Ave amaneció esa mañana con una extraña sensación en el estómago. Estaba convencida de que era una premonición y lamentaba enormemente no saber interpretarla.
Antes de darse una ducha, consultó su horóscopo de la semana, se echó las cartas del Tarot y si se hubiera comprado la bola de cristal que vio en una tienda esotérica, seguro que se habría quedado mirándola durante un buen rato, a la espera de que le desvelara sus temores. Sabía que no tenía ningún conocimiento sobre adivinación y mucho menos algún don especial que le indujera a adentrarse en esas artes, aunque le consolaba pensar que, en cierto modo, su miedo a encontrarse frente a un cambio importante en su actual vida, tenía algún tipo de justificación extrasensorial. Cualquier excusa le servía antes que aceptar que la noticia de que Daniel había empezado a salir con su vecina le había afectado más de lo que esperaba y estaba dispuesta a aceptar.
Estaba confundida y algo apesadumbrada. Refugiarse en su trabajo fue la mejor terapia para aparcar sus dudas y temores, y las sorpresas que le aguardaban esa semana no le ayudaron a desprenderse de su desasosiego.
El miércoles recibió la visita de Adela sin previo aviso. La mujer se presentó con la excusa de preguntarle sobre Roberto, si le había enviado su carta, si había obtenido respuesta, si sabían algo sobre su estado de salud..., pero el interés de su visita también estaba centrada en el niño. Quería conocer a su sobrino, aunque no tenía muy claro que fuera lo mejor para él, ni para ella. No quería hacerse cargo de él, ¿o sí? Ave intentó tranquilizar a la mujer ofreciéndole más tiempo. Era una decisión que no se podía tomar a la ligera. En primer lugar, había que pensar en el niño, en su seguridad y en su estabilidad. Tenían que ir despacio, sin prisa. Tenían que conocerse y posiblemente, después de hacerlo, se le aclararían muchas dudas.
Ese mismo día Adela pudo ver al niño por primera vez, a quien la mujer encontró un gran parecido con su padre. No le dijeron que era su tía ni que podía ser la mujer que le diera un nuevo hogar, pero entre ambos se creó una conexión inmediata que hizo despertar en Ave la esperanza de que podrían llegar a quererse mucho.
Antes de marcharse concertaron una nueva visita para la semana próxima y Ave sintió que la relación entre tía y sobrino estaba muy bien encarrilada.
Esa no era la única sorpresa que iba a alterar el corazón de Ave esa semana. El viernes por la tarde, cuando regresaba a casa después del trabajo, en la puerta de su casa estaba David, su exnovio, con quien había compartido su vida —y al parecer la de otras dos chicas—, durante más de un año.
—Hola María.
—¿David? ¿Qué haces aquí?
—Pues..., pasaba por aquí y bueno... —David se mostraba nervioso, sin poder elegir las palabras más adecuadas entre todas las que había estado ensayando para presentarse en su casa desde hacía una hora— En realidad, he venido a hablar contigo.
—¿Ah sí? ¿Por qué? ¿De qué? —preguntó Ave un tanto escéptica. No iba a negar que se alegraba de verlo, aunque tampoco podía olvidar que aquel chico, con quien había mantenido la relación más larga de su vida, había traicionado su confianza.
—Mmm... bueno..., yo... Quería saber cómo estás. ¿Qué tal tu vida? —le preguntó al fin.
—Muy bien, gracias. Todo bien. ¿Y tú?
—Bien, bien, sí. Oye, María, ¿puedo subir un momento y...?
—Mmm, estoy un poco cansada David y la verdad, no me parece una buena idea. Mejor hablamos otro día. Si te parece, me llamas...
—Solo he venido a pedirte perdón —la interrumpió David.
—¿Perdón?
—Sí, perdón. Sé que no me porté bien y nunca te pedí perdón por ello.
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Una para cada uno
Novela JuvenilTres amigos; tres vidas. ¿Tendrán una oportunidad para cada uno o querrán compartir la misma? Daniel sueña con ser escritor, pero el imprevisto éxito profesional en la agencia de publicidad para la que trabaja le hará replantearse sus deseos. Carlos...