Capítulo 29

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Los días siguientes pasaron con demasiada rapidez para Bill. Cada mañana llegaba a la empresa y Gustav se encargaba de planificarle la agenda en vista que a David solo le importaba no verle la cara. Solía tener siempre una sesión de fotos, con Tom tras la cámara y por la tarde le salía algún que otro desfile o promoción.

Y por las noches...a la salida del trabajo se iba con Tom a tomar algo y para cuando regresaba Robert le esperaba ya metido en la cama. Algunos días estaba despierto y le hablaba del duro día de trabajo que había tenido y lo cansado que estaba. Otros, estaba dormido profundamente y entonces se acostaba a su lado dando rienda suelta a las lágrimas que sentía aprisionadas en su garganta.

Y día a día la salud de Robert empeoraba, apenas salía de casa y ya no trabajaba. David tomó el control total de la empresa y Gustav cargaba a Bill de tanto trabajo que apenas le dejaba tiempo para respirar.

Por eso la primera tarde que Bill tuvo libre le remordió la conciencia y se quedó en casa haciéndole compañía a Robert. Se echó a su lado en la cama y cogiendo el libro de poesías que Robert tenía siempre sobre la mesilla se acomodó contra su pecho y en voz baja le leyó.

—Lee tu poema—pidió Robert con voz ronca.

Bill asintió sonriendo y buscó la página. Era el poema preferido de Robert, le gustaba leerlo o más bien recitarlo con la mirada clavada en él, sintiendo cada palabra que salía de sus labios como una promesa de amor eterno.


Mi amor es como una rosa

nacida en el mes de junio,

igual que una melodía

que se canta dulcemente.

Mi amor por ti es tan intenso

como tú misma belleza.

Y para siempre he de amarte

aunque el océano se seque.

Aunque el océano se seque

y se derritan las rocas

siempre he de seguir amándote

mientras la vida prosiga (*)


Dejó de leer al cabo de unos minutos, no era el poema adecuado para el momento. Suspiró y dejando el libro a un lado alzó la mirada y vio que Robert se había quedado dormido. Se incorporó tratando de no despertarle y le besó con suavidad en los labios.

Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, eran las 4 de la tarde y Robert dormiría hasta las 6 por lo menos. ¿Qué iba a hacer esas 2 horas? Miró a su derecha, su móvil descansaba sobre la mesilla y lo cogió sin pensárselo dos veces mandando un mensaje cuya respuesta recibió de inmediato.

Sonrió mordiéndose el labio y tras echar un último vistazo a Robert asegurándose de que estaba bien tapado salió del dormitorio y fue directo a la cocina. La señora Murphy fregaba los platos usados en la comida y preparaba la cena.

—Me ha surgido un trabajo de última hora—explicó Bill con falso pesar—Tengo que irme y no volveré hasta la hora de cenar.

—Vaya, pensaba que era tu día libre—comentó la señora Murphy suspirando—Trabajas mucho, ve con cuidado o caerás enfermo.

Un amor verdaderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora