El principio de todo

Un sueño

Al principio Amery fue hacia Europa junto a Aisling, platicando con ella y haciendo de su viaje uno más entretenido.

Le sacó conversación durante la travesía notando que ella era muy agradable y servicial, algo temida pero no se limitaba a hablar o a hacer algo, lo que hacía que se viera tierna.

En ese trayecto intercambiaron historias. Él le contó gran parte de la suya, omitiendo ciertas cosas "no tan importantes" pero sin intentar ocultar nada.

Aisling escuchó atentamente su historia, comentando diversas partes preocupada, sorprendida, curiosa, incrédula y divertida, también esperanzada y soñadora. Tras escuchar gran parte de sus historias empezó a llamarlo "Fred" en vez de "Amery".

Cuando él preguntó por qué, ella respondió: – Fred tiene un bonito significado y... creo que te describe mejor. – Con tranquila, para luego apresurarse a decir que, si no le gustaba, con gusto lo llamaría "Amery" con algo de preocupación a que se molestara.

Él sonrió divertido diciendo que era el cambio emocional más espontaneo que había visto, luego dijo que lo llamara como más le gustara, de igual forma, a través de los años había tenido miles de nombres y no le daba tanta importancia a eso. Ella exhaló tranquilizándose para seguir caminando a su lado, tiempo después ofreció que se podría llamar "Fred Amery", de esa forma ella podría decirle "Fred" de cariño. Él volvió a sonreír, diciendo que lo pensaría, pero que antes quería saber su nombre antes de "Aisling"... Curiosamente no tuvo respuesta para eso.

La chica confesó que Aisling era el primer nombre que le habían dado, antes de eso no había tenido ninguno, siempre fue llamada como "hija", "chica", "Señorita" o "Niña". Amery recordó lo del burdel, así que preguntó por su historia.

Ella empezó a contar que en Irlanda no había tenido las mejores de las suertes, aunque la habían acogido unas personas de buen corazón, vivían llenos de deudas, mismas que muchas veces hacían que su madre tuviera que hacer ciertos trabajos en la noche para compensar los escasos ingresos de su padre quien trabajaba muy duro, solo que su trabajo no era recompensado como debía.

Creció con pocas cosas, sin posibilidades de ir a una escuela, pero sus padres se esforzaron en enseñarle, le daban lo necesario, siempre la cuidaron con mucho amor y atención diciendo que, aunque fuera difícil, querían verla firme y hermosa porque eso era lo que era. Sabían plenamente que ella estaba destinada a algo grande, sabían que algo la nombraría con un hermoso nombre, así que evitaron ponerle uno, ya que para ellos seguiría siendo su hija, no importaba el nombre que tuviera.

Ella los apreciaba y los amaba de la misma forma, siendo de cierta forma su motor para soportar las adversidades. Entendía que estaban pasando por momentos difíciles, pero para ella fue una época feliz y alegre, hasta años después. Cuando apenas tenía 12, su madre enfermó.

Una extraña enfermedad la había alcanzado, obligándola a caer en cama sin fuerzas para resistir. Al no tener alguna posibilidad de comprar medicinas empezaron a hacer remedios caseros, los cuales fueron capaces de mantenerla y casi de curarla, casi.

Su padre también terminó contagiándose de la enfermedad, lo que hizo que las dosis de medicina casera se dividieran por la mitad, de esta forma los mantendría estables, pero solo fue cuestión de tiempo a que la enfermedad ganara.

Durante ese tiempo ella tuvo que buscar trabajo para por lo menos pudieran comer algo, pero fue rechazada de muchos por el hecho de que pudiera contagiar al resto de trabajadores, aunque ella nunca presentó los síntomas. Aun así, siguió buscando trabajo, siguió intentándolo, día tras día.

Un día por la madrugada, sus padres le dijeron que estaban muy orgullosa de ella, feliz de haberla encontrado, que no se preocupara, que siempre estarían para ayudarla a seguir. Ella recordó triste que sus últimas palabras fueron. – Algún día, brillaras más que las estrellas. – para después sonreír con serenidad y fallecer al mismo tiempo frente a ella, acostados y en silencio.