Capítulo 11 - El perdón

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Daniel empezó a leer la carta en voz alta:

—"Querido Roberto. No te puedes imaginar todo lo que he sentido cuando he recibido tu carta. Siento mucho lo que te ha ocurrido, y bien sabe Dios que a pesar de que hace años me consolaba imaginando todas las penurias que pudieras sufrir por haberme abandonado, la noticia de que podrías pasar los últimos días de tu vida en la soledad de una prisión lejos de tu tierra, me ha vuelto a romper el corazón. He sabido que no has tenido una vida fácil, que mi hermana (es la primera vez que me dirijo a ella así desde que huisteis) no sólo se portó mal conmigo y con mi madre, sino también contigo y con vuestro hijo. Supongo que nunca supo apreciar lo que tenía y por eso se adentró en un mundo oscuro, peligroso, buscando nuevas emociones y experiencias que llenaran su vida vacía. Allá donde esté, espero que haya sido capaz de aprender de sus errores y que si le queda algo de compasión, pueda hacer algo por aliviar tu pena en tus últimos días. Por mi parte, puedo decirte que te he perdonado, que lo hice hace mucho tiempo, cuando comprendí que el rencor no iba a hacer que volvieras a mi lado. Me consuela saber que tus sentimientos hacía mí fueron sinceros, aunque no demasiado fuertes como para luchar contra la tentación. Sí, te he perdonado, Roberto, y creo que tal vez, yo también tendría que pedirte perdón por no haber luchado lo suficiente por mantenerte a mi lado, por no saber darte lo que otra mujer te ofreció para volverte loco de amor. Sólo espero que algún día, en algún otro lugar, tengamos la oportunidad de hacer las cosas de otra manera, de hacerlo mejor. Sólo sé que ahora, en esta vida, ya hemos dejado pasar nuestra única oportunidad. Espero que te llegue mi carta y que mis palabras te sirvan de pequeño consuelo.

Siempre tuya: Adela".

Cuando Daniel terminó de leer la carta vio que Ave tenía los ojos llenos de lágrimas. Ninguno fue capaz de decir nada, emocionados por tan tiernas y sentidas palabras.

—¡Menuda historia! —dijo por fin Daniel al cabo de un rato.

—Pues sí, aunque lamentablemente, en el centro conocemos historias parecidas demasiado a menudo —añadió Ave intentando recomponerse.

—No sé cómo puedes llevar siempre una sonrisa al trabajo. Supongo que acabarás acostumbrándote.

—La verdad es que no te acostumbras y, sinceramente, prefiero no acostumbrarme nunca porque, precisamente, son esas historias las que me empujan a llevar una sonrisa al trabajo.

Daniel observaba a su amiga con profunda admiración y sentido respeto. Estaba convencido de que si hubiera más gente como ella, el mundo iría mucho mejor. Pero antes de que Daniel pudiera compartir con ella ese pensamiento, Ave continuó:

—¿Sabes qué? A veces me siento muy egoísta, porque parece que me valga de sus desdichas para yo sentirme todavía más afortunada.

—¿Cómo puedes pensar eso? ¡Egoísta! ¿Tú? Si eres la persona más generosa y desinteresada que conozco, Ave.

—¡Qué va! Si supieras cuánta gente dedica su vida a ayudar a los demás, te sorprenderías. Los que trabajamos en Servicios Sociales lo hacemos por un sueldo, pero hay gente que lo deja todo para irse a las misiones, a cuidar de niños que no tienen nada, a darles una mínima educación, a ofrecerles un servicio sanitario mínimo. Eligen entregar su vida a los demás y no saben encontrar un porqué, lo hacen y punto.

—Bueno, lo importante es que lo hagan. Cada uno tendrá sus propias motivaciones. No es necesario buscar siempre un porqué, ¿no crees?

Aquellos pensamientos generaron una conversación sobre el sentido de la vida, la solidaridad y la felicidad, que ocupó toda la comida y una larga sobremesa. Y aunque ambos se encontraban muy cómodos en la mutua compañía, pues el poder dejar volar sus pensamientos más profundos con total libertad les proporcionaba un gran placer, tenían que regresar a casa.

El viaje de vuelta lo hicieron prácticamente en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, embriagados todavía por la historia de Adela y Roberto.

Ave dejó a Daniel en la puerta de su piso y se despidieron sin que el tema de la relación con Irma volviera a salir a la luz. En el caso de Daniel, porque no había pensado en ella en ningún momento, y en el caso de Ave, porque le hacía demasiado daño pensar que su amigo pudiera empezar una historia que separara sus caminos. 


Una nueva semana caía sobre los hombros de Daniel. El trabajo era estresante y su compañera Cati todavía más. Iba siempre un paso o dos por delante y le costaba seguir el ritmo de aquella entusiasta joven que parecía tener muy clara su vocación. Cada día había una nueva reunión o un motivo diferente para plantear una inminente. Daniel intentaba contagiarse de la pasión de su compañera pero, por el contrario, encontraba su trabajo cada vez más tedioso.

Todavía retumbaba en su cabeza la historia de Adela y Roberto, así como la conversación que mantuvo con Ave sobre el destino, la existencia y la felicidad. Intentaba acogerse a esa tabla de salvación que es la comparación, pensando en todo lo que él tenía y que gente como Roberto nunca podría disfrutar. Llegaba a sentirse algo mezquino por quejarse de tener un buen trabajo con un buen sueldo que no sabía apreciar, y eso le daba el ánimo suficiente para levantarse por la mañana, desprenderse de la pereza y buscar, en el fondo de su alma, una motivación que cada día amanecía más tarde.

Pero no sólo estaba la cuestión laboral, sino también la sentimental. No podía creer que estuviera bloqueado por su relación con Irma. Era una chica preciosa, encantadora y que hasta hacía sólo unas semanas, le parecía una persona inalcanzable que había ocupado algunos de sus sueños más codiciables. Ahora simplemente se dejaba llevar. Quedaban sólo cuando ella lo proponía, mientras él se escudaba en el trabajo para mantener la distancia, el ritmo pausado y su propio espacio. Ella también parecía estar encantada con aquella situación. Daniel incluso sospechaba que lo único que pretendía era asegurarse de que tenía pareja, de que no estaba sola, mientras a su vez, también podía satisfacer esa necesidad de disfrutar de la autonomía que parecía haber recuperado al romper con Toni.

Tenía una extraña sensación en el estómago, algo parecido a los nervios ante un gran acontecimiento. Ave lo habría interpretado como un presentimiento, pero él la llevaba como una molesta carga. Como una especie de agujero en el alma que no encontraba el relleno adecuado. Le hubiera gustado compartir con Ave esa sensación, pero en el fondo sabía que lo que su amiga le dijera, podría ser una verdad que no estaba preparado para escuchar. Además tampoco quería preocuparla ni agobiarla con sus dudas. 

No podía evitar pensar que se encontraba en un momento de incertidumbre, de expectativa, a la espera de que ocurriera algo que le empujara a entrar en acción. Como si estuviera esperando escuchar el pistoletazo de salida para iniciar la carrera. Y tenía la sensación de que era una carrera que cada uno de los tres amigos iba a tomar en direcciones diferentes. 

Si hubiera tenido el valor de hablar con Ave sobre el tema, habría descubierto que ella tenía una sensación muy parecida, pues su amiga empezaba a sospechar que habían alcanzado ese punto de madurez en el que parece que te ves obligado a desmoronar el gran castillo de naipes que has ido construyendo desde la juventud, para levantar uno nuevo con unas figuras más reales y una estructura más sólida.

El único que parecía mantenerse al margen era Carlos, quien seguía disfrutando del día a día, sin pensar en un futuro que consideraba resuelto, dejando que pasara el tiempo a su antojo. Lo único que parecía preocuparle es que no se abriera una sucursal en Valencia y tuviera que elegir entre Barcelona o Madrid como nueva ciudad de residencia. Sin embargo, se había propuesto demostrarle a su padre que el negocio inmobiliario en la costa podía ser perfectamente llevado desde su ciudad natal, y confiaba en que finalmente no tuviera que tomar ninguna decisión sobre su próxima ubicación.

Lo que no sabía es que los nuevos acontecimientos que iban a llegar a su vida, podrían ser determinantes no sólo para su futuro, sino también para el de sus amigos.

Una para cada unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora