Tardes negras

17 3 4
                                    

Cuando despertó, además de un olor muy fuerte a té, lo primero que Venti sintió fue un dolor de cabeza y un mareo terrible. Tras unos minutos intentando abrir pesadamente sus ojos, vio que estaba en una especie de almacén o, quizá, en la parte de atrás de una cocina, porque había dormido entre sacos de arroz. Escuchaba cuchicheos que provenían de lo que él suponía era la cocina, pero no podía estar seguro, ya que las dos puertas que podía ver estaban cerradas.

Volvió a acurrucarse y se durmió, ya que sentía que su cabeza podría explotar en cualquier momento. Aunque logró volver a dormir por un rato más, una niña interrumpió su sueño. Era muy bajita y lo miraba con unos grandes ojos grises.

–¿Quién... eres?– habló pausadamente, como si le costara. Su rostro era un mapa y no sabía qué hacer ante esa situación. La puerta que estaba frente a él daba a un jardín; apenas podía ver un árbol, césped y un muro color blanco con tejas al fondo.

–Qiqi, Qiqi, no te metas ahí...– exclamó una chica de cabello azul, era la misma del camión y la misma que acompañaba a la señorita Ningguang el día anterior. La joven abrió los ojos como platos. –¿Venti?– pronunció en sonoro shock.

La mayor solo atinó a acercarse a la pequeña, cargarla y salir de ahí sin decir ni una sola palabra. La cabeza del cantante volvió a pesarle y esta vez, se cayó en un sueño obligado.

Despertó, realmente no estaba seguro. Había tenido crudas, pero no alguna como esa. Aunque solo los arcontes saben cuánto y qué bebió exactamente, su estómago estaba revuelto. Pese al malestar, estaba famélico, a un punto que sentía como le ardía con las respiraciones.

Muy a su pesar, poco a poco se obligó a abrir los ojos. Vio un techo de madera sobre él, luego presionó a sus costados, tratando de conseguir algo firme para sentarse. Después de conseguir aquel pequeño logro, pudo mirar mejor a su alrededor. Estaba sobre unos costales de arroz. Al menos, alguien se había preocupado lo suficiente por su comodidad, porque incluso le habían dejado una almohada en su cabeza.

Después de un par de minutos intentando poner en orden sus ideas y, sobre todo, buscar energía para poder levantarse, se giró hacia la puerta por la que las dos chicas habían salido. Solo que ahora, vio la espalda de Xiao, lo que hizo que la cruda misma huyera aterrada de su cuerpo.

Cuando mi hermana me dijo que íbamos a ayudar a un indigente, no pensé que fueras tú –dijo serio y enojado. Venti no podía hablar; apenas separó sus labios sintió la sequedad de su garganta, seguida por un fuerte ardor en su faringe. No estaba muy seguro de qué había sucedido la noche anterior, pero después de unos minutos de tomar aire, alzó las manos y en un hilillo de voz llamó a su novio.

Xiao caminó para darle el abrazo, pero Venti se sentía raro, en muchos sentidos. Una espina de ansiedad comenzó a crecer en su interior; ahora era una molestia, una carga, y no le gustaba esa sensación.

–Venti... viniste solo hasta acá, ¿qué sucedió?, me habías dicho que estabas de viaje con tus hermanas.– Venti se hundió en el cuello de Xiao; olía a flores blancas y cítricos. En ese momento, todo fue más claro para él.

El menor se separó de él, tomó su rostro entre sus manos y le dijo muy serio, casi como si Venti fuera un niño pequeño: –Ven, mi padre no está muy contento con que un extraño esté en nuestra cocina. Ahora que sabemos quién eres, por favor, vas a tomar un baño en mi habitación y mientras haces eso iré a buscarte algo para comer y la resaca.– El cantante se limitó a asentir y con paso lento pero seguro, Xiao lo guió a su habitación. Cruzaron el gran jardín; la habitación de su novio se ubicaba en un departamento aparte. Después de subir unas escaleras, llegaron a una habitación de tamaño regular. Lo que impactó visualmente era la vista de Liyue que tenía desde su ventana, ya que se podía ver claramente todo el puerto de Liyue desde un ángulo muy privilegiado.

Baladas en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora