Parte 4

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-Gavin a crecido muy rápido -Dijo Cameron a Carlota quien tomaba té junto a ella en el patio.

Gavin como siempre se dedicaba a cortar leña ya que la señora Collins siempre tenía frio y la estufa estaba prendida todo el tiempo.

-Siento que fue ayer cuando venía con el rostro sudado y sus mejillas regordetas.

-Las estoy escuchando -Se quejó el joven ya de diecinueve años, quien volteó hacia las mujeres. Aunque hace poco tiempo era robusto, los años le favorecieron y la gran actividad física que hacía a diario tonificaron su cuerpo hasta volverlo ancho y fibroso.

En su rostro brillaba la cicatriz de su nariz y aunque la vida seguía igual para él, había adquirido una sonrisa arrogante que solía hacer reír a la señora Collins.

-Querido, deja eso y ven a comer algo -Dijo Cameron haciendo un gesto con su mano para acercar al chico.

-Lo siento, mamá quiere que limpie el establo antes que empiecen las lluvias y por lo que veo pronto comenzaran a caer algunas gotas.

-Creí que te quedarías a cenar, Ryan llega hoy del internado, estará unos días por aquí, sé que debe estar muy entusiasmada de verte.

-Vendré mañana a saludar -Afirmó y levantó el hacha para dejarla caer sobre el tronco y dejarla ahí- Si no limpio el establo mamá se volverá loca y no quiero volver a dormir con los caballos.

-Esa mujer -Gruñó Cameron tomando un sorbo de té- ¿Para qué tiene empleados?

Gavin sólo rió ya que ella también le pedía hacer labores que podían hacer los sirvientes, pero no le importaba ayudarle, después de todo, la señora Collins siempre lo trataba con dulzura.

-¿Terminaste? -Preguntó Carlota al muchacho quien asintió y se acercó a ellas tomando un pedazo de tarta.

-¿Vamos? -Preguntó y metió el pedazo a su boca.

-Muchas gracias por todo, mañana le mandaré unos embutidos que yo misma hice.

Carlota se levantó y al instante Gavin le ofreció su brazo para que caminara a su lado, ambos se despidieron para volver a casa dejando a Cameron sola ya sus dos hijos estudiaban en un internado y su hija había salido con su padre.

Aunque los gritos en casa eran pan de cada día, Gavin comenzaba a hartarse de aquello, de que su madre lo insultara al verlo, lo golpeara y maldijera, y aunque aquel día no fue la excepción, sí quería devolver el insulto.

Ya en su cuarto y en medio de la noche, miró el techo sintiendo el malestar del día, el golpe de su madre ardía en su mejilla y los rasguños en su cuello eran la prueba de la ira de su madre. Cerró los ojos pensando en desaparecer, en terminar con todo, buscar un arma y desaparecer en la espesura del bosque.

A la mañana siguiente y sin decirle a nadie, salió de casa muy temprano, el cielo nublado amenazaba con mojarlo todo, pero aun así se atrevió a correr por el bosque hasta el lago, un viaje de treinta minutos a pie, no era muy lejos y nunca nadie estaba ahí por la cantidad de insectos que aparecían, por lo que era un lugar seguro.

Al llegar subió a un bote que su padre le ayudó a construir y remó hasta encontrar un lugar apropiado. Se recostó entre las tablas y miró el cielo acomodando sus manos sobre su vientre, las nubes oscuras se juntaban pero aun seguían muy altas como para iniciar una lluvia.

-¿No quieres ahogarme ahora? -Preguntó viendo al cielo- Ya ni siquiera me interesa volver.

Cerró los ojos sintiendo la brisa sobre las aguas, el sonido de las aves a lo lejos, el agua chocar contra las tablas, el olor dulce de aquel lago.

Una vida a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora