ENCUENTRO EN UN ANTRO

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Mei Aihara siempre fue la heredera ejemplar. Ningún escándalo, no bebía, fumaba o se drogaba. Calificaciones excelentes y desempeño formidable le dio la reputación necesaria para entrar con grandes recomendaciones al mundo de la alta sociedad, como su abuelo siempre quiso.

A sus 18 años estaba casada con el hijo de Udagawa Honke, Kentaro Udagawa. Era un joven tímido que adoraba trabajar en su cadena de restaurantes. Aun casados él no prestaba atención a otra cosa y Mei lo agradecía.

Mei en secreto odiaba a su abuelo, al legado familiar, a sus padres, al maldito legado Aihara que siempre se empeñó en enaltecer. Pero a quien más odiaba de todos era a ella misma. Se odiaba por no haberse negado a cumplir las órdenes de su abuelo, por no exigir a su padre cumplir el papel que tenía y a su abuelo por obligarla a ocupar un puesto que ella no quería. El miedo a decepcionar pudo más que sus sueños.

El costo de guardar silencio era sentirse miserable con su vida y despertar cada mañana deseando en silencio morir. Kentaro era amable todos los días, siempre atento por cortesía. Los esponsales venían integrados con la obligación de traer un heredero así que ellos tenían que copular para eso. Mei odiaba la sensación de las manos de Udagawa en su piel y como ese hombre la penetraba sin intensión de siquiera satisfacerla como mujer.

La vida monótona de ser esposa de alguien que no apreciaba en lo mínimo la volvía loca y Hotaru Mizushina lo sabía así que un día le dio la tarjeta para entrar a un antro. Un lugar donde iban los adolescentes o adultos jóvenes para olvidar su miserable vida y volverse lo que eran realmente. Mei se escandalizó al oírlo, era como ir a Sodoma y Gomorra a cometer pecados. Pero Hotaru le dijo algo que era verdad.

-Jamás pudiste experimentar la libertad de probar cosas nuevas. Cargaste en tu espalda la responsabilidad de ser perfecta. Ahora, mírate. Eres infeliz hasta el punto de desear morir. Aun no es tarde para probar aquello que se te negó. Piénsalo. Dios perdona pero el tiempo no.

Tenía razón. Era miserable y se hundía cada día más en el abismo de la soledad y depresión. Armada de valor fue a ese antro para poder probar el fruto prohibido y sabía que no podría lamentarlo.

Cuando llego era un lugar como cualquier otro, la entrada se veía decente y un guardia está en la entrada. La miro con molestia y ella simplemente extendió la invitación, él la vio y asintió conforme dejándola pasar. Era un pasillo oscuro con luces rosas, lo siguió hasta que unas escaleras le indicaron bajar y así lo hizo. El ruido comenzaba a escucharse fuerte conforme avanzaba.

Era un lugar mal ventilado, lleno de gente semidesnuda y el olor a alcohol, cigarrillos y sudor se apodero de Mei. Era una extraña sensación de atracción por el lugar así que una vez termino de bajar las escaleras dejo a la Mei Aihara perfecta y ahora solo quedaba puro instinto animal para guiarla.

Se acercó a la barra y tomo una cerveza. Sabia amarga, pero estaba fría, mientras bajaba por su garganta comenzó a sentir su cuerpo ligero y que agarraba un calor peculiar. Continúo bebiéndola y el sabor amargo paso a ser algo sin importancia. Una cerveza pasaron a ser cinco, luego diez, Mei no sabía que tenía una resistencia buena a esas bebidas hasta esa noche. Armada de valor gracias al alcohol se mudó a la pista de baile. Se abrió paso al ritmo de aquella pista electrónica, no pensó nada y dejo a su cuerpo expresarse.

Los hombres la miraron de inmediato, eran apuestos sin camisa. Cinco la rodearon mientras movían sus caderas al ritmo de Avicii, el nombre no importaba a nadie más que el sonido. Uno de ellos la rodeo con sus brazos mientras restregaba su cuerpo al de ella. Era incomodo pero creyó que era su parte mojigata hablando por ella así que ignoro la sensación y siguió bailando. Pero después fueron más hombres que se unían al anterior y la acosaban con intensiones nada amistosas.

Citrus oneshotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora