Capítulo 3

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La noche era perfecta, hasta que los malditos licántropos comenzaron a perseguirla, aun creyendo que podrían alcanzarla. Ella se rio con ganas al dejarlos muy atrás, cuando las nubes se cerraron en el cielo, cubrieron la belleza de la luna y las estrellas, y la tormenta se desató bestial.

Tampoco era que le molestara, por el contrario, siempre había amado cuando la madre naturaleza desataba toda su furia de esa manera

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Tampoco era que le molestara, por el contrario, siempre había amado cuando la madre naturaleza desataba toda su furia de esa manera. Sonrió de lado, disfrutando del sonido estruendoso en el cielo y de la frescura de la lluvia torrencial que caía, mientras continuaba por la carretera rumbo a su casa.

De repente, sintió algo muy fuerte dentro de ella, al mismo tiempo que un relámpago estallaba en el cielo, y las luces rojas de un automóvil se divisaban en la lejanía. Enseguida, el aroma de la sangre de la conductora la hizo transformarse en esa parte de ella con la que nunca podía terminar de aceptar. Sus ojos se tornaron agudos y claros, y sus colmillos se presentaron, molestando los costados de su boca. Sintió hambre y esa enorme necesidad que, por lo general, solía controlar.

Detuvo su marcha, dejó su motocicleta y se internó en el bosque, en busca de algo para calmar su desesperante necesidad, porque jamás tomaría la vida de un mortal. Con la tormenta los animales estaban ocultos y le fue un poco difícil conseguir algo, hasta que, de repente, vio un alce, debajo de un gran árbol. Con maestría se acercó sigilosa a su presa, pero el animal se echó a correr espantado y ella maldiciendo salió detrás de él.

En la carrera de la cazadora y su presa, ambos se precipitaron hacia el camino, donde un vehículo se avistaba a lo lejos, pero acercándose a buena marcha. Ella no dudó en poder alcanzar su cena antes de que llegara a cruzar la carretera, pero entonces uno de los malditos licántropos se presentó detrás de su presa. Antes que pudiese hacer algo, el animal se cruzó en la ruta y apenas se salvó de ser envestido por el automóvil, ya que la conductora apretó el pedal del freno de golpe, evitando el choque, y, aunque patinó unos metros por la enorme cantidad de agua en el pavimento, logró mantener el control del vehículo hasta lograr detenerse a un costado de la carretera.

Su fascinante observación de la mujer y su maestría detrás del volante fue interrumpida por el licántropo, que, al escaparse la presa animal, decidió tratar de sorprender a la humana. Muy inocente el salvaje, pensó Lexa, que, en un par de movimientos muy rápidos, se deshizo de él con satisfacción. Sabiendo que el licántropo no estaría solo, sin perder tiempo se dirigió a su motocicleta y a gran velocidad reanudó su marcha. Lo que menos deseaba era tener que lidiar con más de ellos.

Tendría una seria conversación con su viejo rival, Roan Azgueda, el Alfa de los licántropos, ya que debían mantenerse en su territorio, en las montañas, y no cazar en sus tierras, mucho menos a los humanos de Polis, o sus visitantes. Si continuaban infringiendo el acuerdo firmado centurias atrás, el pacto de paz sería roto y Lexa no quería llegar a ese extremo. Durante su reinado, las relaciones diplomáticas habían prevalecido para evitar la sangre por la sangre, y preservar la especie.

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