Capítulo 30

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Lo primero que sintió Kaede fue un punzante dolor de cabeza que desafió su propia gravedad. Todavía con los ojos cerrados y sin percibir información de ningún sentido, tenía la sensación de estar flotando en medio de un abismo profundo sin suelo ni cielo, sino tan solo una oscuridad aterradora e infinita que la tragaba más y más en una miseria que no sabía de dónde provenía.

Ella sentía temblar un cuerpo que no tenía en aquel instante. Se estremecía de miedo al escuchar dentro de su propia cabeza los sonidos de aquel enorme agujero negro. Eran tan inquietantes como los de una ballena, o como los del espacio, y taladraban su memoria con brusquedad mientras las imágenes se atropellaban entre sí para aparecer frente a sus ojos.

Y había mucha sangre en ellas. Muchísima.

Kaede abrió los ojos, con la respiración entrecortada y temblando con violencia. Le dolía la garganta, como si acabara de gritar. Su visión tardó en responder, y en esos segundos de incertidumbre todo lo que pudo ver fue la silueta imaginaria de la chica de pelo violeta a la que ella misma estaba rompiendo la garganta.

Después distinguió un techo blanco, plano y aburrido, y lo siguiente en funcionar fueron sus oídos. Alguien pronunciaba su nombre, pero sonó demasiado lejos incluso cuando el rostro de la persona apareció sobre ella.

Tenía la mitad inferior del rostro cubierta con una mascarilla, así que la Tomioka pensó que era Kakashi, pero reconocería ese largo cabello negro y esos ojos grises en cualquier forma y lugar. Por muy destruida que se encontrase.

La adolescente pronunció su nombre, pero su propia voz también sonó demasiado tupida como para apreciarla.

Itachi trazó la dirección de su cabello con los dedos para tomarla con cuidado y apoyó su frente en la de ella, cerrando los ojos con fuerza.

Se mantuvieron así durante un buen rato, sin decir nada, hasta que los sentidos de Kaede regresaron y empezó a ser consciente de que estaba llorando.

—He matado a una persona... —susurró con incredulidad.

—No fuiste tú —la tranquilizó Itachi—, fue tu madre.

—Con mis manos —la Tomioka alzó las palmas frente a su rostro y su cerebro le jugó una mala pasada: estaban llenas de sangre, y esta goteaba hacia sus ojos con cada vez más rapidez hasta taponar por completo su campo de visión.

El Uchiha notó que se estaba alterando y la hizo sentarse para que pudiera controlar su respiración. Ella volvió a mirar sus manos, desesperada, solo para corroborar que había sido una ilusión.

—Kaede —la llamó tomándola de la nuca para que enfocara la vista en él—. Que usara tu cuerpo para matar es lo de menos, tú no hiciste nada.

Kaede alzó su mano temblorosa hacia el rostro de su novio y lo acarició con torpeza. Le bajó la mascarilla, necesitada de ver cómo sus labios se movían mientras le regalaba palabras de consuelo.

Itachi pareció entenderlo, porque repitió:

—Tú no hiciste nada. No podías controlar tu cuerpo, no fue culpa tuya. Tu madre lo hizo para ayudarnos y gracias a ella estamos aquí.

—¿Tú y yo...?

—Tú y yo.

—¿Dónde están mis hermanos? ¿Y mi padre?

El chico tragó saliva y desvió la mirada su menudo rostro. Quiso tomar distancia sin darse cuenta, pero Kaede afianzó su suave agarre para que no se alejara de ella. Su mirada era suplicante y sus ojos estaban demasiado rojos para poder detener las lágrimas sin una respuesta plausible.

La Espiritista | Itachi UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora