Daniel llevaba cinco años trabajando en la misma empresa, haciendo siempre lo mismo, facturando a los mismos clientes, escuchando las mismas quejas, aguantando a los mismos jefes.
Sabía que aquel no era su sitio y había empezado a no sentirse feliz, a odiar el despertador cada mañana, a odiarse a sí mismo por no tener el valor suficiente para cambiar aquella situación.
Hoy cumplía 33 años y una sensación de abatimiento y desesperación le invadió en cuanto abrió los ojos aquella mañana.
Por un lado quería despertarse con un ánimo distinto, con ese aire de protagonismo que le acompañaba cada 20 de mayo pero, por otro, sintió la amargura de cumplir un año más sin conseguir encontrar el camino que le encauzara hacia su sueño de ser escritor, sueño que cada vez veía más irrealizable.
Apagó el despertador y se sentó sobre la cama, apoyó los codos sobre sus rodillas y su cabeza sobre sus manos. Permaneció así unos instantes, mientras cientos de imágenes se cruzaban por su mente, todavía adormecida. Giró la vista hacia su almohada, que reclamaba todavía su atención y le incitaba a caer de nuevo sobre ella. Volvió a tumbarse un instante y antes de que se diera cuenta, se quedó nuevamente dormido.
Un estridente sonido, que le costó identificar, le sacó de sus sueños.
—¿Diga?—contestó en un susurro.
—¡Cumpleaños feliz!
—¿Mamá?
—¿Aún estabas durmiendo? ¿Que no trabajas hoy? ¡Felicidades cariño! ¿Sigo siendo la primera en felicitarte o...?
—Gracias mamá. Sí, sigues siendo la primera. ¿Qué hora es?
—Las ocho y media.
—¡Mierda! ¡Llego tarde!
—Que lo pases bien en tu día.
—Gracias, mamá. Luego hablamos.
—Un beso cariño. ¡Te quiero! —dijo su madre antes de que Daniel colgara.
Se sentó de nuevo sobre la cama. Su conciencia, ayudada por su sentido de la responsabilidad, tiraron de él para que se levantara. Antes de meterse en la ducha se miró al espejo y se vio diferente. Y no sólo por los ojos todavía hinchados o la maraña de pelos que adornaba su cabeza, sino porque sentía que la imagen que le devolvía el espejo no parecía estar tan conforme con lo que escondía detrás de su mirada.
—¡¿Qué?! ¿Qué miras? ¿Qué quieres? ¿Qué piensas? Eres el mismo de anoche, pero con un año más. Sólo un año más —le decía en voz alta a su reflejo.
Se dio una ducha rápida, se ató la toalla a la cintura, se afeitó y volvió a quedarse mirando su imagen en el espejo.
—Sólo un año más —volvió a decir —.¿Sólo?
Tal vez sólo era un año más, pero sentía que sería diferente.
Iba a llegar tarde al trabajo. En lugar de coger el coche, para no perder tiempo buscando aparcamiento, o llamar un taxi para ir más rápido, decidió ir andando. Ya era tarde, así que, no le importaba que fuera un poco más.
Cuando entró en la oficina, su compañera Mayte le hizo un leve movimiento de cabeza, señalando el despacho del jefe, y le dijo:
—Te están esperando.
Sentados alrededor de la mesa de juntas, estaban su jefe, Esteban Márquez; el director regional, Miralles, y un señor bastante obeso, con el pelo engominado y peinado hacia atrás. Tenía un rostro regordete de piel muy blanca que le resultaba familiar y por el que resbalaban brillantes gotas de sudor que no cesaba de limpiar con un floreado pañuelo.
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Una para cada uno
Teen FictionTres amigos; tres vidas. ¿Tendrán una oportunidad para cada uno o querrán compartir la misma? Daniel sueña con ser escritor, pero el imprevisto éxito profesional en la agencia de publicidad para la que trabaja le hará replantearse sus deseos. Carlos...