Siempre estaré contigo (Lolacoln postapocalíptico)

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- Hola, mi amor. Sé que ya no me escuchas. Sé que no puedes verme, ni sentirme, pero... ¿Quién lo sabe? Cada vez que veo a nuestro niño, es como si el tiempo se hubiera revertido. Como si yo hubiera nacido antes que tú, o como si hubieras renacido de una manera misteriosa.

Los ojos de la adolescente comenzaron a nublarse. Ya hacía nueve meses que había cavado aquella tumba con sus propias manos, y sentía tanto dolor como el primer día.

- Y es que... Nuestro pequeño Linky es tan adorable. ¡Ojalá pudieras verlo sonreír ahora! Es la criaturita más dulce y perfecta que hubiéramos podido pedir. ¡Es igualito a ti, mi vida!

Lola Loud pasó los dedos por la tosca cruz de madera que había improvisado. Seguramente sus hermanas Lana y Leni hubieran hecho un trabajo mucho mejor. Cualquiera de ellas hubiera hecho algo digno del hombre-niño que la había cuidado y protegido desde que el mundo llegó a su fin.

Su amado hermano. Su único amante, y el amor de su vida.

- Linky... hermanito. ¡No sabes lo difícil que es vivir sin ti, mi amor! Nuestro pequeño es precioso. Es mi todo. Pero, ¡extraño tanto tu calor y tu aroma! Te necesito a mi lado, mi vida. ¡Ojalá estuvieras aquí para abrazarme, para decirme que todo va a salir bien!

Lola prorrumpió en sollozos. Siempre que visitaba la tumba de Lincoln la asaltaban tantas sensaciones: dolor, culpa, amor, añoranza...

Desde que nació, Lincoln siempre lo dio todo por ella. Todo, hasta el final. Y ella lo había maltratado tantas veces.

Por lo menos, mientras existió la civilización humana. La feria de banalidades en las que vivía, y la existencia superficial que tanto valoraba.

Cuando recordaba eso, Lola se molestaba y se burlaba de sí misma. De la mocosa presumida y maliciosa había sido. A los siete años, ya había ganado más trofeos que todos sus hermanos juntos; y su vanidad había crecido a la par. Aunque pocos lo decían, casi nadie de la familia quería estar con ella. Solo Lana la toleraba de vez en cuando, y solo Lincoln la consecuentaba todo lo que podía.

- Algún día vas a recibir un golpe que te pondrá los pies sobre la tierra, mocosa presumida -le había dicho Lisa -. ¡Ya lo verás!

Por desgracia, el golpe lo sufrió toda la humanidad, y casi toda su familia. Solo ella. Lisa y Lincoln lograron sobrevivir. Y Lisa quedó tan malherida, que no sobrevivió mas que unos días.

Ella y Lincoln quedaron vivos, y muy pronto llegaron a desear estar muertos. Solo el optimismo inquebrantable de su hermano logró salvarlos a ambos.

Ahora, frente a la tumba de su hermano, Lola secó sus lágrimas y miró con adoración hacia el tosco túmulo de rocas. Lincoln la había defendido de todo y de todos, durante largos y desolados años. Los pocos sobrevivientes que llegaron a encontrar estaban totalmente degenerados, y no reconocían ninguna clase de ley. Lincoln tuvo que luchar y matar para rescatarla de sus garras en más de una ocasión.

¡Tantas veces estuvieron cerca de morir de hambre o de sed! Pero él siempre la animaba, la alentaba a seguir; aunque era evidente que estaba tan desesperado como ella. Alguna vez, cuando Lincoln creía que dormía, lo había escuchado llorar de dolor; y susurrar que si no fuera por Lola, ya se hubiera quitado la vida para dejar de sufrir.

- Me hiciste crecer tanto, mi amor -dijo, acariciando los rebordes de la cruz-. Me enseñaste a dejar de ser una muñequita inútil. ¡Lo diste todo por mí! ¿Y yo qué te di a cambio?

Estaba a punto de llorar otra vez, cuando escuchó el sonido del llanto del pequeño Lincoln. Lola recogió al bebé, lo acunó en sus brazos y el pequeño se tranquilizó enseguida.

Lo miró. Su hermosa carita era tan parecida a la de su padre...

- Linky... mi amor. ¿Quieres comer?

Lola descubrió uno de sus pechos para dar de comer a su pequeño. El niño la miraba fijamente, y Lola volvió a sentir aquella inversión del tiempo y las edades. Ahora ella era la mayor. Su hermano había vivido para amarla y protegerla. Y había reencarnado en su propio hijo, para recibir el amor y el cuidado que le había prodigado a ella.

Le gustaba pensar así, aunque supiera que era imposible. Después de todo, Lincoln le había hecho muchas veces la misma promesa.

- Yo siempre estaré contigo, mi amor. No importa cómo, ni en qué forma. ¡Siempre estaré a tu lado!

Ahora comprendía que le había dicho aquello porque la amaba como hermana, y como mujer. Y la verdad fue que el amor surgió entre ellos de manera tan espontanea... tan natural. Comenzaron por dormir juntos y abrazados casi desde que se quedaron solos. Así, podían cuidarse mutuamente y consolarse cuando las pesadillas los asaltaban. A medida que compartían el espacio y la cama, el amor se convirtió en pasión; y finalmente en deseo. Comenzaron con besos y caricias cuando Lola todavía era una niña. Pero Lincoln nunca quiso que llegaran a la consumación física, hasta que el cuerpo de Lola madurara un poco, y encontraran un refugio seguro y permanente.

Lo lograron después de mucho tiempo de buscar, vagar, y correr tras pistas falsas. Y cuando por fin lo consiguieron, la salud de Lincoln ya se había resentido, y apenas sobrevivió lo suficiente para ayudar a Lola con su parto y conocer a su pequeño. Ella estaba segura de que la noticia de su embarazo le dio fuerza a Lincoln para resistir durante nueve meses, y cuidarla durante el puerperio.

El pequeño Lincoln terminó de comer, y se durmió nuevamente. Lola lo abrigó bien y lo acomodó en su cesta.

El pálido fantasma en que se había convertido el sol comenzaba su trayecto descendente por el cielo. Ya no podían seguir ahí. Tendrían que regresar a su refugio antes de que cayera la tarde con sus lluvias heladas. Así que se acercó a la tumba y tocó la cruz con una mano, y con la otra su abultado vientre.

- Linky... amor mío; tu hijo y yo tenemos que irnos. No te preocupes, los dos estamos muy bien. Y nuestro otro pequeño también lo estará. Tú me enseñaste lo que debo hacer para traerlo al mundo; y yo los cuidaré y los llenaré de amor, mi vida. Y cuando llegue el momento adecuado, los tres continuaremos la cadena de la vida, corazón. Te prometo enseñarles todo lo bueno y hermoso que tú me enseñaste. Te lo juro por lo que me queda de vida, mi amor.

Lola Loud levantó la cesta en la que llevaba al pequeño Lincoln. El niño se acomodó en sueños, y exhaló un suspiro de satisfacción.

Su madre se detuvo un momento para darle un beso en la frente. Se dirigió a la tumba para besar la cruz de madera, y se alejó lentamente con sus dos pequeños.

The Loud House: minirelatos e historias cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora