3. Las crónicas de la odisea más larga hacia el viaje a un pupitre.

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Capítulo 3

Después de asegurarme de que Eric regresara a su casa desde mi ventana, un acto demasiado acosador, bajé hasta mi cocina y comencé a hacerme la comida de la tarde en el microondas.

Me preparé una sopa instantánea y un burrito precalentado. Saqué el burrito con mi mano derecho, sintiendo todo el calor que emanaba contra la palma de mi mano y echando inhalaciones porque quemaba. Caminé hacia el lavabo y tomé un plato de cerámica del escurreplatos. Este, de inmediato, gracias a su humedad, cayó hacia el suelo rompiéndose en miles de pedazos. Solté un gruñido y lancé el burrito sobre la barra de la cocina. Miré mi palma de la mano, que tenía un manchón carmesí y solté otro gruñido. Lentamente, agarré otro plato con las dos manos, tomé el burrito y lo puse sobre el plato. Con aun más cuidado, tomé el plato hondo con la sopa, y subí al cuarto de computadora, donde chequé mi blog y comí.

Cuando terminé de comer, fui directo a mi habitación, dejando los platos sobre el escritorio de la computadora. Intenté llamar a mamá para preguntarle cuando regresaría a casa, pero la única respuesta que recibí fue escuchar el timbre de su celular a lo lejos. Lo había olvidado. Me puse mis audífonos y comencé a escuchar música de mi reproductor hasta que caí dormida.

Mi vida era así de monótona.

No lo notas, pero siempre es así: te levantas de una mañana, para el simple hecho de ir a la escuela, y cuando estás ahí, solo quieres salir. Cuando llega el momento de salida, y con eso el momento de ir a casa, solo quieres ir a la cama y dormir hasta la mañana siguiente. Ya no hay sueños, deseos, expectativas. En un momento, sencillamente paran: la vida se vuelve plana, día tras día, hora tras hora, esperas por el final de día, pero tienes miedo de que las cosas cambien.

Y luego, algo sucede que te saca complemente de la línea recta, te lanza a un carril pedregoso, y comienzas a vivir una historia que trae de vuelta todo lo perdido.

— Nellie, Nellie, Nellie— alguien decía una y otra vez, en alguna de las dos dimensiones en las que me encontraba.

Me despabilé de golpe, zarandeándome en mi cama.

— ¡Ah!— grité al ver a Nick acostado al lado de mí, sonriéndome estúpidamente.

— Hola, Nellie— picoteó mi estómago una y otra vez. Su cabello estaba desordenado, su sonrisa era más amplia que nunca.

— Estaba dormida— gruñí molesta, porque sabía que aunque lo intentara, no podría volver a dormir. Era uno de los defectos más grandes que tenía: cuando dormía y despertaba (fuera noche o día) ya no podía dormir más, y más si dormía en la tarde. Estuve más que segura que, en esa noche, no dormiría.

El maldito insomnio de nuevo.

— Para dormir existe la noche.

— Y para entrar a mi cuarto existe la puerta—mascullé y enterré mi cara en mi almohada. Solté un gruñido cuando di la media vuelta, y mis audífonos me asfixiaron. Me zarandeé en mi propio colchón, y desaté mis audífonos de mi garganta. Con la almohada aun sobre mi rostro, agregué—: Solo porque compartamos baño, y que ese baño conecte nuestros cuartos, no te da permiso que entres a mi cuarto sin permiso.

Soltó un bufido y me pegó en la cara con otra almohada.

— Estabas gritando algo sobre plátanos mutantes o algo así— me siguió golpeando, hablando con la misma voz chillona— en cierto modo, te salvé. Agradéceme.

Levanté mi cara de mi almohada y lo vi con incredulidad. Me sonrió, vivarachamente.

— ¿Gracias?

1. Venturas de la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora