CAPÍTULO X • El gran consejo •

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NACIÓN DE MY – TRENT

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NACIÓN DE MY – TRENT

El clima de My—Trent aquel día, era idóneo para salir y disfrutar del cielo despejado. Algunos Hanouns nobles, ni cortos ni perezosos, hicieron justamente eso. Su pasatiempo favorito era salir de compras y poder adquirir las novedades que venían de otras naciones.

Si bien los habitantes más pudientes estaban enfrascados en banalidades, en el palacio de My—Trent la historia era completamente diferente. En medio de aquella quietud, Giorgio se encontraba observando con suma atención a un punto fijo de la pared de su despacho. Su mente divagaba entre tantas ideas que tenía, y por más que repasaba aquellas anotaciones mentales, ninguna llegaba a concretizarse del todo.

Desde la aniquilación de los humanos, la producción de alimento había disminuido considerablemente. Ni siquiera se había llevado a cabo el festival de la cosecha. Y esto había provocado una considerable baja en los ingresos económicos. Giorgio se había obligado a compensar la obra de mano barata que perdió y decretó que los esclavos de los nobles fueran a arar y recolectar los productos del campo, al menos los que aún se podían usar, pero ya le habían comenzado a llegar cartas con quejas. Los nobles estaban demasiado acostumbrados a que los híbridos hicieran todo por ellos, así que ni siquiera sabían atarse los cordones de los zapatos.

Tiró su cabeza hacia atrás y cerró los ojos sintiéndose hastiado, sujetó el puente de su nariz, escuchó un pequeño sonido siseante, y solo en ese momento se dispuso a sujetar una pequeña cantimplora que reposaba dentro del bolsillo interno de su saco. Llevó el pequeño objeto de forma pesada hasta sus labios y bebió de su contenido; no pasó mucho y una mueca de disgusto se formó en su rostro a medida que el menjunje bajaba por su garganta. Detestaba el sabor de aquella mezcla, pero era imperioso que la tomara, si no, sentiría como su cabeza se partía en dos.

Con sumo cuidado comenzó a frotar su sien mientras suspiraba. Murmuró algunas cosas incomprensibles que solo él entendía, y en cuanto se sintió un poco más calmado, se detuvo, y volvió a su posición inicial mientras volvía a ojear algunos papeles que poseían cálculos escritos. Tras ojearlos por treintava vez, los tiró hacia el frente, reposó su rostro sobre la palma de su muñeca y tamborileó los dedos de su mano izquierda sobre la mesa; observó la pipa tallada que poseía la forma de un lobo, la sujetó, introdujo una pequeña bola de plantas machacadas, y por último, encendió un cerillo para que el fuego la consumiera en su totalidad. Dio una calada y giró su silla para observar el cielo, las nubes grises transitaban lentamente, trayendo consigo penumbra por fracciones de segundos.

Extinción - Nuestra última esperanza [Saga: LVDLO #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora