Capítulo 20 - La promesa

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Daniel bajó a la calle y se quedó junto al portal. Quería dejarles espacio para que hablaran, aunque tampoco quería irse muy lejos. La actitud de David le había sorprendido. No imaginaba que fuera tan posesivo y manipulador. Aunque no pensaba que fuera capaz de hacerle daño a Ave, sentía cierta inquietud, por lo que prefirió quedarse cerca. 

Mientras seguía esperando en la calle, apareció Carlos que salía a dar un paseo con el pequeño Charlie. En cuanto vio el semblante de su amigo, Carlos supo que había ocurrido algo. Después de hacerle unas carantoñas a Charlie, que el pequeño correspondió con su más sincera alegría, Carlos le preguntó:

—¿Qué haces aquí? ¿Has perdido las llaves?

—Ha venido David a echarme del piso de Ave —le soltó.

—¿¡Cómo!? ¿Y le has hecho caso? ¿Lo sabe ella?

—Sí, están arriba, hablando ahora mismo.

Daniel empezó a relatarle cómo había ido su conversación. Le detalló los motivos que tenía David para querer que saliera de aquella casa, su actitud posesiva, sus sospechas y la actitud agresiva que no encajaba con la imagen de chico noble y atento que tenía de él.

—Será imbécil —respondió Carlos—. Seguro que se ha quedado meando en las esquinas, para marcar su territorio.

—Espero que no, que sólo estén hablando...

En ese momento, se abrió la puerta y salió David cabizbajo. Los dos amigos se quedaron mirándole, y él hizo un pequeño amago de levantar la cabeza, pero al verlos allí, apretó la mandíbula y siguió su camino sin decir nada.

Antes de que se cerrara la puerta, entraron y subieron al piso de Ave. 

—Ave, ¿cómo estás? —le preguntó Carlos nada más entrar. 

—Bien, ¿por?

—Me ha contado Daniel...

—Estoy bien. David ya se ha ido. Y Daniel, ésta es tu casa. 

—Pero, ¿estás bien? —le preguntó Daniel.

—Sí, sí, muy bien. Ya se ha ido, y espero que sea para siempre. 

Carlos y Daniel se miraron, y Ave se puso a hacerle carantoñas a Charlie, pero les dijo a sus amigos que iba a dar una vuelta. 

—¿Quieres ir sola? —le preguntó Carlos.

—Sí, necesito despejarme un poco. Nos vemos luego, ¿vale?

Y tras de sí, Ave dejó un espeso silencio.

Al cabo de unos segundos, Carlos le preguntó a su amigo:

—Está bien, ¿verdad?

—No sé... Parece que sí. Espero que luego quiera contarnos todo lo que ha pasado entre ellos.

—Y si crees que está bien, ¿por qué te noto preocupado? 

—No estoy preocupado —dijo Daniel—, sólo que ha sido una situación bastante incómoda. Y realmente, no sé si ellos estaban juntos o... ¿Sabías que no le había dicho a David que me había venido a vivir aquí?

—Bueno, es su piso, no tiene por qué decírselo, ¿no?

—Ya, pero... Si tú tuvieras novia y una amiga se fuera a vivir contigo ¿no se lo contarías?

—Pero David y Ave no eran novios —le dijo Carlos—. Quizás él sí quería volver a salir con ella, pero no parece que Ave estuviera mucho por la labor.

—Ya...

Volvieron a quedarse en silencio.

Charlie se quedó dormido y Carlos le inclinó el carro para que estuviera más cómodo. Después, se fue a la cocina y sacó dos botellines de cerveza, entregando uno a su amigo:

—Ahora, Cervantes, vas a contarme realmente qué es lo que te preocupa.

Daniel miró a su amigo a los ojos. No quería engañarle, aunque también sabía que no podría hacerlo. Ya habían vivido una situación similar hacía más de una década, cuando la amistad entre los tres amigos empezó a forjarse con una fuerte alianza. Después de una larga noche de fiesta, que terminó en casa de Ave entre risas, confesiones y cruasanes de chocolate para desayunar, Carlos y Daniel se fueron paseando a sus respectivas casas, cuando el cielo empezaba a clarear por el horizonte. Caminaban en silencio, recordando los ratos más divertidos de la jornada, saboreando las promesas de eterna lealtad que se habían hecho, regocijándose en la agradable sensación que les provocaba su especial amistad.

Cuando llegaron a una esquina en la que cada uno tomaba una dirección diferente, se miraron directamente a los ojos y ambos comprendieron lo que cada uno albergaba en su interior. Tal vez la euforia del momento vivido o el remanente del alcohol que todavía ejercía su influencia sobre su ánimo, hizo que Carlos se atreviera a lanzar la pregunta:

—¿Te has enamorado de ella?

Daniel respondió con otra pregunta:

—¿Y tú?

No hizo falta que ninguno contestara pues ambos sabían la respuesta. Se quedaron uno frente a otro, mirándose fijamente, con las manos en los bolsillos, asimilando la situación y comprendiendo que podría ser más complicada de lo que pensaban si no ponían remedio.

Carlos hizo un leve chasquido con su lengua, se acarició la frente con los dedos y echó la cabeza hacia atrás. Daniel se mordió el labio inferior, movió levemente la cabeza hacia los lados y dejó escapar una discreta sonrisa.

Allí parados, uno frente al otro, parecían esperar la llegada de una señal, de una salida, de una luz que alumbrara sus destinos. El sol seguía apareciendo tímidamente y con los primeros rayos, les ayudó a tomar la decisión que creyeron más adecuada:

—No voy a hacer nada que pueda estropear lo que tenemos —empezó a decir Carlos —. Quiero conservar vuestra amistad por encima de todo. Eres mi hermano, Daniel.

—Yo no haré nada que pueda perjudicarnos —dijo Daniel —.Todo seguirá como hasta ahora. Te doy mi palabra.

—Te doy mi palabra —respondió Carlos extendiendo su mano.

Daniel la tomó y ambos se fundieron en un abrazo.

Diez años después, Daniel recordaba aquel momento como si solo hubieran pasado unas horas desde que sucedió. Nunca habían vuelto a hablar sobre aquel asunto y ambos se guardaron mutuamente un secreto que pensaban que les iba a acompañar hasta la muerte.

—Te di mi palabra, ¿recuerdas? —le preguntó Daniel a Carlos, quien seguía esperando que su amigo se atreviera a empezar su confesión.

—Lo sé, pero las cosas cambian. Aquella promesa, hoy ya no tiene sentido Daniel. La he tenido muy presente en mi vida durante mucho tiempo y te mentiría si te dijera que, en algún momento, he tenido la tentación de romperla. Te confesaré que el temor de no se capaz de mantener mi palabra fue uno de los motivos por los que me fui a Nueva York.

—Lo sé —respondió Daniel.

—Pero cuando conocí a Paula, todo cambió. Y el hecho de que regresara a mi vida, junto con mi hijo, lo hizo todavía más. Seguiré queriendo a Ave de una forma muy especial, pero no de la misma forma que entonces. Creo que ya no es necesario que sigas engañándote Daniel.

—Lo sé —respondió.

Daniel sentía un gran alivio al saber que su lealtad hacia Carlos seguía intacta. No podía evitar un sentimiento de angustia cada vez que reconocía la profundidad y el deseo que albergaba su amor por Ave.

Sin embargo ese alivio le producía, a su vez, una sensación de inseguridad, de temor y de desasosiego, pues ya no tenía excusa para expresar sus sentimientos, excepto el miedo al rechazo.

En más de una ocasión había querido imaginar que su amor era correspondido. Recordaba perfectamente aquel beso, casi robado, que se dieron una Nochevieja, cuando la emoción, el entusiasmo y la excitación al creer que estaban compartiendo una mejora en sus vidas con la entrada de un nuevo año, los llevó a disimular una espontánea lujuria. También quería darse esperanzas pensando que Ave había compartido muchas más cosas con él que con Carlos, aunque podía deberse a las circunstancias.

Solo había una forma de salir de dudas, aunque sabía lo mucho que ponía en juego. 

Una para cada unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora