sé porque lo hice, porque no me aparté o tan siquiera porque él se acercó a mí y me besó, pero lo besé de vuelta: puse mis manos alrededor de su cuello para acercarlo aun más hacia mí, al mismo tiempo que el dejó caer una mano de mi rostro, mientras acunaba mi rostro con su otra mano, y la bajaba hacia mi cuello, solo para atraerme aun más hacia él, pecho contra pecho.

Terminé pegada contra el vidrio del elevador, al mismo tiempo que seguíamos besándonos, no tan castamente como nos habíamos besado antes. No era un beso de los primeros, no era de ese tipo de besos que le contarías a tus hijos, o de ese tipo de besos que te reconocen a ti mismo; era ese tipo de besos que quien por completo tu respiración, que te hacen olvidar el mundo en el que estás viviendo.

Y si alguien me preguntaba cómo había sido, no diría que era bueno besando, o diría los detalles, simplemente diría algo: que todo se olvidaba. Porque era cierto, ni siquiera recordaba mi nombre en ese momento.

Aunque todo el mundo estaba sobre nosotros, el piso parecía haberse roto en dos de nuevo, como aquella fobia, estábamos en un lugar demasiado pequeño solo vistiendo pocas ropas y todos los años se parecían acumular en un propio segundo, resaltando las personas que no éramos, Eric no hizo ningún movimiento provocativo o lascivo de mas, que demostrara que quería llegar a otro paso.

Nos seguimos besando por lo que pudieron ser horas: sus labios presionando los míos con desesperación de años al principio, inexpertos como los míos, con vigor al mismo tiempo, hasta que creció y se debilitó al mismo tiempo por desesperación de horas, lo que se convirtió en simples roces lentos sobre mis labios.

Lentamente, separó sus labios de los míos, y lo pude escuchar sonreír. Abrí mis labios, enfocándolo segundos después enfrente de mí, sonriendo.

Elevó su mano derecha.

-¿Te refieres a este anillo?

El anillo de su padre estaba puesto alrededor de su dedo, resplandeciendo más de lo que recordaba que había resplandecido anteriormente.

No pude decir nada más que ladear mi cabeza, confundida y soltar un gemido.

Tenía que estar bromeando.

-Lo tomé cuando fuiste al baño; lo dejaste sobre tu bolsa y temía que lo perdieras- explicó-. Te lo dije, pero creo que no me escuchaste porque te estabas durmiendo camino a Goer.

Toda la histeria creció en mi, arremolinandose en una gran barrera de frustración que cedió dentro de mi interior, y mis gritos lo hicieron de nuevo:

-¡Como es que no me dijiste, Eric! ¡Sabias que yo estaba dormitando, sabias que yo no estaba bien de salud, sabias que estaba preocupada! ¡¿Cómo es que no lo dedujiste!? ¡Fuiste ganador al macanazo de la persona con mejor promedio en el colegio! ¡¿Cómo no lo pudiste inquirir, simplemente?!- le grité, enojada-. ¡Te estuve evitando por todo ese tiempo porque pensé que te enojarías! ¡Pensé que me matarías y luego tirarías mis restos a los cerdos! Por cierto, ¿sabías que los cerdos se pueden comer todo en el cuerpo de un humano, inclusive los huesos?- elevó una ceja y las comisuras de sus labios bailaron; sacudí mi cabeza-. ¡Lo que sea! ¿¡Porque nunca me dijiste nada!? ¡Sabías que estaba rara por algo!

-¿Por qué siempre estás rara, Ann?- sugirió el, sin poder contener la sonrisa que se quería escapar de sus labios desde tiempo atrás-. Y sí te dije cosas. Te pregunté más de una vez que qué te estaba sucediendo, pero tú me ignoraste más de una vez lo que sucedía. Y luego estuvo lo de las llaves del carro... eso si me perdió completamente. Pero eres tú, así que no le di mucha importancia.

1. Venturas de la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora