Prólogo

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Rosebud, Montana, 1887

Naruto Uzumaki trató de contener las lágrimas. Los alfas duros como él no lloraban, o por lo menos no en público, aunque acabara de enterrar a su mujer y a su hijo.

Por ello permaneció simplemente ahi parado, dejando que los dolientes le ofrecieran en voz baja palabras de consuelo y apoyo. Sabia que nada de eso podría confortarle, pero se mantuvo firme mientras ola tras otra las condolencias y soportaba las palmaditas en la espalda de los más osados.

Por suerte, Rosebud era un pueblo pequeño y no tardaría mucho en recibir el pésame de todos. Por eso, aunque lo que más deseaba era quedarse a solas, tuvo que afrontar erguido que todo ese ritual sin sentido acabara.

Pero lo peor no era tener que escuchar las respetuosas fórmulas de despedida, sino la insistencia de cada uno de los presentes en que sus muertes se debian a un accidente, cosa que el sabia que no era verdad.

Habían muerto por su culpa, pues si no los hubiera dejado solos, nunca se habria producido el desastre. Él estaba convencido de ello, y por mucho que insistieran, jamás podrían persuadirle de lo contrario.

Cuando por fin se quedó solo ante la tumba de las únicas personas que habia amado en su vida, se dio cuenta de que la soledad iba a ser mucho más angustiosa de lo que había imaginado.

Había amado a Hinata desde el momento en que la conoció, y no sabia cómo podría seguir adelante sin ella.
Hinata era una omega que había llegado a Rosebud para visitar a una prima de su madre y no tardó en ganarse el corazón de todos. Tenía los cabellos del color de la noche con tonos morados, unos ojos blancos con toques grises como las perlas y una cara en forma de corazón que endulzaba su apariencia.

Pero lo que más le cautivaba de ella era su sonrisa constante y su espiritu extrovertido.
A pesar de los cinco maravillosos años desde su casamiento, Naruto aún no conseguía entender por qué una muchacha como ella se habia fijado en alguien como el.

Un vaquero rudo e introvertido, que quedó prendado de ella con la misma rapidez con que un rayo cae sobre la tierra.
Hinata le habia dado luz y sentido a su vida, y un hijo maravilloso al que adoraba. Boruto.
Su hijo... Simplemente no podía pensar en que nunca más volveria a ver a su pequeño Boruto.

¿Qué mal habría hecho un niño de cuatro años para merecer la muerte? Por mucho que se lo preguntaba, no encontraba respuesta, como tampoco encontraba consuelo cada vez que le decían que estaba en un lugar mejor.
Boruto era la viva imagen de el y su madre. Rubio, de ojos azules, pero tan alegre y risueño como Hinata.

Los dos habían constituido su mundo durante los cinco años que permanecieron juntos, y ahora tendría que aprender a vivir sin ellos.
Algo que se le antojaba insoportable.

Miró a sus tumbas por última vez, mientras las nubes negras cubrían el cielo. Si los hubiera acompañado a ir de compras al pueblo, en lugar de negarse por tener mucho trabajo, tal vez...
Sabía que el recuerdo de aquel dia permanecería con él el resto de su vida, como también la culpa por no haber estado con ellos.
Quizá habría podido controlar el carro cuando el caballo se asustó y corrió desbocado. Tal vez podria haberlo calmado o podria haber cogido a su hijo entre sus brazos y así haberlo salvado.

Pero eso nunca lo sabría, y tampoco qué fue exactamente lo que asustó al caballo. Un animal dócil, que se conocía el camino y que nunca había dado muestras de ser asustadizo.
Pero ya nada de eso importaba. Los habia descubierto cuando, extrañado por su tardanza, fue a su encuentro.
Jamás olvidaría la visión de sus cuerpos ensangrentados tirados en el suelo, inertes y silenciosos. Por mucho que en un principio se resistió a creerlo, estaban muertos y solo pudo recoger sus cadáveres del camino y recordarles cada día venidero, mientras se preguntaba cómo habría sido todo de diferente si aún siguieran a su lado.
Se colocó el sombrero despacio sobre su cabeza y se giró para marcharse. Ya no podía hacer nada por ellos, como nadie podría hacer nada por él.

Se marcharía a su rancho a seguir con su vida, aunque le faltase un buen pedazo de su corazón. Este se quedaría enterrado junto a su esposa y su hijo, y con el recuerdo de unos días felices que nunca más volverian.

Mi esposo inesperado (Narusasu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora