(Este os es distinto, se toca un tema muy sensible: el abuso sexual. Si sos sensible a este tipo de temas, te recomiendo q no leas. besos)
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-Alice, ¿Qué cosa sobre tu hija querías comentarme? -preguntó la psicóloga hacia la mujer frente a ella.
-Yo... sí, Betty, mi hija menor, ella tiene ocho años y tiene un amigo imaginario. -murmuró.
-Alice, por la edad que tiene, eso es muy normal, los niños pequeños, que no conviven con alguien que se acerque a su edad, tienden a adquirir amigos imaginarios para no aburrirse. -la Doctora sonrió de lado.
-Eso lo sé, pero Betty no tiene muchos amigos imaginarios, solo uno. Su nombre... su nombre es Jughead. -tomó aire-. Él es, básicamente, parte de nuestra rutina diaria, incluso si estamos comiendo, juegos familiares, lo que sea, Jughead está ahí.
»Al principio, pensaba como usted, que era solo porque es una niña pequeña, pero... hace unos días, la oí hablando con él sobre una persona, no dijo su nombre, se refirió a él como «el hombre pulpo». Ella le contaba que ese hombre tiene muchas manos y que le da miedo, porque la obliga a jugar con él. -musitó.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de la rubia cuando la cara de su terapeuta se ensombreció, cambió totalmente de una dulce sonrisa a una cara totalmente sería.
-Alice... ¿hay alguien, además de ti y tu hijo mayor, que viva allí o que suela frecuentar a Betty? -preguntó.
-E-eh... no, todos mis familiares viven en Kansas y los de su padre se alejaron luego del... accidente, ¿por qué lo preguntas?
-Su hija está sufriendo de abuso, Alice, abuso sexual. Muchas veces, cuando pasamos por ese tipo de situaciones traumaticas, nuestra mente nos presenta a alguien para demostrarnos que no estamos solos, puede ser alguien «imaginario», como Jughead, o un recuerdo de alguien que ya no está.
»Lo que tu hija llama «hombre pulpo» es la clara representación del abuso que le da su mente inocente, alguien con muchas manos, representando que alguien la está tocando, y que la obliga a jugar con él, puede significar que la está forzando a algo. -informó.
Lágrimas comenzaron a rodar por los ojos de Alice, imaginando a su dulce niña en ese tipo de situación. ¿Era posible que alguien le hubiera hecho algo así a una niña tan delicada y adorable?
Mientras tanto, en otro lugar de Riverdale, más específicamente en la casa Cooper-Smith, la pregunta que Alice se hizo mentalmente era respondida.
-Lo hiciste muy bien, Betty. -murmuró el rubio con una sonrisa que centellaba maldad plantada en su rostro.
Le subió la bragas a la niña y le acomodó el vestido. Esta se encontraba temblando, con lágrimas corriendo por su rostro mientras sentía un dolor infernal en esas partes que se supone que nadie debía tocar sin su permiso.
-Recuerda, ninguna palabra de esto a nadie, Elizabeth, o te irá peor, siempre te puede ir peor. -amenazó, levantándose de la cama, y la niña asintió, temblorosa.
El rubio salió de la habitación, cerrando la puerta de un golpazo. Entre ellos dos, había una diferencia de ocho años de edad, así que él tenía dieciséis y ella ocho. Un adolescente lleno de mierda y una niña que era demasiado pequeña para estar luchando todos los días por sobrevivir a las agresiones.