Tu sonrisa* (Luancoln)

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Luan Loud despertó en el pequeño y sucio cuartucho que ocupaba desde hacía unos meses. Siempre se decía a sí misma que haría una limpieza general, pero todos los días llegaba tan cansada y desanimada, que jamás cumplía su promesa.

Además, al día siguiente le tocaba entregar cuenta. Tenía que ganar la mayor cantidad de dinero posible.

Quizá aquello no estaría tan mal, si no fuera porque se sentía triste, cansada y desanimada. Quizá en el transcurso del día se sentiría mejor. Pero ahora, todo le pesaba como una terrible ancla de metal.

Si al menos no estuviera sola... Si al menos Funny Bussines pudiera darle todo lo que necesitaba...

Pero Funny Busines solo era solicitado los fines de semana. Y el dinero que ganaba con sus presentaciones ya tenía destino.

Se levantó sin ganas. Era muy difícil levantarse cuando todo iba tan mal. El día anterior no había sido malo, pero necesitaba cada centavo. No podía darse el lujo de comer aquel día.

Al menos, tenía agua y jabón. El agua fría se sintió como un bálsamo sobre su piel agobiada.

Cuando se sentó para vestirse y maquillarse, tuvo ganas de quedarse allí. De volverse a acostar. Al menos, dormida no sentía el hambre que carcomía su estómago; que le robaba la alegría que alguna vez le ayudó a inventar nuevas bromas y chistes.

¿Cómo podría darle alegría a otros, cuando no le quedaba casi nada para sí misma?

Pero tenía que arreglárselas. No se trataba solo de ella. Él seguía dependiendo de sus esfuerzos, aunque no estaba a su lado desde hacía tantos meses.

Por lo menos, la careta graciosa le ayudaría. Seguiría provocando la sonrisa de la gente, ahora que se había visto obligada a vender también al Señor Cocos.

***

Estaba agotada. Ya era de noche cuando volvió a su cuarto.

La jornada había sido buena. Y por suerte, una ancianita bondadosa le había regalado un par de sandwiches. No tendría que gastar nada, y al día siguiente la habían contratado para dar un show en dos fiestas infantiles.

Se animó un poco. Si tan solo al día siguiente hubiera alguna mejoría...

***

Cuando entró a la habitación del hospital, sus esperanzas se vinieron abajo. Su hermanito Lincoln, el amor de su vida, no parecía haber mejorado en nada.

Seguía en coma profundo. Luan tenía la sensación de que estaba en la misma posición en que lo vio una semana antes; aunque sabía muy bien que lo movían cada cuatro horas para que no se le hicieran escaras en la piel.

Se sentó a su lado, y tomó una de sus manos entre las suyas.

- Mi niño... Mi amor -dijo la muchachita, echándose a llorar.

Aquello era tan duro... Su amado Linky fue el único sobreviviente del espantoso accidente en que perdió a toda su familia y a su hogar. Y se veía tan pequeño y frágil... Con esa horrible mascarilla, y los tubos y cables que salían por todo el cuerpo.

Todo ocurrió tan solo un mes después de que ambos se confesaron su amor. Solo dos días después de que hicieron el amor por primera y única vez.

Se había preguntado mil veces si aquello era un castigo. Una venganza de Dios por el pecado del incesto. Habían gozado tanto de aquellos días juntos; de aquella maravillosa noche de pasión. Pero con el espantoso mar de sufrimiento que había padecido desde entonces, ya ni siquiera era capaz de recordar aquellos momentos tan dulces.

La trabajadora social entró, y la miró como siempre con lástima y condescendencia. Luan ya estaba acostumbrada y no le molestaba. Sabía que aquella mujer era completamente sincera.

- Como siempre, señora -dijo Luan-. El cien por ciento del Fondo Federal para Catástrofes Extraordinarias para mi hermanito. Y tenga: son tres mil setecientos dólares para sus medicamentos.

Luan extendió el bulto de billetes. La trabajadora social lo tomó, lo contó; y le entregó un recibo que la muchacha olvidó tan pronto como lo guardó en su bolso.

La mujer la miró con pena. La pobre muchacha estaba tan delgada...

Luan estuvo más de una hora sosteniendo y besando la mano de su hermanito, hablándole en todo momento. Intentando que sus palabras de amor y devoción penetraran en su alma a través de sus oídos.

El médico entro al poco tiempo, anunciando el final de la hora de visita. Luan tenía que retirarse, y no podría regresar hasta la próxima semana. El hospital estaba a las afueras de la ciudad, y el billete de autobús costaba mucho dinero.

Luan se incorporó, y se dirigió al médico para hacerle la misma pregunta de siempre.

- ¿Cómo está mi hermanito, doctor? ¿Hay alguna mejoría?

El médico evitó la mirada de la pequeña y hermosa muchacha. Por muy acostumbrado que estuviera, era terrible tener que darle la misma respuesta de siempre.

- No pierda las esperanzas, señorita Loud -. Y salió del pabellón.

Luan se mordió los labios hasta que le sangraron. Tenía unas ganas casi irresistibles de llorar, pero no quería hacerlo delante de su niño. En lugar de eso, respiró hondo; se tranquilizó, y se acercó a su hermano para hablarle con dulzura.

- Tengo que irme, mi amor. Vendré a visitarte dentro de una semana, ¿Sí? Ponte mejor, mi vida. ¡Te extraño tanto!

Y depositó un beso tierno y suave en sus pálidos labios.

***

Sin ganas ni energía, Luan se maquilló en el baño del hospital. Tenía trabajo que hacer. Cobraría trescientos dólares en cada fiesta, y Lincoln necesitaba desesperadamente ese dinero.

Se maquilló con cuidado. Se sentía incapaz de sonreír; así que se pintó una sonrisa amplia y exagerada.

Antes de salir, volvió a pensar en Lincoln y en lo mucho que lo amaba. Aunque fuera tan difícil, seguiría luchando por él. Era lo menos que podía hacer. Sabía perfectamente que él hubiera hecho lo mismo por ella.

Una lágrima rodó por su mejilla. Antes de salir, tuvo que retocarse ligeramente el maquillaje.

Su público la esperaba.

The Loud House: minirelatos e historias cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora