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Cuando la noche envolvió el entorno con su manto de oscuridad, Wei Wuxian salió sigilosamente de su habitación y se aventuró hacia las afueras del clan Jin. Había trazado un plan para escapar, esperando pacientemente la llegada de la noche. Los grilletes que aprisionaban al Wen Ning no eran insuperables, y confiaba en que, si le pedía que las manipulara con suficiente destreza, podría liberarse y, al llamar a su aliado, lograrían escapar juntos.

Sin embargo, antes de que pudiera llevar a cabo su plan, una figura emergió de las sombras y lo sujetó por los hombros. Alarmado y temiendo que se tratara de una criatura peligrosa, Wei Wuxian intentó alcanzar su flauta como medida de defensa. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, su preciado instrumento fue arrebatado de sus manos y lanzado a la distancia. Con el corazón palpitando de temor, Wei Wuxian miró a su atacante, inquieto por lo que podría suceder a continuación.

—Patriarca —dijo Wei Wuxian, su voz temblorosa reflejando una mezcla de alivio y preocupación—. Necesito tu flauta, debo sacarlo de allí.

El Patriarca Yiling observó a Wei Wuxian con seriedad, manteniendo una mirada intensa y penetrante.

—Sé que estás enojado —respondió Wei Wuxian con urgencia—, pero tenía razones válidas para escapar de ti, temía que tu poder no fuera suficiente y quizás si yo aprendía podría ayudar más, y ahora mismo necesito salvar a alguien atrapado allí dentro.

El Patriarca Yiling lo miró con incredulidad.

—No me mientas —dijo con dureza—, Jiang Cheng me ha contado sobre tu absurda obsesión por superarlo. ¿Qué pasó, querido niño? ¿Te he opacado en este mundo?

—¿Y Lan Zhan? ¿Regresó a Gusu a salvo? —preguntó Wei Wuxian con ansias—. No me importa que nadie me supere, solo quiero saber si Lan Zhan está bien.

—Él está bien, tuvo que volver a Gusu por que Jiang Cheng fue a exigir ver a su hermano, cree que fuimos a Gusu —respondió el Patriarca con calma y cierto gesto de tristeza—, pero antes de regresar, necesito hablar contigo.

—Hablar de qué? —preguntó Wei Wuxian, confundido.

—Debes detenerte —insistió el Patriarca—. No puedes pasar la vida entera obsesionado con superar a un enemigo inexistente. Si sigues así, no necesitarás un cultivo demoníaco para autodestruirte.

—No es como si eligiera ser menos hábil que los demás —se defendió Wei Wuxian.

El Patriarca suspiró.

—Eres torpe, es cierto. A menudo hablas sin pensar y lastimas a las personas, especialmente a las que amas y no a las que odias.

Wei Wuxian frunció el ceño.

—Tú no lo entiendes —protestó—. No tuve la vida perfecta que tuvieron Jiang Cheng o tú, donde todo les salía bien por ser inteligentes y hábiles. Actúo como quiero y me odian, sigo las reglas y me llaman hipócrita. Estoy harto de eso. ¡No voy a volver!

El Patriarca Yiling se mantuvo en silencio durante un momento, luego finalmente habló.

—Jiang Cheng sacrificó su vida siguiendo las reglas y obedeciendo a los demás.

Las palabras del Patriarca hicieron que Wei Wuxian se detuviera en seco y lo mirara con sorpresa. Por primera vez, se dio cuenta de que quizás no entendía por completo la vida y las luchas de aquellos a su alrededor.

—Dime, Wei Wuxian —continuó el Patriarca—, ¿Cuántas veces has tomado en consideración los sacrificios de los demás? Quizás no siempre se trata de ganar o superar a alguien. Tal vez se trata de encontrar un equilibrio entre lo que quieres y lo que los demás necesitan. No estoy diciendo que debas volver, pero piensa en las personas que se preocupan por ti.

Wei Wuxian asintió lentamente, reflexionando sobre las palabras del Patriarca. 

Mientras la noche envolvía a los dos hombres en una conversación sincera y llena de confesiones, Wei Wuxian y el Patriarca Yiling compartieron sus angustias y temores más profundos. Bajo la tenue luz de las estrellas, las palabras fluyeron como un río de sinceridad.

—Pero allá nadie me necesita —susurró Wei Wuxian con tristeza, su voz apenas un suspiro en la noche—. Shijie, Jiang Cheng, tío Jiang, Madam Yu, Lan Zhan, Huaisang... nadie me necesita y nadie me ha querido alguna vez, todo lo que tengo está aquí.

El Patriarca Yiling asintió, reconociendo su propia sensación de abandono y desesperanza.

—Me siento igual que tú —confesó el Patriarca con un suspiro pesado—. Siento como si todo el sentido de mi vida estuviera en la tuya. Aquí no tengo nada por lo que vivir. Shijie murió por mi culpa, tío Jiang y madam Yu, los Wen, todos ellos también murieron por mi culpa. Mis amigos ya no están a mi lado, y Jiang Cheng me ha dado la espalda.

El Patriarca se agachó, suspirando profundamente.

—No tengo motivos para quedarme aquí. Incluso si Jiang Cheng me aceptara, dudo que yo mismo soporte ser un cultivador sin poderes, incapaz de ayudar con las responsabilidades del clan. Seguir el camino del cultivo demoníaco nos condena a la separación perpetua, y con o sin el sello del tigre estigio, las cosas nunca funcionarán en este mundo —confesó, sintiendo que las lágrimas picaban en sus ojos.

Wei Wuxian observó al Patriarca con comprensión y empatía.

—No pensé que tu vida fuera tan triste —dijo con sinceridad

—Y yo... no sabía lo difícil que fue tu existencia aquí. Te he llamado idiota, pero tienes razón. No es tu culpa que tu educación haya sido diferente a la mía. 

—Yo viví bajo un régimen de límites inquebrantables, mientras que a ti te dieron una libertad que, en última instancia, te destruyó.

El Patriarca Yiling sonrió, pero sus ojos expresaban gratitud y complicidad.

—Hay una forma de que te quedes y yo regrese —anunció el Patriarca, ofreciendo una luz de esperanza en la oscuridad.

—¿De verdad? ¿Cómo? —Wei Wuxian preguntó con sorpresa y esperanza en sus ojos.

El Patriarca Yiling extendió su mano hacia Wei Wuxian y lo miró con determinación.

—Tenemos que trabajar juntos. Debemos encontrar un equilibrio en nuestras vidas, transmitirnos las memorias tratando de engañar al universo, hay un pequeño riesgo, pero si lo hacemos, quizás podamos encontrar un camino para coexistir sin romper el equilibrio de los mundos.

Wei Wuxian asintió con entusiasmo, reconociendo que esta era la oportunidad que habían estado esperando.

—Trabajemos juntos, entonces, no importa el riesgo.

El Patriarca Yiling asintió con gratitud.

—Juntos, podemos cambiar nuestro destino y encontrar la felicidad que hemos estado buscando.

Mientras la noche avanzaba, estos dos hombres, tan diferentes y, al mismo tiempo, tan similares, unieron fuerzas para enfrentar el desafío de sus vidas y encontrar su lugar en un mundo que parecía destinado a rechazarlos.

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