Cap. 13: Incertidumbre.

174 26 8
                                    

Draco estuvo esperando impacientemente en su casa desde que llegó de la escuela. Dobby lo seguía con cansancio a todas partes, asegurándose de que no tomara el teléfono de la casa y llamará a su papá para exigirle que se diera prisa. El mayordomo y su papá ya lo han regañado por eso, cada vez que Draco quiere algo no puede simplemente llamarlo en cualquier momento, debe esperar a que él regrese a casa, solo entonces Draco podía hacer un berrinche más estable.

A las seis de la noche, Draco estuvo correteando desde la puerta de entrada hasta la sala, con la nota que le dio Hermione en la mano.

—Dobby ¿ya va a regresar? — preguntó, por cuarta vez en dos minutos.

El mayordomo recogió las almohadas de los muebles que cayeron al suelo, las mismas que Draco tiró al suelo en desesperación. Dobby lo miró con fatiga.

—Draco, ya te dije que tu papá puede regresar más tarde. Hoy su horario es irregular.

Draco hizo un mohín, enojado, y dio grandes zancadas para encerrarse en el cuarto de su papá. Quería cerrar la puerta en las narices del mayordomo y tomar otro de los teléfonos fijos en la casa pero, como siempre, Dobby leyó sus acciones y antes de que el niño le azotara la puerta en la cara, entró al cuarto y tomó asiento en uno de los muebles azules que su papá tenía junto a la puerta. Draco sintió las ganas de gritarle atascadas en su pecho, pero si su papá se enteraba de su rabieta hacía Dobby, lo castigarían por un mes.

Sin más remedio, suspiró con cansancio y comenzó a vagar en el cuarto de su padre, imaginando a cada minuto que él entraría por la puerta. Se acercó a la gran ventana y miró hacia abajo sin temor, por cinco minutos intentó adivinar cuál de todos los autos que cruzaba cerca del edificio era de su papá, pero falló en todas sus suposiciones cuando tomaban una ruta distinta al estacionamiento.

Draco estaba aburrido ahora, y cuando un él esta aburrido, se convierte en un fisgón de primera mano. No le importó que Dobby estuviera ahí, mientras se alejara del teléfono, el mayordomo ya no interferiría, así que comenzó a dar vueltas por toda la habitación, abrir el armario y cada cajón que viera disponible. Su papá tenía organizado todas sus cosas por colores y telas, su ropa menos formal estaba oculta de la vista en cajoneras de madera, al igual que todas las joyas de valor que poseían. Draco abrió el último cajón, donde sabía que las joyas de su madre se encontraban; las miró con una sonrisa y pasó sus dedos por ellas, la que más le gustaba era un collar incrustado con diamantes y rubíes. Podía imaginar a su mamá usándolo y pensaba que sus ojos brillarían casi tanto como las joyas. Cerró el cajón, sintiendo que su humor se había estabilizado y comenzó a vagar por el resto de la habitación, entonces se detuvo en las mesitas de noche junto a la cama.

En la mesita de la derecha había una lámpara fija blanca, junto a ella un marco con una foto de Draco. Sintió una oleada de orgullo al verse a sí mismo y luego abrió el cajón de la mesita. Lo primero que pensó Draco es que no había nada interesante, ahí estaba el nuevo libro que su papá estaba leyendo (uno que jamás le leería a Draco porque seguramente era de terror) y otros papeles sueltos. El cajón era aburrido, sin nada nuevo para el niño, pero cuando este intentó cerrarlo, los papeles sueltos se tambalearon hacía la izquierda y dejaron ver la esquina de una fotografía.

El niño frunció el ceño y apartó las cosas que estaban aplastando la foto. Era extraño que su padre decidiera tener una fotografía suelta y no en el álbum familiar, pero, incluso cuando logró sacarla y tomarla con las dos manos, se dio cuenta de que era diferente a las del álbum; el tamaño era pequeño y había un espacio en blanco que tenía letras muy pequeñas escritas. Draco entrecerró los ojos y jadeó de sorpresa al darse cuenta que en aquella foto se encontraba su papá, mucho más joven y sonriendo con tanta alegría a otro chico.

Luz de EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora