El dolor le recorría el cuerpo. La sangre corría por su piel como una fina y cálida marcha escarlata mientras sus costillas rotas evitaban perforar sus pulmones, la jadeante necesidad de huir fue aplastada por la impotencia.
- ¿Eso es todo? -dijo Sun Wu agitando su espada. - ¿Tu convicción a traicionar al imperio chino es tan pobre que tan rápido estas de rodillas con expresión lastimosa? No me hagas enfurecer Zhi Chang, tú eres tan fuerte y ágil que podrías liderar un puñado de soldados y tomar al mundo bajo tus pies.
Con dientes apretados se puso en pie y empuño sus dagas con una pose defensiva. Sun Wu le observo algunos instantes y en un rápido movimiento ya estaba atacando al que una vez fue su pupilo predilecto. Las chispas que el metal producía al encontrarse, las maldiciones soltadas al fallo de su ataque, el sudor de un cuerpo poseído por la adrenalina y la convicción de que uno debía morir para dar por terminado el encuentro los motivaba a seguir con la lucha. Los soldados respectivos de sus causas los rodeaban con fascinación y miedo. Ambos eran un huracán violento en busca de sangre.
La regla de oro; el que ganara decidía sobre el destino del otro. Nadie debía intervenir o la deshonra vendría a ellos como un velo apestoso de putrefacción. Joon Taemin contuvo a sus compañeros, la pelea de su maestro debía respetar las normas, rezar y esperar era lo que podían hacer en pro de su comandante.
Zhi Chang repelía los ataques de Sun Wu a duras penas. Su maestro en verdad que era invencible como se presumía y ahora él debía encontrar una manera de encontrar una forma de derrotarlo. No tenia aperturas, sus movimientos eran rápidos y certeros a la cabeza y corazón. Sus manos estaban ya irritadas tratando de retener el mango de sus dagas para que no le abandonaran. Su traición tenia el nombre escrito de una sola persona y era-
-No podrás mantenerme más el ritmo. -dijo Sun Wu con aburrimiento. -En verdad que esperaba más de ti. ¿Acaso mis entrenamientos no rindieron fruto contigo?
En ese momento supo que debía hacer. No bloqueo el ataque de Sun Wu y la espada atravesó su estómago, aprovechando la sorpresa efímera en su rostro y cerebro enterró sus propias dagas en el muslo derecho y pulmón. Ambos se quedaron estáticos unos momentos y el primer cuerpo en tocar en suelo fue el del comandante de china.
El silencio reino en el campo de batalla. Nadie comprendido lo que estaba pasando y antes de que su alma escapara de su cuerpo se aferro a Zhi Chang desesperado.
-Has ganado. Tu corazón es puro y decidido. -sonrió con orgullo.
-Padre... -murmuro Zhi Chang sosteniéndolo con cuidado y lo puso en el suelo.
-Esa mujer por la cual estas haciendo esto es muy afortunado. Es lo único que te mantuvo en pie luego de la perdida de todo lo que tenías, ¿Cómo se llamaba?
-Mei. Aihara Mei. -respondió con lagrimas en los ojos. -Padre.
-Es la tercera vez que me dices padre desde que te acogí y di un nuevo nombre. -acaricio la mejilla de su pupilo. -Antes de morir, ¿me permitirías llamarte por tu verdadero nombre?
Zhi Chang tomo la mano de su mentor y la apretó con cariño para asentir. Las lágrimas fluían más rápido y en cantidades.
-Han sido los mejores diez años de mi vida, Yuzuko Okogi. Gracias por todos esos días tan alegres, que, aunque fueron pocos fueron los más felices de mi larga vida.
La ultima sonrisa de Sun Wu quedo grabada en su rostro. La vida que movía su cuerpo se escapo en el suspiro orgulloso que salió por sus labios resecos.
-Maestro. -dijo Yuzu conteniendo las lágrimas.
Reino el olor a sangre y el sabor de la carne muerta reinaba en el campo de batalla. Los estandartes ondeaban como la promesa de que la muerte aliviaría el dolor de los perdedores y heridos.