Una hora después estaba en la oficina. A pesar de no haber dormido en toda la noche, Daniel se sentía un hombre nuevo. Ave siempre conseguía sacar lo mejor de él, y todas las dudas que tenía la noche pasada habían ido desapareciendo con su comprensión, su risa y su apoyo. Había aclarado un poco sus ideas. Sabía que ese no era el trabajo de su vida, aunque debía de aprovechar esa nueva oportunidad que se había presentado. Y eso no implicaba que abandonara su sueño de ser escritor. Ave siempre le daba su apoyo y confíaba plenamente en él y su talento, así que estaba dispuesto a emplear su tiempo libre en continuar escribiendo esa novela que seguía inacabada.
Mayte estaba en su mesa cuando Daniel pasó por su lado dándole los buenos días. No supo discernir si lo había ignorado porque estaba enfadada, avergonzada o enfrascada en su trabajo, aunque tampoco tenía mucho interés en descubrirlo. Se fue directo a buscar a Cati, quien ya estaba haciendo fotocopias.
—Buenos días Becati. Una pregunta, ¿querrías ser mi adjunta para llevar la cuenta de Mike? —le preguntó sin rodeos.
—¿Cómo? ¿Yo? —dijo la joven asombrada.
—Sí, tú. Si aceptas, vamos a hablar con Márquez para que te hagan un nuevo contrato.
—¿Lo dices en serio? ¡Por supuesto que querría! Y lo del contrato me da igual, con poder trabajar a tu lado me conformo. ¡Muchas gracias Daniel!
—Ya es hora de que dejes de hacer fotocopias, ¿no crees? Aunque dejes de ser la becaria, tendrás que permitirme que te siga llamando Becati —bromeó Daniel.
—¡Puedes llamarme como quieras! —contestó Cati entusiasmada. Y sin poder contenerse le dio un gran abrazo a Daniel, mientras seguía dándole las gracias una y otra vez.
Sergio se sorprendió al ver aquella escena y no pudo evitar acercarse a su amigo en cuanto Cati se alejó.
—¿Qué pasa, tío? ¿Es que con una no tienes bastante? Me tienes que contar qué pasó anoche, porque veo que llevas la misma camisa...
Casi en un susurro, Daniel le hizo un breve resumen de lo ocurrido la noche pasada y de lo que acababa de proponerle a Becati. Tal y como esperaba, Sergio le ofreció su sincero parecer de la forma más expresiva posible, y el de "idiota" estaba entre una larga serie de calificativos que le dedicó por su actitud.
Tendrían que esperar que pasara el fin de semana para poder hablar con Márquez sobre el contrato de Cati, ya que el jefe había llamado a primera hora para decir que se encontraba indispuesto.
La mañana resultó mucho más agradable y llevadera sin su presencia. Mayte pasó la jornada sin dirigirle la palabra a Daniel, quien ocupó la suya con su nueva ayudante, preparando la reunión del martes. Becati tenía muy buenas ideas, era muy organizada y tenía muchas ganas de demostrar su valía, por lo que no quería descansar ni para ir al baño.
Daniel sentía el enorme peso de sus párpados que le recordaban que no había dormido en toda la noche. Cuando todos sus compañeros se fueron a comer, ellos se quedaron terminando de cerrar la presentación para el martes, y cerca de las tres de la tarde, Daniel decidió que se iba a casa, dándole también la tarde libre a Becati, aunque ésta prefirió quedarse para imprimir el proyecto, hacer unas copias y una serie de cosas más a las que Daniel no prestó atención.
Fue caminando hasta la parada del tranvía, aunque tuvo miedo de quedarse dormido en el trayecto y prefirió ir a casa andando. En realidad no era su casa, sino el piso que su amigo Carlos le había prestado mientras él vivía en Nueva York, encargado de ampliar el negocio inmobiliario familiar. De pronto se acordó de Carlos y del último correo que recibió de él, diciendo que el negocio iba viento en popa, que estaba formando a la persona que se encargaría de llevar la empresa desde allí y que, probablemente, regresaría muy pronto para hacerle una visita.
Cuando llegó a casa, Daniel se fue directo a la cama. No había tomado nada desde el desayuno, pero el sueño le hacía olvidar el hambre que reclamaba su estómago. Cayó dormido de inmediato y habría seguido en los brazos de Morfeo hasta la mañana siguiente, si a las diez de la noche no le hubieran despertado los timbrazos de la puerta. Al otro lado estaba su amigo Carlos con los brazos extendidos y una amplia sonrisa en su rostro:
—¡Cervantes! ¿Dónde está la banda de música para mi recibimiento?
—¡¿Carlos?! Pero... tú...
