Se llama Eliza

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💚💙💚💙

Si su vida fuese un libro este capítulo sería, sin dudas, el más dramático de toda su historia.

Había llegado a esa conclusión mientras estaba sentada en el sillón del living, con una copa de vino en la mano, la mirada perdida en el malbec y rodeada de un silencio ensordecedor como pocos. Rodeada de recuerdos de Gonzalo y de sus años compartiendo aquella casa que hoy le resultaba extraña. Fría.

A veces le parecía verlo en algún rincón; cocinando mientras cantaba alguna canción de rock haciendo del cucharón un micrófono, saliendo del baño envuelto en una toalla, sentado a la mesa del living rodeado de papeles o esperándola en la cama para besarla antes de dormir.

No era fácil porque lo quería demasiado y, a veces, también lo extrañaba. Pero no era un extrañar romántico ni se asemejaba a eso. Era un extrañar de lo cotidiano y lo mundano. De sus días, de sus cosas, de sus charlas. De llegar y verlo, o si no estaba, esperarlo para cenar. De levantarse con el rastro de su perfume entre las sábanas si ya se había ido o de sentirlo a su lado abrazándola. Del olor a crema de afeitar en el baño y el café listo que siempre le dejaba. De las costumbres, los detalles. De él y su mirada dulce que había sido pisoteada por el recuerdo de las últimas que le dedicó, llenas de tristeza y melancolía, producto de un corazón partido y un alma ausente. De Gonzalo sin ella y el dolor que aquello le provocaba, de saberla perdida, de ser consciente de que no había vuelta atrás.

Revolvió el vino dentro de la copa y por dentro también se le revolvieron los recuerdos de la última vez que lo vio, sentados en ese mismo sillón, llenando el silencio con llantos y verdades y el espacio con apretones de manos, caricias en las mejillas y un beso de despedida que los partió en dos. Se perdió rememorando aquella charla, con un nudo en la garganta y la sensación de haberlo roto para siempre.

—Estos días quise entender mejor las cosas, Alycia. Te juro... Te juro que intenté justificarte, echarme la culpa de todo, buscar en qué fallé, sentirme un idiota por...

—Gonzalo...— lo interrumpió, apoyando una mano en su pierna y buscando su mirada—. Nada, absolutamente nada de eso sirve. Porque no tengo justificación ni tenés culpa de que haya pasado lo que pasó... Sólo...— "sólo no pude manejarlo y las cosas se dieron así", quiso decir, pero el cliché le sonó tan gigante y tan vulgar para una relación de once años, que se calló. A veces hay cosas que no son necesarias de decir.

—¿No sos vos, soy yo?— le dijo, sonriendo irónicamente y con la vista fija en el piso. Al parecer iba a ser imposible salvarse de los clichés por mucho que los esquivara.

—Yo...

—¿Por qué nunca me lo contaste?

—Tenía miedo.

—¿Miedo de qué?

—De todo.

Se miraron por unos segundos, ella con culpa, él con pesar. El contacto visual se rompió cuando Gonzalo agachó la cabeza, negando, y se llevó una mano a sus ojos. Lo escuchó sorberse la nariz y ya se iba haciendo una idea de cómo iba a afectarle a ambos el rumbo de la conversación, pero si algo debía ser era valiente, responder cada pregunta y serle sincera era lo menos que se merecía.

—La confianza en una relación es todo, Alycia... Y si hay algo que me está matando no es tu infidelidad, es el saber que no confiaste en mí, que no pudiste contarme todo lo que te pasaba...— la miró con lágrimas cayendo por su mejilla y sintió el peso de lo que acababa de decir. Un peso que le empujaba el pecho hacia atrás y por inercia se llevó una mano porque el dolor era real. Empezó a llorar con él porque se estaba dando cuenta de que a Gonzalo le dolían otras cosas mucho peores que haberlo engañado. A Gonzalo le dolía sentir que en once años no había podido ser su amigo además de su marido; dolores que pasó por alto y que jamás se había planteado.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora