Cuando salió de la ducha, Daniel se fue directo al ordenador. Carlos sabía que no tenía que interrumpir a Cervantes cuando le visitaban las musas, y que tampoco tenía que intentar solucionar cualquier conflicto mientras no se hubiera tomado el tiempo suficiente para gestionarlo en su cabeza. Así que, simplemente, se asomó a su habitación y desde la puerta le dijo a Daniel que volvería más tarde, que iba a casa de su padre y que si quería que comieran juntos, que le enviara un mensaje.
Daniel asintió con la cabeza, con la mirada fija en la pantalla de su ordenador, donde había abierto el documento de su "Próxima novela" y desplazaba el cursor hasta la página 33, donde el protagonista acababa de descubrir que su mujer era la amante de un importante dirigente político. El personaje estaba allí de pie, en el aeropuerto, esperando las indicaciones de su autor, sin tener todavía claro su destino, su origen ni su condición. Fue el mismo personaje quien decidió subirse a un avión para dirigirse hacia ninguna parte.
Daniel abrió un nuevo documento en blanco y empezó a teclear. Las palabras salían solas de sus dedos. Sintió una fuerte conexión entre su mente, sus manos y el ordenador. Una conexión fluida y bidireccional, pues al ver cómo las letras iban apareciendo sobre la pantalla, más ideas aparecían en su imaginación, que se iban convirtiendo en una nueva historia. La situación vivida esa mañana había desencadenado un torrente de emociones en su interior, que se valían de las palabras escritas para no ser desperdiciadas.
No podía parar de escribir e iba dejando que los personajes fueran tomando su propia personalidad. Había una chica que estaba tomando el papel protagonista, que le ayudaba a comprender mejor sus propios sentimientos, que le estaba enseñando el verdadero camino de su propio destino, que le animaba a comprender mejor su propia naturaleza. No era capaz de centrarse en la descripción de ese personaje. Era una mujer sin rostro todavía, pero no eran sus facciones lo que más interesaba a Daniel, sino todo lo que le hacía sentir cuando plasmaba en el papel lo que ella estaba sintiendo.
Se tomó un breve descanso para prepararse un sándwich con los pocos ingredientes que quedaban en la nevera, y después se quedó dormido sobre el sofá. Todavía era de día cuando reanudó su tarea creativa y el timbre de la puerta lo sorprendió guardando el documento con el título de "Novela inacabada".
—¿Estás solo? —le preguntó Irma cuando Daniel le abrió la puerta.
—Sí, bueno, estoy solo pero ahora estoy ocupado...
—Necesito hablar contigo, Dani, estoy hecha un lío — y sin darle otra opción, Irma empujó la puerta y entró—. No sé qué hacer, Dani, creo que ya no estoy enamorada.
Daniel soltó un bufido y cerró la puerta tras de sí.
—No sé lo que siento, estoy muy confundida.
—Pero yo no puedo ayudarte, Irma. Medita, tómate un tiempo para reflexionar, habla con tu novio...
—Hay otro hombre.
Daniel la miró sorprendido. Nunca se había considerado un experto en el amor, y mucho menos alguien que pudiera dar consejos sentimentales a una mujer. Esas cosas se compartían entre mujeres, ¿no? ¿Es que ella no tenía amigas que le dieran consejos de amigas? ¿Qué podía decirle él? ¿Qué diría Ave?
Ave. No había tenido tiempo de pensar en la forma que la había contestado esa mañana y se dio cuenta de que todavía estaría esperando una llamada suya. ¿Y si la llamaba para preguntarle qué podía decirle a Irma en ese momento? No le parecía una buena idea, aunque a él le resultaba la opción más apetecible.
—¿Por qué te has quedado tan callado? ¿En qué piensas?
—No sé, Irma, no creo que yo sea la persona más indicada para darte consejos en una cuestión así.
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Una para cada uno
Teen FictionTres amigos; tres vidas. ¿Tendrán una oportunidad para cada uno o querrán compartir la misma? Daniel sueña con ser escritor, pero el imprevisto éxito profesional en la agencia de publicidad para la que trabaja le hará replantearse sus deseos. Carlos...