Vino y Recuerdos Borrosos

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Supo que era él; sin embargo, no se esperaba que fuera alguien más joven. Cruzaron miradas por un momento, y el menor palideció al verlo. No era más alto que él; de hecho, era ligeramente más bajo. Llevaba el cabello largo con mechas verdes en las puntas y un atuendo completamente negro que le daba un aspecto más rudo.

Vio cómo se acercaba al mostrador y señalaba la mesa donde estaban. Caminó hacia él y se sentó enfrente.

—Gusto en conocerte —Su voz sonaba rasposa y triste. De cerca, se notaban sus brillantes ojos ámbar, enmarcados por un delineado naranja cobrizo. Venti se retiró el cubrebocas y sonrió.

—¿Puedes hablar rápido? No puedo estar fuera del hotel por mucho tiempo —mencionó con un poco de molestia.

La mesera se acercó con ambas bebidas: un café irlandés bien caliente para Venti y un frappé verde para su acompañante, quien agradeció a la chica.

—Yo también soy del orfanato de Sumeru; también fui adoptado —el de ojos verdes casi tiró su taza de café al escucharlo. Esperaba escuchar muchas cosas, pero no eso. Simplemente no estaba preparado para oír eso.

Su acompañante comenzó a beber mientras lo miraba atento. Por su parte, Venti miró su taza de café y se lo bebió todo sin importarle la temperatura de su bebida. —Mesera, tráigame otro —pidió desde su lugar.

Ambos se quedaron en silencio hasta que, 10 minutos después, la chica llegó con el nuevo pedido. Venti lo tomó como si fuera agua.

—Te vi en la tele, y supe que eras tú. Disculpa mi atrevimiento... —Venti puso un dedo en sus labios indicándole que se callara. Negó con la cabeza. —Me estás confundiendo —respondió confiado el mayor—. Es imposible, porque estuve solo durante todo ese tiempo.

El chico sacó su teléfono y le mostró una foto. —¿Por qué estamos juntos y no te recuerdo? —cuestionó, extendiéndole la foto. Venti tomó la foto entre sus manos. Era una imagen instantánea en la que se veían ambos de niños abrazándose, vistiendo ropa blanca, en la entrada del orfanato. De inmediato, comenzó a escuchar susurros en su interior, recuerdos que no podía proyectar y su cuerpo comenzó a sentirse frío.

—Fui adoptado cuando tenía casi 8 años. Mi padre es de Liyue, pero no recuerdo mucho de mi pasado. Es como si antes de ese día mis recuerdos hubieran sido bloqueados —el cantante seguía sin mirarlo directamente, observaba atento la foto, intentando recordar sin éxito alguno.

Le dio la vuelta a la foto. El nombre del orfanato se había vuelto una mancha de tinta junto con el año que, al parecer, alguien había escrito. Más abajo, con lápiz, se leía "Para Xiao". —¿Es este tu nombre? —el chico asintió—. Sígueme, Xiao.

Se levantó de la mesa, no sin antes dejar una generosa cantidad de dinero que cubría las bebidas y propinas. Lo tomó de la muñeca y lo arrastró dos calles debajo de su hotel, donde había una tienda de autoservicio.

Xiao se dejó llevar por el otro sin protestar, y vio cómo el otro compraba dos botellas de vino. El dependiente los miraba extrañado, ya que ninguno de los dos parecía mayor de edad y mucho menos el de ojos celestes prácticamente cubierto. Xiao sacó su identificación y, después de pagar, el otro lo dirigió a un parque cercano.

Se sentaron en una banca debajo de una farola que apenas los iluminaba lo suficiente como para verse los rostros. Venti le tendió una botella, pero Xiao la negó. El pelinegro destapó la primera y comenzó a beber, mientras Xiao solo lo observaba. Después de unos minutos, Venti comenzó a sollozar.

—No recuerdo mucho, pero de lo poco que sí recuerdo, no fue tan bonito como tu caso —mencionó entre lágrimas. Xiao se sintió mal de inmediato, desvió la mirada y decidió abrir la botella para no dejarlo beber solo. Después de un rato de beber entre sollozos y silencio, Venti se levantó y se limpió los ojos.

