Capítulo 36

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Dos días después Tom sentía que iba a estallar de un momento a otro. No había vuelto a llamar a Bill tras la última vez, el mensaje había quedado alto y claro y no le había dejado opción a que le explicara. Se moría por ir a su lado, por consolarle sabiendo que se sentía solo sin nadie a su lado.

Esa mañana había tenido una interminable sesión de fotos con Georg, quien había sido elegido para casi todos los trabajos que Bill había dejado. Cuando al fin pudo librarse de él salió un momento al parking a tomar un poco de aire. En esos momentos llegaba Gustav y tras dejar el coche bien aparcado salió de el junto con Dunja.

Tom la saludó, viendo como entraba corriendo murmurando que llegaba tarde. Gustav se quedó a su lado y sacando un paquete de cigarros le ofreció uno que Tom no aceptó.

—¿Qué tal está...Robert?—preguntó, rectificando el nombre en el último segundo.

Quería preguntarle por Bill, pero lo lógico era que preguntara por el estado de salud del señor Miller.

—Es cuestión de días—contestó Gustav suspirando—El doctor Lang me explicó bien la situación, lo único que pueden hacer ahora es dejarle morir en casa como Robert ha pedido y administrarle toda la medicación necesaria para que no sufra. Es...es muy duro para Bill, solo espero que cuando pase no esté solo.

Tom maldijo por lo bajo, ¡lo que daría por estar a su lado! Consolándolo en esos momentos tan tristes. Pero no podía hacer nada, ni siquiera una simple llamada donde le informaran... Tendría que permanecer en alerta, sabía lo que tenía que hacer sin que nadie se lo dijera...



Nada más despertar esa mañana Bill fue corriendo a ver a Robert, le halló despierto con la cara girada hacia la ventana. Anne había tenido la amabilidad de descorrerle las cortinas para que admirada las vistas.

—Buenos días, cariño—saludó entrando en la habitación.

Caminó hacia la cama y se inclinó sobre ella, besando con suavidad a Robert en los labios.

—¿Has dormido bien?—preguntó sentándose en el borde.

Robert asintió con la cabeza y sonrió con esfuerzo. Sentía una leve opresión en el pecho, pero no quería comentárselo. Se le veía muy preocupado y sabía que cuando la medicina hiciera su efecto se le pasaría.

—Si no has desayunado, me tomo un café contigo—dijo Bill levantando una mano.

La llevó a su cara y le acarició la mejilla con suavidad. Estaba recién afeitado, también se había ocupado Anne de eso. Se sintió un poco incómodo, que no compartieran ya cama no quería decir que se hubiera olvidado de sus necesidades. Quería ser él quien le cuidara, no...no una perfecta extraña.

—No tengo hambre—murmuró Robert.

—Bueno, es pronto—dijo Bill tratando de sonar natural—Más tarde. Ahora si quieres que hagamos algo...

—¿Recuerdas donde está mi libro de poesías?—preguntó Robert de repente.

—Sí...arriba, en el cajón de tu mesilla—contestó Bill sonriendo—¿Quieres que te lea un poco? Subo a por el y...

—¡No!—cortó Robert con cierta brusquedad—Con que recuerdes donde lo guardé me vale. No quiero que se pierda, es un regalo tuyo.

Bill asintió y viéndole cerrar los ojos se quedó a su lado en silencio sin apartar la mirada de su cara. En los últimos días parecía que había envejecido años, tenía el pelo más canoso y diría que le notaba algunas arrugas.

Un amor verdaderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora