Las cosas claras

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Todo lo que duró el trayecto en taxi desde la casa de Eliza hasta el hotel, lo ocupó pensando en la puta noche que acababa de tener. En cuánto tiempo hacía que no la pasaba tan pero tan bien y, por sobre todo, en cuándo había sido la última vez que alguien la había excitado de esa manera. Fue ahí cuando se dio cuenta que nunca nadie la había calentado así y que nunca se había encontrado en la situación de no saber qué parte besar o tocar primero en un cuerpo ajeno.

Porque lo quería todo; quería tocarla por cientos de lugares distintos a la vez y cuando besaba sus labios se volvía loca y pensaba en lo mucho que quería besar su cuello y entonces lo hacía, pero después llegaba la necesidad de que sus labios alcanzaran otro punto y ahí iba, mientras sus manos no dejaban de recorrerla. ¿Su cuerpo? Era el paraíso, de verdad. Tenía tantas curvas en donde perderse que terminaba mareada por el deseo.

Cada vez que se acordaba de lo insistente que se puso con sus pechos sentía que las mejillas le ardían de la vergüenza. ¿Qué habrá pensado? ¿Qué tenía alguna fijación particular? Bueno, algo de eso había, pero nunca lo tuvo tanto como con ella. ¿Y su boca? Debería estar prohibida una tan sexy que además venía acompañada de ese jodido lunar. Unos ojos azules que le hacían una mirada intimidante y unas manos que, por Dios, ¿cómo era posible que unos dedos tan chiquitos pudieran dar tanto placer? Madre mía, Eliza, el combo perfecto adornado por dorados cabellos que había comprobado que eran súper suaves al tacto, además.

Se acordó también de lo bastante pasiva que había sido, porque todo había que reconocerlo, y ahora mismo se encontraba deseando un segundo encuentro para poder reivindicarse y mostrarle a esa rubia lo que sabía hacer. Eso trajo el recuerdo de Eliza cogiéndosela duro y acto reflejo apretó fuerte las piernas, bendito truco, mientras se removía inquieta en el asiento esperando por la segunda charla que daría la rubia en el congreso.

Cuarta fila, claro.

Había lugar en la tercera pero ni loca le daba el gusto. Todavía faltaban unos minutos para que empiece y su cabeza estaba un poco monotemática porque de nuevo volvía a recordar la noche del viernes y el momento en que la sorprendió en la barra del bar. «El beso», le había susurrado casi al oído y no supo qué había sido más fuerte, si el sobresalto o la electricidad que le recorrió por la espalda al escuchar esa voz tan de cerca. Unas ganas de darse vuelta y decirle «el beso, si, el beso que quiero darte desde que te vi y que te estás tardando en darme», pero al final sólo le salió girarse y casi perder el habla cuando se la encontró tan cerca. La excusa de que habían ido ahí por una cuestión de distancia le quedó perfecta y muy natural, será porque a lo mejor la había ensayado unas diez veces de camino al bar.

Y mejor ni recordar cuando la besó... Bueno, aunque por recordarlo un poco nadie iba a morirse, ¿no? Total, todavía la charla no había empezado y María estaba entretenida con su celular, seguramente hablando con el chico que había conocido anoche.

En fin... El beso. Ufff, sí, el beso. Lo había deseado tanto que por un momento se abrumó ante aquello y le nació de la nada escaparse a los baños, porque tanta necesidad la había descolocado un poco y de repente pensamientos que no tenían que aparecer aparecieron, zamarreándola un poco. Pero por suerte la rubia la había seguido y su huída terminó con ella arrinconada contra la pared, besándola y tocándola como nunca lo había hecho con nadie. Si no hubiese sido por esas dos chicas mirando a lo mejor hasta se la cogía ahí mismo, porque ganas le sobraban. Tan sólo unos segundos de esos labios y supo que quería terminar la noche en su cama haciéndole de todo y por eso no dudó en aceptar la invitación a su casa. Con María ya lo habían hablado y su amiga le dejó bien en claro que si se iba sólo le avisara y nada más, que no se preocupara por ella y sabía que era cierto porque aquella mujer era súper sociable, le encantaba su libertad y era algo implícito en cada salida que hacían juntas eso de "no te preocupes por mí si te sale otro plan". Aquellas mil quinientas cosas que se había imagino hacerle a Eliza medio que se le quedaron en el tintero porque no contaba con que terminaría siendo tan activa, insaciable y demandante.

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