—No quiero seguir aquí —mencionó un poco más animado—. Vamos —jaloneó de nuevo a Xiao, pero este último puso resistencia.

—No puedo levantarme —mencionó cabizbajo.

—¿Cómo que no? —le cuestionó el otro, agachándose para mirarlo más de cerca. Pese a la oscuridad de la noche, Venti pudo jurar que sus ojos brillaron intensamente, lo cual lo hizo sonrojarse.

—Solo fue una botella, ¿no es gran cosa? —comentó sonriente. Xiao lo tomó por la barbilla y lo besó. Venti, que estaba bastante achispado, solo atinó a corresponderle. Después de un momento en el que ambos se separaron por falta de aire, el mayor tomó la botella del otro, que no se había terminado, y Venti se bebió el resto antes de ayudarlo a levantarse.

—Vamos a buscarte un lugar para dormir —una vez que lo ayudó a pararse, su vista comenzó a dar vueltas.

—Barbatoto... ¿Te acuerdas de mí? —Hacía muchos años que nadie le decía así—. Camina, Xiao —le ordenó el más alto. Paso a paso, iban caminando hasta llegar a la calle. Sin embargo, el resto de la botella de vino había sido demasiado para él, y la visión de Venti comenzó a nublarse. Se detuvo un momento y vio un letrero luminoso que decía "Cuartos".

Como pudo, cruzó la calle y caminó hacia la recepción de la posada. Pidió una habitación sencilla y, para su suerte, la recepcionista les brindó una en el primer piso. Venti dejó a Xiao en la cama y fue corriendo al baño, no aguantaría demasiado.

Sentía su estómago y su esófago arder, se agachó frente al inodoro y vomitó todo. Jean lo había sometido a un estricto tratamiento para tratar su alcoholismo, ya que hacía 5 meses había tenido un episodio depresivo debido a pesadillas constantes que le quitaban el sueño, y solo el alcohol podía calmarlo.

Después de vaciar su estómago y enjuagarse la boca, encendió la luz del baño para mirarse al espejo. Su rostro estaba más pálido de lo normal, y las áreas alrededor de su nariz y mejillas estaban enrojecidas. Sus ojos delataban que había vuelto a beber, ya que estaban rojos e hinchados. Aunque no había tomado tanto como en otras ocasiones, el alcohol le había afectado negativamente. Revisó su teléfono y notó que solo le quedaba un 20% de batería y tenía un único mensaje de Jean.

"Nuestro vuelo fue cambiado por un autobús a las 6 am, pon la alarma".

—Gracias a los arcontes —suspiró para sí mismo. Un estruendo proveniente del exterior del baño le recordó que no estaba solo. Apagó la luz de nuevo y abrió la puerta delicadamente. A través de la ventana, vio cómo el cielo se iluminaba, anunciando una potencialmente intensa lluvia.

En la cama, Xiao yacía boca arriba, mirando el techo. Venti se sentó a su lado, programó la alarma en su teléfono y lo dejó en la mesita de noche. —¿Estás bien? —le preguntó mientras apartaba un mechón de su rostro.

Xiao cerró los ojos y tragó. Después de unos minutos, lo miró avergonzado. —Perdóname.Venti soltó una risita. —Descuida. Xiao se incorporó y, con esfuerzo, se subió encima de Venti, abrazándolo por el cuello. —Eres muy bonito. Ojalá pudiera recordarte más.

El pelinegro estaba acostumbrado a recibir halagos; no era raro para él pasar algunas noches en camas ajenas en un intento de llenar un vacío emocional. Pero en ese momento, en los brazos de Xiao, algo era diferente. Había una conexión inexplicable que lo hacía sentir cálido y protegido.

Ambos se quedaron abrazados en silencio, disfrutando de la cercanía y la calma que el otro les brindaba. Finalmente, el cansancio se apoderó de ellos y se dejaron llevar por el sueño.

Baladas en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora