Fueron a comer a un restaurante de la playa. El verano estaba a la vuelta de la esquina y el calor empezaba a apretar con fuerza. El pequeño Charlie estuvo durmiendo en su carro tranquilamente durante toda la velada, ajeno a los ruidos de los comensales y a la conversación que los cuatro adultos mantenían. Paula se sintió muy bien acogida en el grupo y tanto Daniel como Ave tuvieron la sensación de que la conocían de toda la vida. Existía una gran complicidad entre los tres amigos, a la que Paula se acopló con total comodidad.
Después de comer, Paula decidió irse a casa y Carlos la acompañó. Esa misma noche empezaba a trabajar en el restaurante y Charlie iba a pasar su primera noche con su padre.
Daniel propuso a Ave quedarse un rato más y ésta aceptó encantada, sugiriendo ir a dar un paseo por la orilla. Empezaron a caminar en silencio, escuchando el sonido de las olas, entre el murmullo de la gente que ya empezaba a copar la playa. Entre ellos había la suficiente confianza para estar compartiendo el silencio sin necesidad de decir nada, únicamente disfrutando de la mutua compañía. Sin embargo, ambos sabían que tenían muchas cosas de las que hablar y no sabían cómo abordar los temas que a cada uno preocupaban.
—Paula es muy maja... —dijo de pronto Daniel.
—Paula es encantadora... —dijo Ave prácticamente a la vez. Ambos se echaron a reír y se miraron con complicidad.
Después de un breve silencio, Ave volvió a hablar:
—Es increíble, ¿verdad? El otro día hablábamos del "trimonio" y hoy Carlos tiene un hijo.
—Un hijo —repitió Daniel—. Si me dicen, hace un mes, que la vida iba a cambiar tanto y tan de repente, no lo hubiera creído.
—Ya; Carlos con un hijo, tú con Irma...
—¿Y tú? —preguntó Daniel.
—¿Yo qué?
—¿Cuál es tu cambio?
—Yo no he cambiado, Daniel, sigo siendo la misma.
—Nosotros también seguimos siendo los mismos, Ave. Han cambiado... ciertas circunstancias. Pero, tú... Algo te pasa, Ave, no puedes engañarme, te conozco como si fuera tu amigo —bromeó Daniel.
—Pues, quizás vuestras circunstancias sean las que me han hecho cambiar a mí —confesó finalmente Ave.
La complicidad y la confianza que le daba su amigo la empujaron a hablar con total libertad:
—Estaba convencida de que podríamos vivir los tres juntos, la verdad. Creía que si los tres queríamos, podríamos formar una familia, atípica sí, pero una familia. Yo no imagino mi vida sin vosotros, sin nuestro pequeño clan. Pensaba que ya tenía mi vida organizada, bien organizada. No necesito nada más. No quiero una vida convencional, una relación convencional. No quiero conocer a nadie más, alguien de quien enamorarme y con quien formar una familia. Ya estoy enamorada de vosotros, de nuestra relación, de mi vida, tal y como está ahora. Tal y como estaba hasta ahora. Pero ya nada va a ser igual, ya nada está siendo igual. Llevamos un par de semanas en las que apenas nos hemos visto, casi no hemos hablado. Esta noche Carlos se queda a cuidar de su hijo. Tú, seguramente, quedarás con Irma. Y yo tengo que pensar qué hacer un sábado por la noche, algo en lo que no he tenido que pensar en los últimos quince años de mi vida. Y no me apetece llamar a nadie para que me saque de fiesta o me entretenga. No me apetece y sé que no me voy a divertir. Pero también sé que si me quedo en casa, voy a ponerme una de esas películas de lágrima fácil para sentirme más triste, para criticar a sus protagonistas y para insultar al guionista que se le ocurrió un final tan feliz, y ese plan tampoco me apetece. Y mientras tanto, vosotros estaréis viviendo vuestra vida, la que habéis elegido, pero yo solo puedo ir amoldándome a vuestras circunstancias.
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Una para cada uno
Teen FictionTres amigos; tres vidas. ¿Tendrán una oportunidad para cada uno o querrán compartir la misma? Daniel sueña con ser escritor, pero el imprevisto éxito profesional en la agencia de publicidad para la que trabaja le hará replantearse sus deseos. Carlos...