La exquisita reunión era elegante, el instituto Aihara había desplegado semejante presupuesto para la reunión de antiguos alumnos donde la frivolidad y las mentiras eran el tema del alarde del futuro de los presentes. Siempre será primero sorprender con éxitos a los demás para demostrarse a sí mismos y a los demás de quienes son y lo que valen. Mei Aihara lo sabía, demasiado bien, vivía rodeada de todos esos idiotas fanfarrones que esperaban impresionarla con algún buen currículo que terminaba siendo falso apenas intentaban hablar de algún tema que requería más de diez neuronas juntas.
Odiaba esas malditas reuniones pero el motivo por el cual estaba allí era el volver a ver a la única persona de la cual estuvo enamorada. Aun en sus labios estaba la sensación de los labios de Yuzu sobre los suyos, en su piel hormigueaban sus manos y en su intimidad la humedad del recuerdo de su última noche juntas. Había sido en un viaje clandestino a la playa cuando ellas hicieron el amor para sellar sus sentimientos por la eternidad. Mei había apostado por su relación pero a la semana, sin siquiera dar explicaciones, Yuzu se marchó sin decirle adiós.
Aunque se había ido, Mei recibía cartas de Yuzu. Nada de mensajes o algún correo electrónico, solo eran cartas con distintas postales. Mei no pudo evitar evocar a su padre, quien le mandaba las mismas cartas de su viaje al mundo y que ella no había querido leer en demasiados años. Aprendiendo de esa experiencia, había leído cada carta de Yuzu apenas la tenía en sus manos y lloraba al final de cada una, puesto que siempre firmaba: "siempre tuya, Yuzu. Quien anhela volver a tu lado". Mei no comprendía nada, Yuzu no la tendría que extrañar si volvía a su lado, así ambas podrían reunirse y jamás separarse.
Mei nunca conoció el motivo por el cual Yuzu se había marchado sin decirle nada o despedirse de ella. Yuzu jamás lo menciono en sus cartas, solo le relataba sus vivencias y como la imaginaba a ella trabajando o de lo que llegaba a sus oídos. Mei tenía la rabia en su corazón, al parecer todos mantenían el contacto por teléfono con Yuzu menos ella, nadie le quería decir palabra de la rubia y la mantenían en la maldita ignorancia por algún extraño motivo que no comprendía y que deseaba hacer. Siete años de aquello, a sus veinticuatro años, la vida no había cambiado demasiado porque estaba a cargo del instituto, su abuelo jubilado y ella a cargo de la familia, algo que siempre hizo así que la rutina se implanto como una yaga que no mejora pero tampoco jode.
Intento contener el repentino sentimiento de autoconocimiento de su penosa situación. De como al pasar de los años no se había hecho nada de su vida y que solo cumplía con su deber familiar sin falta. Yuzu estaría meneándole la cabeza con lastima, el espíritu libre de su amante ante las responsabilidades que nadie quiere era parte del encanto que la enamoro demasiado. Un esclavo envidia a sus amos por sus derechos, aunque Yuzu no era su ama en ese sentido, si era superior ante su voluntad de luchar por lo que deseaba y amaba. Ese conocimiento de Yuzu la había consolado, en su mente el sentimiento de que estaba esperando por su príncipe azul que salió al mundo por la cabeza del dragón para impresionar al rey y padre de la mujer que deseaba. Por eso la había esperado todos esos años, siempre silenciosa pero paciente.
-Tus ojos hablan por tus labios, ¿es de nuevo esa anticipación de verla?
El atractivo hombre le sonrió mientras le ponía la mano en el hombro, Mei dio un pequeño respingo denotando la sorpresa que le dio el súbito comentario. Con una leve sonrisa le demostró que había acertado en su suposición.
-¿Es tan obvio? -le dijo sin poder evitar el tono tímido de una chica colegiala enamorada.
-Aparte de esa mirada y sonrisa, creo que ese hermoso vestido dorado es muestra de aquello. Aunque esperaba verte con uno verde. -le guiño el ojo. -Te sienta bien, es solo que... no, olvídalo. Te ves increíble, apuesto a que Yuzu lo amara.