Todo lo que quiero tener está a tu lado

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ALYCIA

Dos meses habían pasado y con eso se cumplían ocho desde que la había conocido. Ocho meses en los cuales la había llorado y amado a partes iguales. Ocho meses de los cuales muchos habían estado basados en mentiras, luego llegaron sus mayores verdades con una nueva despedida, la más dolorosa de todas, y de nuevo los mensajes, las charlas, empezar a dar vueltas en círculos viciosos que no la ayudaban en nada, a solamente sobrevivir. Porque de eso se trata, ¿no? De sobrevivir. Ahora el problema era que hasta eso le costaba, sobrevivir, porque hacía cuatro días que no hablaba con ella, era viernes por la noche y quería estar metida en su cama durmiendo hasta que un mensaje de Eliza, arrepentida de cortar todo lazo con ella, llegara a su celular. Si no era eso que no fuera nada, que la dejaran seguir durmiendo y si el mundo reventaba no le importaba, porque un mundo sin noticias de la rubia no le interesaba en lo más mínimo.

Maldijo el momento en que se dejó llevar y no pudo parar esa conversación que terminó con ambas gimiendo al teléfono. Lo maldijo y lo amó al mismo tiempo, porque haberla sentido así fue... Uff, dos o tres escalofríos seguidos le recorrieron el cuerpo al recordarlo. Deseaba tanto escucharla suspirar, jadear... Decir su nombre y saber lo excitada que estaba por ella, ser consciente del deseo por tenerla, saberla mojada, empapada, agitada, acariciando su propio cuerpo imaginándose que eran sus manos. Se había vuelto completamente loca, en serio, de esos momentos que uno intenta explicar y se queda a mitad de palabra, o tartamudea, o no sabe cómo armar una oración que exprese las sensaciones vividas porque todo parece poco, nada le hace justicia. ¡Es que se le había erizado cada puto poro de la piel, por Dios! Con ella vivía sensaciones que nunca había vivido... Desesperaciones por las cuales nunca había pasado. Es que... No había forma de ponerlo en palabras. Ese "algo" que la recorría de pies a cabeza, ese "algo" que le cosquilleaba en la punta de los dedos de las ganas de tocarla, ese "algo" que le ardía en los labios por querer besarla. ¡Y era literal, mierda! Sentía el cosquilleo, el ardor, el dolor en las manos por querer acariciarla y si plasmaba la imagen de sus dedos enredándose en su pelo rubio, le parecía sentir aquellos mechones entrelazándose entre ellos, la suavidad, el olor que desprendían. Si imaginaba la punta de su nariz recorriendo la sensible piel debajo de su oreja, el perfume parecía llegarle a través del pensamiento. La tenía tan metida en su cuerpo, por fuera y por dentro, que un mínimo esfuerzo era suficiente para verse invadida por su presencia.

Aquellas irrefrenables ganas de estar con ella le impactaban físicamente, porque a veces la pensaba tanto que terminaba tensionada, con la mandíbula apretada, las manos en puños y los ojos cerrados fuertemente en un intento de contenerlo todo dentro, de no gruñir colérica y terminar tirando de un manotazo las cosas de encima de su escritorio si aquel sentimiento la agarraba trabajando, o de golpear el colchón de su cama si era en momentos de descanso, o tirar el control remoto del televisor contra la pared si se encontraba distraída pasando canales sin mirar, porque todo lo abarcaba ella, aquella mujer metida 24/7 en su cabeza, mareándola, confundiéndola, estremeciéndola, volviéndola jodidamente loca. ¡Mierda! Era tan frustrante querer tenerla y que no sea. Y cuando ese sentimiento que la atrapaba en una inofensiva violencia contra cualquier cosa inerte que tuviese delante, sentía una corriente eléctrica dentro de su cuerpo para nada agradable, como una tirantez, una tensión, una cuerda que está siendo tirada de sus puntas y que la llenaba de impotencia al saber que ella, y nadie más que ella, era la única que podría liberarla de aquel malestar. Pero... Era tarde. Ya la había perdido, otra vez, y decirle que estaba cansada de perderla había sido otra de sus mayores verdades. Lo irónico era que si la seguía perdiendo era solamente por su culpa y era ella misma quien se permitía perderla. Irónico, ¿verdad? Una estupidez, ¿cierto? Trágicamente gracioso, porque la solución la tenía ella y sin embargo la buscaba en otros lados. "No, no, por acá no, mejor por allá", se decía, cada vez que el camino que sabía que debía tomar se le aparecía delante de sus narices, con un cartel de neón que dibujaba una flecha enorme en color rojo, parpadeante, indicándole cuál era la puta salida a su desgracia y se quedaba estática, con la boca entreabierta y reflejada en sus pupilas aquella flecha. Pero cuando miraba un poco más allá de aquel camino y veía quiénes la estaban esperando, a quiénes debía cruzarse, un escalofrío le sacudía el cuerpo llegando hasta los hombros, negaba con la cabeza, se abrazaba a sí misma y tomaba un camino alterno en donde nadie la esperaba, ni siquiera Eliza. Y le dolía. Y lloraba. Y se frustraba.

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