Paciencia

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Charlie llegó por la tarde del trabajo y abrió la puerta de mi habitación sin miramientos, mientras me hablaba con severidad.

—Me llamaron del instituto porque hoy tampoco fuiste, tuve que decirles que estás enfermo. No puedes seguir faltando a clases —me volví hacia la mancha que era Charlie en mi puerta, ni siquiera lo podía ver bien —. Demonios, Beau, ¿qué te pasó?

—Si te hace sentir mejor, no mentiste. Me enfermé de verdad, creo que sólo es gripe —contesté arrastrando las palabras con esfuerzo, tenía la garganta muy inflamada.

—¿Quieres que te lleve al hospital?

—No, sólo quiero dormir. No había Tylenol.

—No, no hay. Iré a la farmacia —cerró la puerta y seguí durmiendo el sopor de la fiebre.

En algún momento de la noche regresó y me dio una pastilla con un vaso de agua, pero prácticamente me la tomé dormido. Por la mañana volvió a aparecer para preguntar si necesitaba algo antes de que se fuera a trabajar, pero le dije que no y me di vuelta en la cama.

Más tarde me desperté de nuevo con algo frío sobre mi frente. Se sentía bien. Me revolví un poco, inquieto, y la cosa fría dejó de tocarme.

—¿Beau, estás despierto?

Reconocía ese susurro. ¿Ya era de noche otra vez? Abrí los ojos lentamente, todo estaba borroso, los tenía llenos de lagañas. Me las quité con la mano sintiéndome asqueroso. Genial, sólo eso faltaba para que Edythe volviera a irse, que me viera en ese estado. La luz del día entraba por la ventana así que había venido antes.

Sentí como su mano me acariciaba el cabello y deseé que no lo hiciera. Lo tenía sucio y sentía todo el cuerpo húmedo de sudor.

—Sé que quedamos en vernos por la noche, pero en cuánto llegué a casa Archie me avisó que te ibas enfermar. Claro, estabas todo mojado y en esa horrible alcantarilla hacía mucho frío. Y yo te abracé todo el tiempo, qué egoísta...

—Deja de culparte, igual y lo vengo incubando desde que me tiré al mar...

—Supongo que es posible. ¿Cómo te sientes? —preguntó tocándome la frente de nuevo —. Estás ardiendo en fiebre.

—Fatal. Me duele todo. Sólo quiero darme una ducha, pero no siento siquiera que me pueda levantar —contesté tapándome los ojos con el brazo.

—Eso es porque estás débil, creo que desde el último avión no comes nada. Pensé en lo que me dijiste...

—Dije muchas cosas —murmuré adolorido.

—Sobre que no sé cocinar. Le pregunté a Carine qué comen los humanos cuando están enfermos y me dijo que lo más común es sopa de pollo y puré de papa, por lo suave. Así que busqué la receta en internet, fui a la tienda, compré las cosas y estrené la cocina de mi casa —sonaba muy orgullosa.

—¿Y cómo quedaron? —pregunté tratando de sonreír, apreciaba el esfuerzo.

—¿Cómo voy a saberlo? No lo puedo probar. De hecho, lo más seguro es que haya quedado horrible —comentó insegura.

—De todas formas, no me sabrá a nada. Cuando se tiene gripe, la comida deja de tener sabor —murmuré.

—Es porque pierdes el sentido del olfato —explicó.

—Ya sé. Oye, te agradezco el esfuerzo y la comida. Bajaré a comerla en un rato, pero... —me detuve, no quería hacerla sentir mal —. Creo que es mejor si vuelves mañana cuando esté mejor.

—¿Crees que me pueda contagiar? —preguntó con sorna.

—Ja, ja, muy graciosa. Sólo no quiero que me veas así.

Luna Nueva (Versión Vida y Muerte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora