Capítulo 8

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Clarke comenzó a sentir la luz sobre sus ojos, el aroma a flores silvestres, el sonido de los pájaros dando la bienvenida a un nuevo día. Enseguida comenzó a sentir dolor de cabeza y el estómago algo revuelto. La llevó enseguida a esas terribles mañanas después de alguna buena salida nocturna donde habría bebido sin límites, bailado hasta que le dolieran los pies y gritado hasta quedarse sin voz.

Como pudo se sentó y no reconoció la cama, mucho menos el lugar. Tampoco recordaba absolutamente nada desde que Anya Woodson la invitó a bailar, el resto era todo en penumbras, con algunos flashes que no lograba unir o que tuviesen algún sentido. Un detalle le llamó la atención del lugar, que no hacía frío a pesar de que la ventana estuviese abierta y un día espléndido comenzaba a gestarse afuera.

Notó también que estaba completamente desnuda en una cama que era gigantesca y muy mullida. Las sábanas parecían de seda con una fragancia a rosas, muy parecida a la que sentía en...

Clarke abrió los ojos enormes y comenzó a mirar hacia todos los rincones de esa enorme habitación que parecía del mil ochocientos. Fue cuando en su aturdida cabeza recordó una imagen de ella ser cargada en los brazos de Alexandra Woodson, quien la miraba de esa manera tan peculiar y solo le aseguraba que estaría bien. Y luego, el decirle, casi como una orden directa a su cerebro, que no recordaría nada de lo que había ocurrido en el club Trikru. Y automáticamente su mente recordó todo. El sensual baile con Anya Woodson, y luego la llegada de Alexandra, entrando al lugar con una elegancia y majestuosidad digna de una reina. El que tomara el lugar de su hermana junto a ella, y le preguntara al oído qué deseaba y ella responder que solo quería follar con ella hasta que no pudiese ponerse de pie, aunque no en voz alta.

Clarke se cubrió el cuerpo y se rehusó a seguir recordando, pero no era tan fácil detener la película que se proyectaba en su cerebro. Luego de decir ello, Clarke abrió sus ojos y se dio cuenta de que ambas estaban... levitando unos metros del suelo y un halo de luz blanca azulada las rodeaba. Era una imagen muy especial, además, cuando volvía sus ojos a Alexandra, en busca de alguna posible explicación para estar suspendidas en el aire de esa manera, notó que sus ojos tenían una tonalidad verde más oscura, y su piel no era tan blanca. Su aspecto era uno muy distinto, y hasta irradiaba una vibra muy diferente. También lo hacía su mirada, expresando en silencio algo que Clarke no se atrevía a definir. Alexandra Woodson estaba lejos de esa mujer que había conocido en la carretera montada en su poderosa motocicleta, con un aspecto algo fantasmagórico y ojos casi blancos, que la miraban con deseo.

—Lexa... —de repente Clarke expresó en voz alta y se llevó la mano al pecho sintiendo su corazón latir apresurado.

La agente no podía entender qué demonios estaba ocurriendo, dónde se encontraba y en qué estado, porque lo único que podía aceptar era que estaba soñando. Pero antes que pudiera seguir analizando todo, una voz femenina la sorprendió.

—No, no estás soñando, Clarke... Bueno, en teoría podría decirse que sí, pero no...

Clarke se giró de golpe y se encontró con una joven de cabellos rubios y ojos azules, con las manos unidas detrás de su espalda, parada junto a la ventana, con un semblante muy dulce. Se veía sonriente y Clarke juraría que parecía etérea. Era una joven muy hermosa que irradiaba una luz angelical. Y la agente se sorprendió al pensarlo de esa manera cuando ella jamás había creído en ese tipo de cosas espirituales. Abrió sus ojos aún más si podía y sin soltar las sábanas de seda se dirigió a la mujer que parecía no atreverse a dar un paso hacia ella.

—¿Quién eres? Y lo más importante, ¿dónde cuernos me encuentro? Y ¿cómo he llegado aquí?
—Se nota que eres una oficial, con tantas preguntas. Pero te entiendo. Por favor, no te asustes o te alteres. No vas a creerme si te digo dónde te encuentras, así que podría decir que estás en una parte muy profunda de tu ser, o tu subconsciente, si te gusta algo más lógico y profesional.
—Genial, estoy teniendo uno de esos sueños raros. Bien, ha sido un gusto conocerte, quién quiera que seas, pero tengo que irme. Debo despertarme, tengo trabajo que hacer y...
—Oye, no seas ruda, agente. No te preocupes, el tiempo que usamos acá no afecta casi nada el de la realidad. Ahora, ¿qué te parece si damos un paseo y hablamos un poco?
—Imagino que no puedo rehusarme.
—Estás en lo correcto. Vamos, anímate, es un día espléndido afuera.
—Lo que sea, ¿puedo al menos vestirme?
—Seguro, solo mírate otra vez...

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