Parte sin título 18

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Cómo hacía dos años a mi hijo le faltaban diez días para cumplir los dieciocho y volvió a repetir la operación. Llamó a la puerta y esperó el pase de rigor, pasó, se sentó y le dijo a su padre lleno de convicción.

-Te he sacado el bachillerato con sobresaliente, he sido el primero de mi promoción, firma mi ingreso en la academia.- Tenía seguridad en los ojos.

-¿Qué cuerpo vas a coger?- Puso la pluma en la hoja de ingreso.

-Fuerzas especiales, como tu.- Dijo orgulloso.

-Entonces no dejes la carrera de Ingeniero en Telecomunicaciones e Informática y entra de sargento, ya que quieres ser uno como yo entra con mando.- Le impuso.

-Son tres años y el máster, tendré veinte y tres años, seré demasiado viejo para pasar las pruebas físicas.- Veía como su padre le volvía a negar su sueño.

- Serás sargento, hijo.- Se sentó en el brazo del sillón del muchacho y le cogió la cara.- Un soldado acata una orden, por muy tonta o estúpida que le parezca pero un oficial la da y si el oficial se equivoca a tu madre le dan una bandera. Seriozha hazme caso, acata mi orden y yo mismo te enseñaré de que material está hecho un Led čovek.

-¿Con una pistola como la tuya?-¡Qué verde estaba!

-No hijo ya no dan pistolas como la mía, pero cuando llegues a capitán será tuya. Anda vete a casa y dile a tu madre que vaya poniendo la mesa yo voy enseguida.

El muchacho salió convencido, otra vez y él había ganado cuatro años. Quizás se le pase en este tiempo. No quería su vida para su nene, él todavía era inocente y había conseguido cuatro años más de inocencia. Inocente, inocente yo por creerlo, mi hijo ya tenía su sitio en la gloria.

Cuando uno no quiere que pase el tiempo este se escapa cobardemente. Mi hijo hizo lo que le prometió a su padre, la carrera de ingeniero en telecomunicaciones e informática en New York. Me alegró que los dos hermanos se llevaran tan bien y eso que los separaba dieciocho años de diferencia y mi Seriozha era casi de la edad de mi nieto Sergei. Lo alojó en su casa en el primer piso con sus nenes. Victor estuvo callado.

Poca cosa pasó esos cuatro años. Mi marido llegó a los sesenta, pero todavía tenía porte, le gustaba seguir machacándose en el gimnasio, ya no como hacía diez años pero seguía su rutina. Las visitas a la Ruber ahora eran obligatorias cada seis meses, su oncólogo particular como él llamaba a su yerno se lo había aconsejado. Decía que tenía que mirar esa próstata, pura rutina.

La familia creció mi Jose tuvo a su Alejandra, mi Sheila tuvo a su Sofía y mi Vanessa tuvo a su Mihailo. Pero no todo fue tan...bucólico a Misha lo trajeron tres años después de que Seriozha se fuera a New York en un avión médico directo de Egipto, vaya susto que nos dio.

Un franco tirador hizo blanco desde una azotea y le clavó una bala en el pulmón izquierdo después de atravesar el chaleco antibalas, le rompió hasta la escápula. Me quedé con mis nietos, Sergei acompañó a su hija en el hospital el tiempo que su marido estuvo en la UVI, unos diez días luego nos fuimos turnando los tres meses que pasó allí para recomponer el hueso de la escápula. Desde que se fue hasta que subió las escaleras de su casa la vela que poníamos cada vez que se iba de maniobras estuvo encendida rodeada de un rosario.

Cuando mi hija llegó a la UVI su padre la tuvo que sujetar la imagen que vio de su marido no era para menos, como cuando yo vi al mío en Praga cuarenta máquinas dando cuarenta lecturas de su cuerpo, no le quedaba orificio que no hubiera sido mancillado y como a mí el médico le dijo a ella que se encomendara a Dios porque su marido estaba en sus manos. Al cuarto día despertó. Mi marido le tenía cogido de la mano, él quiso besarla.

HISTORIA DE UN ENGAÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora