Algunos dirían que la vida de la mujer que estaba desnudándose frente al espejo era la mejor: tenía dinero por montones, era heredera de empresas y colegios, mantenía un alto estatus y respeto en todo Asia y, para rematar, tenía un esposo atractivo y de buen alma. Todos decían frente a ella: es afortunada, es usted la viva prueba de que los cielos bendicen. Sí, posiblemente era afortunada... pero ella no lo veía así. Su reflejo le regreso la mirada burlona, como de alguien que solo sabe compadecer al minusválido.
Entro a la tina con urgencia, tallo su cuerpo con la esponja y el rojizo reclamo de la piel por su fuerza empezó a sobresalir. Mei Aihara repitió el proceso unas ocho veces hasta que la irritación se volvió una leve abrasión que en algunas partes, en especial la parte interna de las piernas relució pequeños puntos de sangre. Se enjuago mientras sus ojos escurrían leves lágrimas de deshonra se deslizaron por las mejillas pero el agua las devoro con desesperación. Camino hasta el espejo, su desnudo cuerpo mojado estaba rojo pero poco a poco se volvió rosado y, al final, desapareció. Mei tenía los ojos perdidos hasta que el sonido de la llamada telefónica la sobresalto. Se giro y lo tomo con el alivio del pecado.
"Hola. ¿Dónde estás?" dijo la misma voz que había sido su delirio desde los últimos ocho años. "Mei, Mei, no me hagas esperar. Es nuestro día, aprovechemos MUY BIEN cada minuto."
La boca de Mei se secó, su lengua relamió los labios en un intento de contener las ansias que le provocaba ese tono áspero y orgulloso de su amante. Dio la vuelta, en su reflejo estaba una Mei totalmente reavivada, anticipada y emocionada.
"Mei, te estoy hablando. Respóndeme." El tono fue severo, ronco e irritado. Estaba molesto. Eso estaba bien.
-Lo lamento. Estoy en la ducha... Udagawa, él-
"Lo que tu esposo te haga no debería ser discutido conmigo, Mei Aihara. Sino lo que YO TE HARE una vez llegues a nuestra casa. Ahora apresúrate."
La llamada fue terminada sin dejar a la chica responder nada. Sin perder tiempo se puso la toalla y salió del baño. La enorme habitación la recibió con desaprobación pero no le importaba. Se vistió con un sencillo vestido negro de satén ajustado y se maquillo lo más sencillo posible. Una vez lista camino a la puerta y se encontró a su esposo.
-¡MEI! Querida, estaba esperándote. -dijo animado y se acercó a ella como lo haría un perro feliz. -Salgamos a pasear. A donde desees.
Udagawa estaba terriblemente enamorado de su esposa, de eso era consciente Mei pero ese mismo amor la acorralaba y asfixiaba. Sentía lastima por él, como también odio y rabia. Su esposo la tomo de las manos y las beso con devoción, sus ojos relucieron como fuegos generosos y su porte era de un caballero gentil y perfecto.
-Lo siento, pero saldré. -Respondió Mei alejando sus manos con irritación.
El porte de Udagawa vacilo. Se notaba herido y temeroso, las preguntas de siempre estaban en su garganta pero no salieron. Intento Tocarla pero Mei se alejó. Ya no lo soportaba, él sabía que le daba asco su toque, su voz y presencia. Mei no lo amaba de ninguna manera pero la lastima hace la magia que el amor no, y es que ella se quedara a su lado porque sin ella, moriría.
-No lo hagas. Quédate conmigo. Hare lo que quieras, comprare lo que anheles y te obedeceré siempre.
Su esposo se lanzó contra ella y la abrazo. Deposito besos en su mejilla con ternura, una que se volvió en asfixia para Mei. Ella lo aparto.
-No. Ya sabes a donde iré. Si no te parece, puedes firmar los papeles que te he dado y terminar este infierno. -le dijo con voz ahogada en el desprecio.
-No te dejare nunca. Te amo. -sus labios temblaron. -Yo... entiendo. Yo te esperare, por siempre. Eres mi vida, Mei.
Ella asintió, quiso agregar algo cuando la puerta fue tocada. Una sirvienta abrió y de inmediato apareció con expresión dura.