Los días del pasado revolotean en nuestra mente con una incesante constancia agobiante cuando se trata de soledad y tristeza. Mei recordaba la sensación de esa oscura negrura, el abandono y desolación de un mundo que solo te pide y nada da. Una familia rota que la abandono, siempre cumpliendo el deber al que creyó necesario someterse.
La gente nunca intento ayudarla, cerró los ojos y simplemente ignoro su dolor. Las sonrisas falsas para con ella no le provocaban ninguna sensación y simplemente la costumbre la mantuvo muerta en vida, ¿qué otra opción tenia? Amigos no existían, solo personas queriendo volverse cercanos a ella por conveniencia o capricho.
Un cielo gris y aire fría la seguían. Nada era colorido. Nada valía la pena.
O eso había sido antes.
Cuando conoció a Yuzu fue que los colores comenzaron a brillar, la calidez a envolverla y la risa formo parte de sus labios. Hacía tiempo que no conocía la felicidad tan genuina como esa, no era una falsa y quebradiza, sino una real y tangible. Era la luz verdadera. La niebla fue aclarada y el cielo tenía un azul bello. La vida entera había cambiado.
Los recuerdos de cuando estaban en el instituto vinieron a robarle algunas lagrimas, ver a su rubia prometida siempre tras de ella tratando de convencerla de tener una cita. Con Yuzu dedicándole canciones en el descanso, claramente irrumpiendo en el cuarto de medios donde se daban los anuncios. Las idas a la playa, al cine, a cenar, patinar, caminar... tantos recuerdos tan hermosos le reprocharon una misma cosa; "¿En verdad ella merecía a alguien como Yuzu en su vida?" No, no la merecía.
Mei no recordaba haber hecho algo lindo para Yuzu, ningún regalo, invitación o palabra que demostraran el amor que le tenía a su hermosa novia. Ahora que lo pensaba, ¿Yuzu por qué querría casarse con ella si era la persona más indiferente del mundo? Estas y muchas más preguntas le venían a la cabeza ¿qué tal y Yuzu se arrepentía en ese momento y decidía que no quería compartir su vida al lado de Mei? Ante ese pensamiento se tapo la boca y algunas lágrimas salieron de sus ojos.
-¿Mei? –la llamo Himeko tocándola del hombro. -¿Estas bien?
-Sí. –respondió y se seco las lagrimas. –Estaba pensando cosas.
-Oh... lamento interrumpir pero ya es hora.
Mei sonrió y se levanto. El hermoso vestido blanco brillo animado. La habitación del crucero de la familia Udagawa daría recibimiento para la boda y todos estaban esperándolos.
-No te preocupes, gracias. –dijo cariñosa y cerró los ojos para tomar aire. –Vamos.
-MeiMei... -la llamo con algo de temor logrando que Mei la mirara. –Yuzu te ama y lo sabes, deja de torturarte innecesariamente.
La expresión perpleja de Aihara dejo en claro a Himeko que no esperaba ese comentario, y tras unos instantes de duda sonrió, era una tan genuina que la deslumbro.
-Gracias, Himeko. –agradecida camino a la puerta.
Himeko la observo con silenciosa admiración y sonrió, dejaría volar al amor de su vida para que fuera feliz y no se arrepentiría de su decisión.
En la cubierta estaba esperándolas el sacerdote que trataba de acomodarle la corbata a un rubio de esmoquin, Mei soltó otra risilla divertida por la situación y le hizo señas a la orquesta para esperar un poco más. Sho Aihara, listo para entregarla al altar no podía creer que su hija se viera tan feliz. Miro a donde estaba el novio y una mueca indecisa reconoció el alivio que le ofrecía ver que alguien hacia feliz a su hija.
-Siempre me he preguntado que te enamoro de ese chico torpe, hija. –Sho le cuestiono curioso.
-Todo. –respondió de inmediato y miro a los ojos a su padre con una enorme sonrisa radiante. –Yuzu es sencillamente radiante, tanto como el sol, ilumina todo a su alrededor... Ella es la luz.