—No me digas que también estabas durmiendo. ¡Un viernes por la noche! ¿Qué está pasando aquí? —dijo Carlos dándole un fuerte abrazo— ¡Qué ganas tenía de verte!
—¿Por qué no me has avisado? ¡Qué sorpresa! —dijo Daniel mientras respondía al abrazo de su amigo.
—Ha sido todo un poco precipitado, la verdad —explicaba Carlos mientras se dejaba caer sobre el sofá—. Ya he hablado con Ave, viene para acá. También estaba en la cama. ¿Qué os ha pasado en mi ausencia?
En ese momento el timbre volvió a sonar, acompañado del peculiar compás que Ave hacía siempre con sus nudillos en la puerta. Carlos fue a abrir.
—¡¿Qué pasa yanki?!
—¡Aquí está la chica más bonita, simpática y auténtica de todo el planeta Tierra! —exclamó Carlos mientras zarandeaba a su amiga, que se había colgado de su cuello.
—Tú sí que eres un amigo y no como éste merluzo, que lo único que me dice es que estoy medio loca —bromeó Ave.
—Bueno, eso también es cierto, encanto —contestó Carlos, ganándose un leve manotazo de la chica.
—¿Cómo puedes decir que él sí es un amigo? Viene sin avisar, nos despierta de la siesta y no nos ha traído ni un mísero souvenir de los ¡Estados Unidos de América! —protestó Daniel.
—¡Alto ahí! He traído imanes para la nevera, una miniatura del Empire State Building y unos guantes gigantes con el dedo índice levantado, en forma de Estatua de la Libertad, ¿qué os parece? ¿Y cómo es que os he despertado de la siesta?
Antes de que Carlos empezara a contarles todas sus andanzas americanas, Daniel y Ave le contaron todo lo acontecido el día anterior. Después continuaron poniéndose al día.
Carlos les contó lo bien que iba el negocio de venta y alquiler de pisos de lujo en su nueva sucursal, al otro lado del charco. Hablaba de la intensa vida en Nueva York, del atolondrado ajetreo diario, de la diversidad de etnias, culturas y costumbres. Les decía que aquella ciudad era tal y como aparecía en las películas y que, en algún momento, él también se sintió como un actor interpretando un papel, esperando que el director dijera "corten" para volver a su vida real. Era una ciudad asombrosa y un estilo de vida muy diferente al que conocían, pero la nostalgia no le había abandonado ni un minuto. Y lo que más había echado de menos, además de la tortilla de patata, era el poder estar con sus dos grandes amigos. No tenía duda de que Nueva York habría sido su lugar de residencia elegido, si hubiera podido ir acompañado de Daniel y Ave.
Carlos los consideraba su verdadera familia. Su padre era un alto ejecutivo centrado en sus negocios al que, a pesar de haber visto en muchas ocasiones, no había podido compartir conversaciones, dudas, alegrías ni temores en sus casi treinta y tres años de vida. Su madre se fugó con su entrenador personal hacía casi dos décadas y no había vuelto a saber de ella. Aquel abandono fue un duro golpe para Carlos, al que pilló en una edad complicada, en la que tuvo la suerte de toparse con Daniel para que enderezara su camino y lo condujera hacia una dirección muy próspera. Acabó sus estudios y accedió a participar en la empresa de su padre, a quien en el fondo, culpaba de la huida de su madre. Pero aquel hombre rico y poderoso pensó que la mejor manera de demostrarle cariño y apoyo a su hijo era darle la oportunidad de convertirse también en un hombre rico y poderoso, con lo que podría superar cualquier trauma de su infancia. Lo cierto era que a Carlos no le había ido nada mal, aunque también habría agradecido tener besos, abrazos y otros gestos cariñosos de su padre, además de los beneficios que cada mes aumentaban su cuenta corriente.
Daniel también consideraba a Carlos y a Ave como miembros de su familia aunque, afortunadamente, él podía presumir de tener unos padres y unas hermanas a quienes adoraba. Carlos era ese hermano que siempre le hubiera gustado tener y que, de hecho, había sido acogido como tal en el seno de la familia Torres. A Ave la conocía desde el instituto, desde ese primer día en el que ambos coincidieron en la cafetería para pedir la última caracola de chocolate que quedaba. Decidieron compartir la caracola y también el resto de sus vidas. Y ese, precisamente, era un tema que preocupaba a Ave y que, en esa noche de confesiones, se atrevió a transmitir a sus amigos.
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Una para cada uno
Fiksi RemajaTres amigos; tres vidas. ¿Tendrán una oportunidad para cada uno o querrán compartir la misma? Daniel sueña con ser escritor, pero el imprevisto éxito profesional en la agencia de publicidad para la que trabaja le hará replantearse sus deseos. Carlos...