Capítulo 35

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Cuatro días después una ambulancia trasladaba a Robert a su casa. En ese tiempo Gustav se había encargado de seguir las instrucciones del doctor Lang y aparte de la señora Murphy que seguiría ocupándose de limpiar la casa y preparar la comida, se contrataron 2 enfermeras que atenderían al enfermo, una para el día y otra para la noche.

En todo ese tiempo Bill no se movió del hospital y cuando entró con Robert en el apartamento se quedó con la boca abierta. El salón había sido transformado tal y como le había dicho, los muebles habían sido retirados y guardados en un guardamuebles propiedad de David que cedió amablemente.

En su lugar había una cama de hospital donde Robert ya estaba acostado. A un lado de la pared habían un par de máquinas a las que estaba conectado, que vigilarían sus constantes vitales y le ayudarían a respirar cuando se sintiera agotado. Del otro lado había una mesita blanca y sobre ella todas las medicinas que Robert tenía que seguir tomando.

—Bill, ahora que estamos en casa quiero que descanses un poco—dijo Robert desde la cama—Llevas estos días encerrado conmigo en el hospital y tienes mala cara. Date una ducha, come algo y acuéstate.

Bill quiso negarse, pero sabía que Robert se preocuparía si le veía mala cara y fatigado. Empezaría a preocuparse y se fatigaría al ver que no le hacía caso.

Asintió con la cabeza y tras despedirse con un breve beso en los labios le dejó al cuidado de su nueva enfermera. Fue al dormitorio que ya sería solo para él y tras dejar sobre la mesilla su móvil y cartera se fue a dar una ducha rápida.



Cuando terminó regresó al dormitorio envuelto en un albornoz blanco. Se sentó en la cama mientras se secaba el pelo con una toalla y entonces sus ojos se clavaron en el móvil. Lo había apagado para que no molestara a Robert en el hospital y aunque presentía de quién iba a ser ciertas llamadas perdidas, lo encendió.

Al momento vio reflejado en la pantalla el nombre de Tom junto con un 8 a su lado, el número de veces que le había estado llamando sin respuesta alguna. También tenía varios mensajes de él y de otros diseñadores amigos suyo y de Robert que le deseaban una pronta recuperación.

Envió un mensaje de contestación para todos en donde les daba las gracias y comunicaban que ya le habían dado el alta y estaba en casa. Sabía que en los próximos días Robert recibiría más de una visita, era muy querido y al menos le irían a ver más que su propio hijo, que desde que fuera ingresado no había vuelto por el hospital.

Se vistió con un cómodo chándal y fue a la cocina donde para asombro suyo la señora Murphy le recibió con un afectuoso abrazo.

—Tómate la sopa antes de que se enfríe—dijo la señora Murphy sonriéndole con amabilidad—Y de postre he hecho natillas.

Bill le devolvió con esfuerzo la sonrisa y comió lo poco que su revuelto estómago le permitió. Luego y aunque Robert le había ordenado que descansase, regresó a su lado. La enfermera, una chica de unos 35 años y de nombre Anne se levantó de la butaca donde estaba y se la cedió.

—Se despertó hace unos minutos y también comió—explicó Anne en voz baja—Ahora está descansado, en 2 horas le toca tomarse la medicina y vendré a ponérsela. De todos modos, pasaré cada 30 minutos a ver sus constantes, si te quieres ir a dormir puedes hacerlo con total confianza. No me moveré de la habitación para nada.

—Gracias Anne, me gustaría quedarme unos minutos a solas—dijo Bill suspirando.

Anne asintió y tras comprobar que la vía estaba en su sitio y funcionaba la mascarilla de oxígeno salió del salón dejando las puertas entornadas.

Un amor verdaderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora