Los papeles blancos de Konan se movían por el jardín al son del viento, y la mayoría acababan hundidos en el fondo del estanque.
Los peces acudían a ellos, confundiéndolos con comida, y la mayoría acabaron intoxicados por el chakra que llevaban. Ahora, los animalitos flotaban sobre la superficie del agua, inertes.
El esbelto y delgado cuerpo de Kaede se encontraba en medio de la superficie del estanque, recargando su peso en la cadera izquierda; su brazo derecho se alzaba para sujetar el cuello de la Akatsuki con una facilidad estremecedora.
Kazumi amplió su sonrisa victoriosa con los labios de su hija, sin apartar su peligrosa mirada de una Konan moribunda que apenas le quedaban fuerzas para protegerse. Estaba llena de sangre, y esta se deslizaba por el brazo de Kaede y la manchaba a ella también.
—Eres buena —reconoció la difunta líder de los Tomioka—, pero no lo suficiente. ¿Dónde está el alma original que controla los cadáveres?
Konan movió débilmente los ojos hacia su alrededor. Los cuerpos inertes de cinco de los seis Caminos seguían por ahí, esparcidos por el jardín de mala manera. Llevaban sin moverse el suficiente rato como para tener claro que Nagato había perdido por completo el control de ellos.
Kazumi era una bestia.
La adulta era consciente de que a uno de ellos lo asesinó Kaede, pero acabar con cuatro Caminos seguía siendo demasiado para una sola persona.
Konan apretó los labios para reprimir la tentación de hablar, porque sabía que aquella mujer que había usurpado el cuerpo de su propia hija para volver temporalmente a la vida no la iba a dejar libre aunque le dijera todo lo que sabía. Le quedaban muy pocos minutos respirando.
—Púdrete —masculló la terrorista con un hijo de voz.
Kazumi no se molestó en perder más el tiempo con ella. El índice y el pulgar de la mano de Kaede se cerraron sobre la tráquea de Konan, y apretaron hasta partirle la garganta. La adulta cayó al agua y se hundió en el fondo del estanque, contrario a los peces.
Cuando la Uchiha giró levemente la cabeza hacia las ruinas de lo que anteriormente había sido uno de los pasillos externos, se cruzó con la mirada horrorizada de Aiko.
Su hija menor se agarraba con las dos manos al marco de una de las puertas, como intentando aferrarse a cualquier cosa que la ayudara a comprender que lo que sus ojos húmedos estaban viendo era real.
El cuerpo que se alzaba sobre el agua era el de su hermana, no había ninguna duda, pero la imagen de su madre estaba superpuesta sobre la suya con una ilusión óptica extraña que mareaba; a veces se veía la serpenteante trenza de Kaede y sus rasgos faciales, otras el liso peinado de Kazumi y su rostro tan hermoso como inquietante. Eran como dos personas al mismo tiempo, pero no había rastro alguno de la forma de actuar de su hermana mayor.
Aiko no recordaba a su madre, murió cuando era demasiado pequeña. Conocerla en su pleno apogeo asesino, encima matando casi con placer con el cuerpo de su propia hermana, la había dejado en shock.
Kazumi se acercó a su hija pequeña con una elegancia y tranquilidad que contrastaban demasiado con su caótico alrededor. Cuando se detuvo frente a ella, sus ojos, uno con el Mangekyo Sharingan y el otro iluminado con el Kekkei Genkai de los Tomioka, contemplaron cada detalle de su expresión con cariño.
La mujer alargó la mano y acarició su mejilla con dulzura, manchando su delicado rostro de sangre caliente. Aiko no podía reaccionar.
—Estás enorme, eres casi una mujer —le apremió su madre acariciándole el pelo por detrás de la oreja—. ¿Dónde está tu padre?
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La Espiritista | Itachi Uchiha
Hayran KurguItachi, ya habituado a perderse durante días por las tierras del norte para desconectar de su dura fama como asesino serial, descubre por casualidad que el remoto clan Tomioka es real. Los Tomioka son una antigua familia pacifista que vive al marge...